domingo, 27 de diciembre de 2020

Inversiones chinas en Chile: ¿reciprocidad o colonialismo económico?


Polémica suscitó hace unas semanas la noticia sobre la compra y traspaso de propiedad de la mayor empresa eléctrica del país CGE, desde la firma española Naturgy a la estatal china State Grid. Muestras de un nacionalismo inusitado se hicieron notar desde la cloaca de las redes sociales que es Twitter a arbitrajes periodísticos y columnas querellantes como la de Daniel Matamala, dejando entrever un potencial peligro en las inversiones del gigante asiático en nuestro país, lo cual resulta bastante paradójico considerando el hecho de que la Central General de Energía (CGE) surgida ya como iniciativa privada hacia el año 1905, es desde hace años una transnacional en poder de capitalistas extranjeros y que la otra gran empresa de energía: ENEL, es un holding de origen italiano; entre ambas firmas se reparten la distribución de cerca del 90% de la energía del país. 

De modo que no habiendo existido noción estratégica alguna respecto de esta industria en el país, la naturaleza de la mayoría de clamores y alegatos cae en una evidente inconsecuencia e ilustran un claro sesgo sinofóbico. 

¿Qué hace distinto al inversor chino respecto del europeo o del norteamericano?, en primera instancia que no se trata de operaciones de empresas privadas que expanden su dominio a otros países, sino del propio Estado chino maniobrando en el espacio global-capitalista, lo cual resulta intolerable para muchos acérrimos del neoliberalismo que conceptúan el modelo como el empuje de la iniciativa privada por sobre el aliento público/estatal, incluso si esto implica dejar el propio país a merced de las transnacionales (como de hecho ha ocurrido en Chile, donde -a modo de ejemplo- el Magisterio de Ontario llegó a ser dueño del 41% de los servicios sanitarios del país). Ergo, el riesgo de que las principales empresas y recursos de los países sean absorbidos y monopolizados por potencias extranjeras precede al súbito crecimiento de la economía china, siendo definitivamente una condición inexpugnable del modelo neoliberal, formulado en su origen como garante de la unipolaridad económica de Estados Unidos. 

La agudeza del “milagro chino” estuvo en canalizar a su favor las condiciones dadas, descollando en espacio de pocas décadas de país maquilador de bajo costo a un competidor altamente tecnificado, llamado a liderar la cadena de suministro planetaria, a multiplicar patentes en lograr de importarlas, logrando posicionar 124 de las 500 empresas rankeadas en Fortune Global 500, tres más que Estados Unidos. La China que compra e invierte en todo el mundo (desde empresas extractivas, manufactureras y startup tecnológicas al rubro turístico e inmobiliario), que es titular de cerca de la mitad de la deuda externa de EE.UU, que genera tecnología de punta y está a caballo en la competencia por el 5G fue por 20 siglos el más inacabable de los imperios y civilizaciones, que comenzó a declinar precisamente en los mismos años en que el imperialismo mercantilista europeo expandía sus garras, viéndose sometida a las correrías de los británicos que compelieron algunos de los episodios más traumáticos en la historia moderna de ese país, desencadenando las Guerras del Opio (1856-1860) y la consecuente Rebelión de los Boxers (1898-1901). 

A la llamada “era de la humillación” es natural que los chinos antepongan “el milagro” que no es más que el revenir de su histórica grandeza, una revancha en toda regla que recuerda al “milagro japonés” tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial y réprobo ataque nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki, aunque a diferencia de Japón que se reinventó y alineó en todo con el atlantismo, en el caso de China en cien años no han abandonando las directrices del comunismo y el enfoque Estado-céntrico, llevándolo a un siguiente nivel, inimaginado incluso por el marxismo. Pero más allá de los réditos de la inusitada fusión entre capitalismo y comunismo, el verdadero plus de China es haber equilibrado como ningún otro país tradición y modernidad, logro favorecido sin duda por la gloriosa ética confucionista que exhorta a evolucionar desde la experiencia.

Por el momento, la alocución de Xi Jinping en favor del mutilateralismo genera mucha más confianza que los peligrosos aspavientos del llamado “Siglo Americano” y lo evidente es que China -a diferencia de Estados Unidos- no nos ha impuesto ni golpes de Estado ni Consenso de Washigton ni invasiones a saco para someternos a un modelo. El gran pecado que EE.UU. y buena parte de los países desarrollados no perdona a China es haber saltado de la periferia al centro y bajo sus mismas reglas, invirtiendo la ecuación de dependencia económica y productiva, he allí el origen del actual proceso de “desacoplamiento” en el que estuvimos inmersos todo este 2020, bajo la ostensible fachada de una pandemia, curiosamente no mucho más letal que la influenza. 

De la mano de China, se abre un amplio abanico de posibilidades en el comercio internacional para Chile, en constante incremento desde la firma del TLC del año 2002. No sólo se trata del principal mercado receptor de nuestro cobre (la existencia de una oficina subsidiaria de CODELCO en Shanghái habla por sí sola), sino también de la principal puerta de entrada a la agroindustria, frutícolas, salmoneras, celulosa, hierro, metales blandos e industrias no convencionales al expansivo mercado del Asia Pacífico que en menos de una década desplazará por completo la preminencia económica del Atlántico, de la mano de grandes alianzas económicas y proyectos de conectividad e infraestructura continental e intercontinental como serán el RCEP y la Iniciativa de la Franja y Ruta de la Seda (OBOR). Mientras tanto el gigante asiático demuestra interés no sólo en nuestra producción mineralógica y energética, también lo hace en el área de los servicios, construcción, concesión de autopistas y renovación ferroviaria, entre otros, frente a lo cual el Estado chileno no puede limitarse ya a un rol de arbitraje o fiscalizador, las demandas ciudadanas -que con toda seguridad se verán plasmadas en un futura Constitución- exigen una mayor implicancia para impeler los beneficios económicos a todo el conjunto societal. 

Para finalizar, ilustro con las declaraciones del ex Embajador de Chile en China y la India, actual profesor de RREE de la Universidad de Boston, Jorge Heine: “Siempre se dijo que la baja inversión china en Chile no guardaba proporción con el alto intercambio comercial y ahora algunos políticos sostienen lo contrario: que por tener tanto comercio, no se debe permitir tanta inversión china. ¿Quién los entiende?”. Transversal a todos los gobiernos desde el retorno a la democracia, ha sido un objetivo de la diplomacia chilena captar la atención de China y estrechar alianzas mercantiles y geoeconómicas, y es precisamente ahora que tenemos una oportunidad de oro de subirnos a los hombros del gigante.

martes, 15 de diciembre de 2020

Transparentarse o morir

El segundo retiro del 10% polarizó aún más las mermadas voluntades políticas del país. En opinión de algunos sectores más allegados a la centro-derecha, es el futuro y sobrevivencia del sistema de capitalización individual el que ha sido vulnerado, mientras la centro-izquierda defiende que la justificación de un segundo retiro está a la vista: quiebra de PYMES, destrucción de múltiples plazas de trabajo y masiva pérdida de empleos tras los eventos de octubre y post pandemia, sumado a políticas asistenciales y medidas de urgencia en apariencia deficientes por parte del gobierno. 

De uno y otro lado de la trinchera política ambos argumentos llevan razón, aunque es del todo evidente también que son trascendidos por una refriega mucho más arcaica y espinosa, que en términos muy simplistas se podría sintetizar en la tenaz desavenencia entre los partidarios del laizzes faire y los apologistas del Estado; dicha diferencia que por décadas se creyó zanjada tras el retorno a la democracia y la matización del modelo económico neoliberal hacia la llamada “Economía Social de Mercado”, hoy vuelve a la palestra exacerbada por los albures a los que hemos debido amoldarnos este 2020. En definitiva: mientras el gobierno hace lo posible por mantener en vigencia y salud al sistema de AFP, ciertos sectores de oposición (naturalmente no todos) dieron con el salvoconducto que les permitiría al fin derribarlo, para imponer en su lugar un malogrado sistema de reparto. 

La experiencia de países desarrollados con ejemplares sistemas previsionales (caso de Holanda, Dinamarca y Australia) demuestra que ni la capitalización individual ni el reparto bastan por sí solos y que todo sistema previsional en forma, resulta en una mixtura de aportes estatales (pensión básica general), privados (parte del sueldo imponible aportado por los empleadores) e individuales (consistentes en una capitalización voluntaria) que no es del todo desemejante a la orientación que propone la tercera reforma de pensiones del año 2019. Sin embargo la desconfianza frente al sistema de AFP está hace tiempo instalada y en nada ayuda el hermetismo de las inversiones que estas realizan o su funcionabilidad de caja negra, como tampoco el copioso historial de connotados políticos -y sus correspondientes operadores- que han transitado durante décadas entre el parlamento y los altos cargos directivos de las administradoras, amarrando el sistema y germinando la clásica formula neoliberal de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, esto último facilitado por polémicas reformas consumadas durante los gobiernos concertacionistas, como la de permitir rentabilidades negativas que en definitiva facilitó a las AFP generar pérdidas (o lo que es lo mismo: invertir mal) traspasando el riesgo y esas pérdidas a los cotizantes. 

El colmo de las abstracciones del sistema serían las supuestas “triangulaciones”, como la denunciada recientemente por el economista Gino Lorenzini de Felices y Forrados, denuncia de que envuelve directamente al Presidente de la República en la maraña de nexos e inversiones liosas generadas en torno a las administradoras. Años atrás se acusó de triangulación al primogénito del clan y creador de las AFP: José Piñera, pero esta vez los dardos caen más cerca de la familia nuclear del Presidente, dada su relación con la administradora de fondos Moneda Asset: empresa que maneja su fideicomiso ciego, hoy investigada por una supuesta triangulación con AFP Hábitat, a ello se suma el caso de Volcom, administradora de fondos creada en sociedad el año 2015 por Sebastián Piñera Morel (hijo del Presidente) y Felipe Larraín Aninat (hermano del Gerente General de la Asociación de AFP), que fue puesta en la palestra por Lorenzini, quien inquiere que a pesar de ser un emprendimiento novel y sin calificación de riesgo, logró percibir millonarias inversiones de cinco grandes como Hábitat, Cúprum, Provida, Capital y PlanVital, y lo aún más grave: pese a generar en un solo día pérdidas por sobre los 120 millones de dólares, al mes siguiente continuó recibiendo inversiones de estas mismas AFP. 

Lo arriba expuesto es hoy materia de investigación, razón por la cual no es posible adelantar juicios, sin embargo como señalé anteriormente, la sospecha contra el actual sistema previsional está hace tiempo instalada y es difícil ya revertirla. A la presión por las pensiones bajas (generalmente asociadas a bajos ingresos y lagunas en las cotizaciones) se suma la sospecha orgánica por mal manejo y la captura política que habría convertido un sistema medianamente eficiente en una red de amiguismo, círculos de negocio y cleptocracia, todo lo cual se torna mucho más emético cuando se cae en la cuenta de que el dinero especulado sale mes a mes de nuestras billeteras, de las renuncias de consumo de los adultos mayores y de la esperanza de millones de chilenos que casi sin cuestionárselo cedieron parte de sus ingresos (que bien pudieron administrar ellos mismos) a una institucionalidad respaldada por el Estado en pro de una jubilación digna. Volviendo al inicio: el primer y segundo retiro del 10% es un golpe bajo a la estabilidad de un sistema que aún más amañado en tiempos de democracia perdió gran parte de soporte y credibilidad. En los últimos treinta años las AFP compraron complicidades del Estado vía articulación de operadores políticos y enroque de diputados, seremis y ministros entre la esfera pública y la alta dirección de las administradoras. 

Sin duda, la merma en la liquidez de las AFP debido al retiro masivo de ambos 10% afectará directamente el caudal de las inversiones generando menores retornos por cartera que en el mediano plazo sólo perjudicará a los cotizantes, sin contar el hecho de que quienes hicieron el retiro en alguna o en ambas oportunidades deberán considerar formas anexas de ahorro (como invertir en una APV) para que su decisión del presente no se pan para hoy y hambre para mañana. Los efectos inflacionarios que pueda generar sobre la economía el repentino incremento de circulante, están aún por verse, lo claro es que esta derrota flagrante de las AFP (y de rebote de todos los cotizantes) es considerada como un triunfo pírrico por una izquierda populista que busca desmontar el modelo hasta de las formas más heterodoxas, aprovechando la dura coyuntura, aunque ha sido también la política en términos generales la que ha venido corrompiéndolo desde hace décadas. De esta manera al actual sistema previsional le restan sólo dos opciones de cara al nuevo Chile que se comenzó a construir desde el plebiscito: transperantarse o morir.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Dos procesos diametralmente opuestos

El pasado 3 de noviembre, se vivió una de las elecciones más polémicas y abatidas en la historia de Estados Unidos. Sólo a diez días del sufragio, se concluyó la proyección definitiva de los resultados electorales, posicionado al candidato demócrata Joe Biden con 306 votos electorales por sobre el actual Presidente y candidato republicano Donald Trump, que obtuvo 232.

Bajo fundadas sospechas de fraude (fue expuesto –por ejemplo- que sólo en la ciudad de Detroit se duplicaron cerca de 5000 registros de votantes y votaron más de 2000 personas registradas muertas, entre otras muchas irregularidades facilitadas por lo maleable del sistema de voto por correo), el actual mandatario norteamericano sigue desconociendo el contundente triunfo de Biden, extendiéndose la polémica no sólo a nivel de la muy militante facción nacionalista del partido republicano que apoya férreamente a Trump, sino también entre un insospechado electorado que sin ser el público objetivo de los republicanos (ejemplo: latinos y los afroamericanos), se inclinó por Trump, engrosando la no despreciable cantidad de 73 millones de votos, así mismo una diversa casta de analistas políticos y electorales ven en el rancio sistema electoral colegiado, la principal fuente de los problemas de representatividad en las elecciones estadounidenses y una puerta abierta a las maquinaciones sectoriales.

Se suma a lo anterior el juicio terminante de no pocos analistas internacionales que intuyen que el triunfo de Biden no implica sólo la alternancia de un demócrata en el poder, corresponde fundamentalmente al reposicionamiento del establishment económico globalista, identificado comúnmente bajo términos como el de “complejo militar-industrial” o “Estado profundo”, y cuyo incuestionable dominio en la política doméstica e internacional de Estados Unidos, fue iniciada al menos desde el gobierno de Bush padre a comienzos de la década de los ’90 y puesta en jaque desde la llega de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016, este último: defensor de una política industrial proteccionista y de un nacionalismo económico crítico de la globalización financierista, la cual en buena medida se basa en pura especulación bursátil (derivados, swaps…) y en el ampuloso posicionamiento de los monopolios tecnológicos (Microsofot, Amazon, Apple, Google, Tesla…) y energéticos, además de la transnacionalización sin límites de las inversiones y amago constante de fuga capitales hacia la cadena de valor de países en vías desarrollo o la módica y pujante industria china, todo lo cual ha ido en detrimento del país de origen, cada vez más afectado por los altos índices de desempleo, la quiebra de medianas y grandes empresas y la desprotección social.

Este Donald Trump, personaje mediático, pero outsider de la política, se ganó la enemistad de buena parte del planeta con su carácter agrio y su personalidad soberbia y flemática, sin embargo fue y sigue siendo la opción y esperanza de muchos estadounidenses que creyeron férreamente en su proyecto político condensado en la máxima “Make America Great Again” que persiguió a toda costa restablecer la economía doméstica, reactivando la industria y quitándole piso a los lobbys globalistas, además de formular el cese de financiamiento a la maquinaria de guerra en Oriente Medio, ordenando retirar parte importante de las tropas en Irak y Afganistán (en los límites que le fue permitido) y reduciendo incluso el contingente de la OTAN. Normal por tanto que todo el establishment norteamericano: desde la industria del armamento, a los especuladores bursátiles y grandes consorcios petroleros (con intereses creados en la desestabilización constante de los países del Cercano Oriente), se fueran en su contra, aceitando la maquinaria política, al Pentágono, a los medios de comunicación de masas y a las redes sociales, cuyos accionistas forman parte en las mismas redes, logrando imponer un “pensamiento único” anti-Trump y progresista a la opinión pública (es bastante ilustrativo, por ejemplo, cómo Twitter censuró descaradamente los tweets de DT o cómo los canales de televisión abierta optaron por “cortar” la transmisión a una cadena nacional del Presidente), frente a la cual además, la figura de Kamala Harris fue afianzada capciosamente con la causa del feminismo.

Muy curiosamente, la contracara del proceso estadounidense la vivimos en Chile el pasado 25 de octubre, cuando la opción del Apruebo se impuso apabullantemente con un 78% sobre el Rechazo (22%), en un mítico referéndum que no sólo dio la vuelta de página a la Constitución de 1980, fue significativamente también un revés al modelo económico neoliberal y al globalismo que este lleva implícito, en favor de oligopolios locales e internacionales que crecen desmedidamente cual “parásitos” (en palabras del analista lituano Daniel Estulin) a costa de las privaciones de las personas y al alero de los estados contra los cuales predican, los cuales sin embargo les confieren resguardo suficiente para sistematizar sus abusos. Resulta irónico entonces que quienes votaron y festejaron el triunfo del Apruebo en octubre, elogiaran hace dos semanas la seudo-derrota de Trump, más embaucados –quizás- por el discurso único de los medios, que motivados por la natural antipatía que genera el actual mandatario.

Conviene recordar sin embargo que sólo en el último año el mundo cambió y cambió para siempre. Imposible entonces que sigamos remando con los mismos paradigmas de antaño, legitimando castas políticas fracasadas y en gran medida responsables de la aguda crisis financiera e inestabilidad planetaria; siempre escudadas en un falaz discurso de democracia liberal que inspirado en la doctrina de Isaiah Berlin generó un infalible mecanismo de manipulación de masas que por un lado nos transmite una imagen hollywoodense sobre la administración, exaltando valores de gran cuantía para el género humano como el respeto por los DD.HH., la tolerancia y el pluralismo, mientras que las verdaderas acciones políticas, taponeadas bajo el silencio de los medios y capas de desinformación, apuntan en la dirección contraria, pautadas por una agenda aciaga, hecha a la medida de los intereses corporativos y jamás del común de las personas. Es por ello que como bien expresó la economista italiana Ilaria Bifarini: “Este no es el momento para los moderados, los moderados son de hecho nuestra perdición”. Donald Trump no tiene ni el carisma de Obama, ni la aparente caballerosidad de Biden, pero sus cuatro años de gobierno definitivamente fueron mucho menos nocivos para el mundo que los ocho anteriores en que el afroamericano fue Presidente y Biden su Vicepresidente.

En palabras del gran analista geopolítico libanés-mexicano Alfredo Jalife, lo que Trump denuncia no es sólo un fraude electoral sino un “fraude sistémico” que lo compromete todo: desde las instituciones y el sistema electoral colegiado a las encuestadoras (que sobreestimaron convenientemente el triunfo de Biden), los mass media, las RRSS y el mundo corporativo. Esperemos que el resto del planeta no resienta una vez más los coletazos de esta pugna de poderes al interior de la principal potencial mundial hoy venida a menos.

sábado, 24 de octubre de 2020

El trilema de Rodrik y el dilema de Chile: ¿cómo subsanar las deficiencias del modelo económico?

 

El pasado mes de junio, el laureado economista turco Dani Rodrik recibió el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, en reconocimiento a su trabajo dedicado al estudio de la globalización, las desigualdades inherentes al modelo económico neoliberal y su compromiso por reconstruir y humanizar la economía global, integrando a la bonanza a una creciente colectividad que hasta hoy no ha obtenido grandes beneficios del proceso globalizador y muy por el contrario, se han visto perjudicados en la cabal apertura de fronteras frente a criterios de eficiencia, especialización, automatización/sistematización y transmigración del capital productivo, los que  a su vez propician la concentración económica, el aumento del desempleo en los países medianamente desarrollados e incremento del subempleo y de la economía sumergida (incluyendo el lavado de activos y el narcotráfico) en los países en vías de desarrollo.

Rodrik -a la postre pariente de la afamada diseñadora de vestuario Sarika Rodrik- nació en Estambúl en 1957 en el seno de una familia judía de origen sefardí, se graduó en la Universidad anglófona Robert College para luego proseguir un doctorado en economía en Harvard y un máster en administración pública en Princeton; al día de hoy imparte clases de Economía Política Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard y es reconocido como uno de los economistas más influyentes del mundo. 

No es inédito el vínculo  de los intelectuales judíos con la economía, siendo acreditados desde inicios de la disciplina con David Ricardo, y destacando en todas las escuelas, desde los intelectuales marxistas principiando por el propio Karl Marx (Issak Rubin, Rosa Luxemburgo, Ernest Mandel, Immanuel Wallerstein, Noam Chomsky) y los economistas keynesianos (Erwin Rothbarth, Joseph Stiglitz, Paul Krugman) a los popes de la escuela austriaca (Ludwing von Mises y Murray Rothbard) y de la escuela de Chicago (Milton Friedman y Merton Miller), estas últimas origen del pensamiento económico heterodoxo, del monetarismo y del neoliberalismo que comenzaron a germinar en Chile a fines de los años ’50 y se hicieron monopólicos desde la década de los ’70 con el gobierno militar y su manual de ajuste: la Constitución de 1980.  

Los planteamientos de Rodrik, consistente crítica al neoliberalismo, se condensan en su famoso “trilema”, el cual expone que la globalización económica ha alcanzado un tope y hoy se enfrenta a una compleja disyuntiva, donde entre tres alternativas a escoger los países inmersos en el sistema, sólo tienen capacidad de conjugar dos, las alternativas son:

Hiperglobalización económica

Solidez democrática

Soberanía nacional

Sobra destacar que cada una de estas tres son imprescindibles llaves hacia el crecimiento y prosperidad que toda nación (y las élites que las gobiernan) persigue. Pero el trilema es real y es así como muchos países (caso de Chile) han debido enfrentarlo renunciando a la soberanía nacional con tal de privilegiar los aportes de la globalización y el quid ideológico de la democracia pluralista para gravitarlos. Otros, impedidos de sobrevivir sin la globalización, han optado por mantener férrea la soberanía nacional sacrificando la democracia, es el caso de ricos países, pero en extremo conservadores y apegados a las tradiciones como Arabia Saudita y Emiratos Árabes, pero también es el muy ilustrativo caso de China.

Por su parte, otros países están sacrificando las ventajas de una hiperglobalización para robustecer la soberanía nacional y mantener la cohesión democrática, es el caso de Estados Unidos en la era Trump, empecinado en poner cotos a la globalización económica (que antaño liderara e impusiera a otros países) con el fin de salvaguardar la industria nacional, amenazada en tiempos globales por la mayor eficiencia del industrialismo chino. Este escenario nada baladí, tuvo su mayor destello en la Guerra Comercial iniciada en 2018 por Estados Unidos no sólo en contra de China, sino también en plan de intimidación contra todo país que privilegiara su comercio con el país asiático, afectando gravosamente las exportaciones de acero, petróleo, soya, plata y cobre, entre otros muchos productos de primer orden para consumo y manufactura.

Persiste en Chile un sorprendente desfase en la lectura del contexto global y aun muchos parecen no haberse dado cuenta de lo que por años consideramos un modelo económico exitoso, actualmente está siendo duramente cuestionado hasta por quienes lo impusieron en Latinoamérica vía Consenso de Washington o vía golpe de Estado (en el caso chileno), pero que curiosamente es la apuesta de futuro de países como la China capitalista, comunista y no democrática que tiene a su haber grandes proyectos de infraestructura global como la Nueva Ruta de la Seda, del que ningún país se quiere sustraer.

No es casual hoy en día el revenir de una derecha tradicional soberanista que se expresa desde el aparente “populismo” de Donald Trump o Viktor Orban en Hungría, a movimientos contra-hegemónicos de corte neofascista y anti-globalista en la sociedad civil, caso de CasaPound en Italia o el Amanecer Dorado en Grecia y procesos políticos de retracción como el Brexit. También reviene una izquierda anti-progresista que ve en la globalización el summum del imperialismo y las relaciones centro-periferia. La razón tras este quiebre, se explica buenamente en el trilema de Rodrik, quien además considera entre los perdedores de este estadio de globalización no sólo a los pobres o a los trabajares poco cualificados marginados del sistema, sino también a importantes grupos empresariales y lobbys industriales impedidos de competir con la exportación extranjera, no al menos sin mediar fuertes medidas proteccionistas (iliberales) del Estado como afanosos impuestos a la importación, subsidios y dumping.  

Explicado el trilema de Rodrik, nos resta hablar del dilema de Chile: ¿equidad? o ¿crecimiento?, dilema que durante años ha dejado al margen el “y”, agudizado por el fundamentalismo neoliberal para el cual la posibilidad de consolidar unidos equidad y crecimiento viene siempre aparejada de la teoría del chorreo, que dicho sea de paso no es tal cosa, o al menos no tiene ninguna posibilidad de prosperar en un país como el nuestro donde la inequidad en la distribución de los recursos es escandalosa, a tal punto que el 20% más rico acapara sobre el 70% de la riqueza nacional (sólo el 1% más rico concentra el 33%) y donde a lo menos un 17% de chilenos vive por sobre el umbral de sus posibilidades, es decir agudamente endeudados. Un país donde además en espacio de pocos kilómetros coexisten comunas con estándares de vida centroeuropeos y otras muchas no muy distantes al de países centroamericanos como Nicaragua, Salvador o Guatemala. 

Existe hoy un criterio de convergencia frente a la necesidad de reformar el Estado y en el que parecen estar de acuerdo los más diversos actores políticos desde la centro-derecha a las filas del Frente Amplio, el núcleo de este eje ha sido la Nueva Constitución en el debate plebiscitario; aunque desde ya es posible adelantar que no se logará superar el persistente dilema y que cualquier Constitución a la larga no será más que letra muerta, a menos que se consoliden una mayor presión fiscal y un mayor gasto social, equiparables al resto de países de la OCDE. 

Como lo he destacado muchas veces, la crisis de la democracia es global y el proceso que venimos viviendo en Chile desde el 18 de Octubre del año 2019 es sólo la expresión local de esta crisis, aunque extremada por las persistentes inequidades  y la atemporalidad estamental de una rígida pirámide social heredada de tiempos de la colonia, pero que no se condice con la sociedad altamente compleja e ilustrada que somos hoy en día. El peligro de un crecimiento sin equidad no es sólo la inminencia de un nuevo estallido social, sino también el asecho del populismo, de los extremismos políticos y de la injerencia extranjera, que toman partido de las debilidades de los países de dar cara a los embates de la globalización.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Apruebo vs Rechazo: ¿una Constitución actual? o ¿la actual Constitución?


Dentro de sólo 48 días los chilenos dirimiremos el futuro de la norma jurídica de mayor jerarquía del Estado: la carta magna elemental, nuestra Constitución Política que en un proceso abierto y democrático volverá a reivindicar al "Poder Constituyente Originario": la nación, que más allá de qué opción (#Apruebo o #Rechazo) triunfe el próximo 25 de octubre, será lo que determine la vigencia de la actual carta o su virtual culminación, legitimando el ordenamiento jurídico a través de la participación efectiva. 

Para los partidarios del #Rechazo esta es la oportunidad de asentar y reivindicar la Constitución  de 1980, para que desde la ratificación plebiscitaria cese de ser oficialmente "la Constitución de Pinochet" con toda la carga simbólica que ello implica. Para quienes sostienen el #Apruebo será esta la instancia tan esperada de institucionalizar los cambios culturales que ha vivido el país en los últimos cuarenta años, además reformar al Estado de cara a los complejos desafíos que vienen e incoar la apertura de todos aquellos blindajes y amarres en que la actual Constitución no ha permitido "correr el listón".

Cabe destacar que el proceso constituyente se compone en 4 etapas: la primera que comienza el próximo 25 de octubre consta de dos cédulas electorales: la primera expone la opción de #Apruebo o #Rechazo y la segunda determina qué órgano debe redactar la Nueva Constitución: Opción 1: Una Convención Constitucional, integrada exclusivamente por representantes elegidos popularmente vía Sistema D'Hont u Opción 2: Una Convención Mixta Constitucional, integrada en partes iguales por miembros elegidos popularmente y parlamentarios en ejercicio.

La segunda etapa presupone el triunfo de la opción #Apruebo y consiste en la elección de candidatos constituyentes populares: 86 representantes para la Convención Mixta y 155 representantes (de 28 distritos) para la Convención Constitucional, asegurándose criterio de paridad de género sólo en el caso de la Convención Constitucional. La tercera etapa sería la redacción de la Nueva Constitución Política que tiene un límite de 9 meses, prorrogables por otros tres.

La cuarta etapa y final sería el plebiscito de salida o de ratificación convocado por el Presidente de la República: en este se hace llegar el proyecto de una Nueva Constitución a la ciudadanía para que contrastándolo con la Constitución Política actual sea oficialmente aprobado o rechazado. En caso de que la ciudadanía rechazara el proyecto de Nueva Constitución, seguirá vigente la actual Constitución de 1980 y en caso de que la ciudadanía apruebe la Nueva Constitución, el Presidente deberá convocar al Congreso Pleno para que en un acto público y solemne se juramente respetar la nueva carta magna del Estado que será publicada y oficializada dentro de los siguientes 10 días en el Diario Oficial.

El plebiscito que estamos próximos a enfrentar es el axioma hacia una democracia de alta intensidad (más integrada, multinivel e igualitaria) o poliarquía en términos del politólogo estadounidense Robert Dahl. No obstante no faltará de que aquí al 25 de octubre la acción anti-cívica y propagandística de grupos que pretenden minar el proceso, incitando la violencia unos y diseminando bulos, desinformación y campañas del terror los otros. Debemos cuidarnos de no ceder ante el maniqueísmo que nos proponen ni en su simplificadora y nefasta tendencia de recrear las barras bravas en política, pues sobra señalar que toda forma de fanatismo puede mancillar irremediablemente el proceso.

Hoy somos una sociedad mucho más compleja que hace 30 o 40 años e independiente de cuál sea la vía (enmiendas sustanciales a la actual Constitución o Nueva Constitución) impera el trazado de ruta hacia una contundente reforma del Estado de manera que podamos absorber en buena forma los embates que nos depara el presente y el futuro más cercano,  tales como: adaptación al cambio climático, sustentabilidad y expansión de la economía circular, automatización, industria 4.0, cooperativismo, comercio justo, reforma sanitaria, reforma al sistema educativo, reforma al sistema previsional, demanda por mayor autonomía de los gobiernos locales, economía de bloque, reforma tributaria, integración y política migratoria, etcétera. ¿Podemos seguir remando con el "principio de subsidiariedad" en este nuevo contexto y en pleno siglo de la inteligencia colectiva?.

Finalmente, vale recalcar que un potencial cambio de Constitución no es un salto al vacío ni equivale a firmar un cheque en blanco como apunta una amplia generalidad de detractores del #Apruebo. El bulo de la hoja en blanco es improcedente en un país con casi 200 años de tradición constitucionalista, ergo el espíritu de las leyes subyace a todo ordenamiento jurídico chileno desde 1833 a la fecha. La Constitución regula los tres poderes del Estado y a los organismos públicos de rango constitucional, otorgando la actual Constitución de 1980 espacios de autonomía a organismos como el Tribunal Constitucional, la Contraloría General de la República, el Tribunal Calificador de Elecciones y el Banco Central de Chile, autonomía que es saludable y debiera permanecer intacta en una Nueva Constitución.

martes, 18 de agosto de 2020

El realismo geopolítico de Samir Amin

El pasado 12 de agosto se cumplieron dos años de la muerte del intelectual egipcio Samir Amin (1931-2018), sin lugar a dudas una de las más grandes luminarias del pensamiento geopolítico planteado desde el sur global, autor de una prolífica bibliografía que construyó en el transcurso de los últimos 60 años.

De profesión economista y cientista político, formado en las más prestigiososas universidades de París, Amin desarrolló un pensamiento crítico marxista; donde la teoría de la dependencia (centro-periferia) y la visión wallersteiniana del "sistema mundo" configuran importantes ejes en su robusto examen contra el global-capitalismo que en su aguda actual decadencia se exterioriza en la constante necesidad de guerras, invasiones y saqueos a países del Tercer Mundo, en las que el hegemón estadounidense ha llevado la batuta en las últimas tres décadas, arrastrando a "la tríada capitalista" completada por Japón y Europa.

El estudio de la geopolítica se conforma por cuatro estadios: Geopolítica clásica, geopolítica tradicional (o de la Guerra Fría), geopolítica crítica y geoeconomía; ninguno de los cuales puede decirse "idealista". La geopolítica es la máxima expresión del realismo político (realpolitik) el estudio del poder militar y económico de las naciones al desnudo y su capacidad de influir en la configuración del orden mundial a partir del balance de poderes, del influjo (económico, político, cultural o de poder blando), la contención y la capacidad de chantaje. En este sentido decir "realismo geopolítico" es acuñar una redundancia conceptual, aunque desde luego en el periodo de entreguerras y al cabo de la Guerra Fría el idealismo liberal intentó revertir sin éxito la doctrina geopolítica a partir de preceptos nobles pero volátiles como "la autodeterminación de las naciones" (W. Wilson) o peligrosas utopías -para el caótico momento unipolar- como "El fin de la historia" (F. Fukuyama).

Teniendo en consideración lo arriba expuesto es que -a mi parecer- Samir Amin mucho más que un pensador neomarxista centrado en el paradigma de la lucha de clases, fue un pionero de la geoeconomía que antecedió en décadas a toda una saga de intelectuales en la línea de Edward Luttwak y fue evidentemente también un desapacible realista geopolítico, en la tradición de un Morgenthau, de un Kissinger, de un Cohen o de un Brzezinski, pero observando el mundo desde el reverso del planisferio, enarbolando naturalmente las luchas de resistencia del Tercer Mundo, del independentismo, las terceras vías (Conferencia de Bandung) y las estrategias de cooperación económica sur-sur (como el BRICS) de cara al pensamiento de los referidos intelectuales euro-estadounidenses que encarnan en sus manuscritos la más cruda geoestrategia del imperialismo militar y económico. 

Es así como provisto de una clarividencia equivalente a la de su también compatriota Eric Hobsbawm, de un activismo no menos diligente que el de Chomsky y de un rigor matemático-economicista que difícilmente cae en lo abstracto, en sus múltiples conferencias y libros Amin no sólo denunció los embates velados o descarados del global-capitalismo, sus fraudulencias y extrema facilidad para privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, señaló también cursos de acción para romper la dependencia centro-periferia y mitigar un orden económico insolidario que a su entender sólo ha oscilado entre sucesivas crisis y burbujas, aproximándose en el último decenio a un certero colapso que es muy probable estemos resintiendo actualmente.

Citas de Samir Amin:

lunes, 10 de agosto de 2020

Difícil de digerir

El pasado 4 de agosto, la catástrofe azotó una vez más a Beirut. En esta ocasión se trató de una dantesca explosión en pleno puerto de la ciudad, que más que un incendio de insumos industriales (o eventualmente bélicos) pareció un ensayo atómico; con todas las características de los que usualmente realiza Corea del Norte en el Océano Pacífico o de las más veladas pruebas de armamento de destrucción masiva que desarrolla el ente colonial israelí en la devastada Siria. 

Mi tesis sobre lo que ocurrió hace cerca de una semana en el Líbano  la expuse en dos hilos de Twitter: uno del 5 de agosto y otro del 7 de agosto que invito a revisar. En ambos no tengo reparos de apuntar a quien es para mí el primer gran sospechoso de maquinar y beneficiarse de la gran detonación: la Israel de Benjamin Netanyahu y de a poco las evidencias parecen darme la razón y es que no es poca cosa que la explosión en sí haya suscitado dudas en los más expertos, entre los que destaco las observaciones del ingeniero en explosivos Danilo Coppe, tampoco es sutil coincidencia que en 2018 el propio Netanyahu expusiera ante la Asamblea General de Naciones Unidas una imagen satelital de la zona cero, señalándola como un depósito de armas de Hezbollah, si se suma a lo anterior el regocijo de un ex miembro del parlamento israelí quien cree y espera que su país haya estado detrás de lo ocurrido en Beirut, el puzzle se completa solo.

Lo anterior calza perfecto en la lógica de "guerra preventiva" que lleva a cabo el ente colonial (desde al menos 1967) y para la cual literalmente TODO VALE en pos de empoderarse geopolíticamente en la región, desde arrasar y colonizar las tierras de los palestinos (expandiendo año a año los asentamientos y pretendiendo en la actualidad el control completo de Jerusalén y Cisjordania, todo bajo el silencio cómplice de la Comunidad Internacional) a destruir países completos en el caso de Siria, valiéndose de ataques con misiles, drones, formación, financiamiento y entrenamiento de células terroristas adoctrinadas bajo el fanatismo wahabí y salafista, del cual son intermediarios sus ricos y amorales socios saudíes que junto con EE.UU. invierten en la sempiterna política (iniciada por los británicos a comienzos del Siglo XX) de polarizar, desestabilizar y balcanizar constantemente la región.

El Líbano tiene además un contendiente fronterizo con Israel a causa de yacimientos petroleros (aún no explotados) que se disputan en el limen de su mar territorial; mereciendo este capítulo una particular atención, tanto en lo respectivo a los intereses nacionales sionistas como a los que derivan del avasallador esquema imperialista económico que coliga los objetivos del hegemón estadounidense -y de sus aliados- con el de las grandes firmas petroleras (Total, Mobil, Shell, Exxon, etcétera) y el brazo financiero de la globalización; que tiene en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional articuladores que direccionan la política fiscal, tributaria, monetaria y hasta doctrinaria de los países feudatarios. Líbano a la fecha adeuda 150% de su PIB al FMI, institución que apronta un nuevo préstamo que terminará de hipotecar su ya residual soberanía.

Un país destruido -como hoy es el Líbano- entre la anomia política, las sanciones económicas occidentales, la deuda externa y ahora la catástrofe, se convierte al final del día en el motín de guerra perfecto para que la decadente maquinaria occidental consiga engullirlo; entre tanto los libaneses han vuelto a fragmentarse en todas sus diferencias (religiosas, políticas, económicas, culturales), reprochando en general la inoperancia de un gobierno que es el eco degradado de la convergencia colonialismo-feudalismo en que complotan desde siempre las élites (y hasta los sistemas políticos) de los países subdesarrollados con sus mandantes del Primer Mundo. Conviene no olvidar, sin embargo, que para bien o para mal el Líbano es y siempre será un apéndice de la Gran Siria, ergo su sino vital es la resistencia.

domingo, 10 de mayo de 2020

Las seis guerras de Trump en medio de un mundo clausurado y convulsionado



2020 comenzó siendo un año bastante agitado en términos geopolíticos: a sólo tres días de comenzar el nuevo año, el operativo estadounidense que terminó con la vida del general iraní Qasem Suleimani en Irak, amenazó con sacudir aún más el ya inestable shatterbelt que es Oriente Medio, toda vez que la escalada bélica definitiva entre EE.UU. e Irán pareció extremadamente factible. El conflicto que aparentemente fue aplacado entre las amenazas tuiteras de Donald Trump de destruir 52 objetivos cívico-arqueológicos iraníes y una represalia de misiles a dos bases estadounidenses por parte de Irán, sólo dejó más dudas que certezas respecto de la débil frontera entre la dimensión mediática y la beligerante de una desaveniencia que data desde la Revolución Iraní de 1979 y que a la fecha se sustenta en tres pilares: 1) el programa nuclear iraní, 2) la geopolítica del petróleo en el Golfo Pérsico y 3) el respaldo estadounidense al régimen colono de Israel y a la petromonarquía saudí.

El asesinato de Suleimani (que pudo llegar a ser la chispa de una seguidilla de guerras a gran escala en Oriente Medio, involucrando a actores regionales y globales), sumado las olas de descontento social en todo el mundo, con las cuales se concluyó 2019, no hacían augurar un 2020 bonacible ni estable, si sumamos a lo anterior el cisne negro que se venía gestando desde diciembre de 2019 en Wuhan, China: el cóctel hacia la hecatombe estaba declarado. El "peor de los mundos" que vivimos hoy, sin embargo, ya estaba predicho y para registro -con o sin virus- quedan los cientos de análisis y documentos escritos por analistas políticos, estudiosos de la geopolítica, economistas y teóricos de las RR.II. que preveían que la llamada era Trump sería convulsa, por el programa de gobierno en sí (giro industrial-proteccionista abrupto en la economía, contención de China, política anti-inmigrante, agenda evangelista...) y por acoplarse la aguda crisis económica del sistema financierista neoliberal anunciada desde 2014 y que muchos auguraban sería resistida por Wall Street hasta finales de 2020, posterior a las elecciones presidenciales en EE.UU.

En cuatro años, el lenguaje beligerante de Donald Trump no ha hecho más que extremarse, empleando las RR.SS. -y en particular Twitter- como principal plataforma para tocar las emociones de su bien definido electorado (blancos republicanos de estrato étnico anglosajón pero de bajos recursos, llamados despectivamente recknecks o white trash, conservadores ultra-religiosos del bible belt y operarios del rusty belt: regiones industriales que se encuentran hace décadas de capa caída frente al capital expatriado y que están en pie de guerra contra la inmigración laboral, especialmente la de origen latino o mexicano) que abraza con aliento religioso la consigna "Make America First Again". Aquel lenguaje de guerra describe una contienda amplia tanto en lo interno como externo: local y global, con Trump asumiendo un rol seudo mesiánico y redentor en tiempos de crisis. Las guerras de Donald Trump son el argumento que desarrollaré a continuación, analizando cada una de sus seis dimensiones.

1. Guerra electoraria contra Biden y el "Deep State"

El primer martes de noviembre, se oficiará en Estados Unidos las próximas elecciones presidenciales para escoger al 46avo Presidente de esa nación. La dura contienda electoral entre demócratas y republicanos, que en el ritual político acontece cada cuatro años, en la práctica es una guerra constante que moviliza full time el actuar y las agendas corporativas, sectoriales y de los distintos grupos de presión y movimientos sociales, dentro y fuera de los EE.UU.; instrumentalizando para fines netamente electoreros los medios de comunicación cooptados y las redes sociales también cooptadas (Facebook, Twitter, Youtube, etcétera) por ambos sectores políticos, para difundir acusaciones, difamaciones, y hasta fake news, además de azuzar las "barras bravas" y generar direccionamiento cibernético del voto vía logarítmica con el fin principal de atraer el "voto flotante" hacia alguno de los dos bloques de este sistema en extremo binominal y limitado en representatividad democrática, que emplea además mecanismos propios del siglo XIX, como su polémico sistema de electores.

Mapa electoral de los EE.UU. y la cantidad de electores por cada uno de sus 50 estados.

Tras los sucesivos episodios de ese verdadero reality show titulado "los supermartes", sin gran sorpresa logró imponerse en la vereda de los demócratas la candidatura de un débil Joe Biden (77 años) -convertido en Goliat por los intereses del deep state (el complejo militar-industrial y financiero que gobierna verdaderamente EE.UU. desde los lujosos despachos del lobby)- frente a un aguerrido y altamente popular Bernie Sanders (78 años), que a causa de su militancia en el ala socialista del Partido Demócrata y por prometer las profundas transformaciones político-social-económicas que requiere EE.UU. (lo cual se corroboró tras la crisis pandémica) fue desestimado por la maquinaria oculta, que inclinó la elección al candidato de George Soros y sus huestes. Biden representa una linea de continuismo con el régimen de Obama, Hilary Clinton y la política beligerante e imperialista que formuló las "Primaveras Árabes" en 2010, concluyó con la invasión de Siria y la destrucción de Libia, empleando drones con bombas, contratistas de guerra o mercenarios y creó, armó y financió nuevas células terroristas como el Daesh para mantener desestablizada la región.

La "trama ucraniana" que desató el fallido impeachment contra el actual Presidente Trump, desprestigió también al ya per sé débil Joe Biden, dado que su hijo Hunter fue uno de los principales implicados en el tráfico de influencias y supuesta implicación en negocios oscuros con la empresa gasífica Burishma Holdings, redes que Trump pidió develar al Presidente ucraniano Volodomir Zelensky con el fin de mancillar a Biden y complicar su candidatura en 2020. Estos hechos que narran sólo una mínima parte de los mafiosos manejos tras bambalinas del poder estadounidense, estuvieron a punto de comprometer la elección de Biden, abriendo posibilidades al magnate de las comunicaciones Michael Bloomberg (78 años) y al candidato popular Bernie Sanders; candidaturas que antes de ser declinadas en las urnas, fueron desestimadas por el poder económico, reposicionando a Biden, el candidato de George Soros: aquel mega especulador bolsista y empresario globalista de origen judeo-húngaro, cuya agenda progresista ha sido acusada de injerencismo por los mandatarios de varios gobiernos conservadores como el de Hungría, Italia o la Israel de Netanyahu.

Pese al desprestigio de los Biden tras la "trama ucraniana" (de la cual salió airoso Donald Trump) y la tibia adhesión que genera en los electores demócratas la figura de Joe, la contienda Trump-Biden continúa invariable como era previsible desde hace tres años, esto facilitado además por el hecho de que en la vereda republicana no hay contendientes de peso que puedan ganar espacios a Trump. Así, hasta poco antes de que la pandemia del COVID-19 azotara duramente a EE.UU., Trump pudo sentirse seguro de competir en noviembre contra un raquítico Biden, sin embargo los punzantes cuestionamientos al manejo político de la crisis y la realidad develada de un EE.UU. estructuralmente pobre dan una ventaja inesperada a Biden que podría traducirse en triunfo electoral en la que hoy es tal vez la principal y más dura de las contiendas personales que enfrenta el Presidente Donald Trump: la guerra electorera contra el deep state demócrata y su gran enemigo ideológico George Soros.

2. Guerra comercial y tecnológica con China

Para muchos se trata de "la madre de todas las batallas" que enfrenta Trump y la que más debiese interesar y preocupar al resto del planeta, dada la enorme importancia geopolítica y geoeconómica de los contendientes, que para el caso de Chile (como en el de muchos otros países) representan nuestros dos principales mercados compradores. Por si fuera poco, el desarrollo tecnológico mundial de los próximos 20 o 30 años será definido por Estados Unidos y/o China, cosa que ya viene ocurriendo en la llamada "guerra del 5G", seguida por la automatización y la inteligencia artificial. Dicho esto, a nadie debiera caer duda a estas alturas que las tensiones judiciales con Huawei en 2018 o la Guerra Arancelaria de 2018-2019 son algunas de las más mediáticas manifestaciones de la actual Guerra Fría sino-estadounidense, que en el campo geopolítico se ve expresada en las tensiones en el Mar de China, como también en la guerra de imputaciones diplomáticas entre ambas potencias (y el propio Trump por el lado de EE.UU.) que han instrumentado políticamente la insual pandemia del COVID-19.

En el mapa: los tramos marítimo y ártico del proyecto BRI o Cinturón y Nueva Ruta de la Seda.

Hasta el momento y pese a ser un régimen totalitario de partido único, con  mezcla de matices comunista, confucionista y capitalista; China ha jugado en RR.II. bajo las reglas dictadas por los hegemones occidentales en el siglo XX, reglas que ya no se corresponden con el mundo actual que avanza a toda prisa sobre la preeminencia de Asia (con las pujantes economías de China, India, Japón y países del Sudeste asiático) en detrimento de Europa. China: el principal país vendedor del mundo, es hoy sinónimo de infraestructura y crecimiento económico descomunal que en datos duros se expresa en los 10 millones de personas que rescata de la pobreza cada año o en los 8 multimillonarios que emergen cada mes de sus ciudades. El chorreo de su ingente potencial hacia el resto del planeta, se verá aún más incrementado a partir de sus ambiciosas iniciativas comerciales, de mercado común e infraestructura logística como son el RCEP en Asia-Oceanía y el Cinturón y Ruta de la Seda terrestre en Eurasia, que contará además con tramos marítimos y árticos para estrechar distancias en todo el planeta con la nueva meca del capitalismo, bajo contexto de una revitalizada globalización, probablemente más mercantilista que financierista.

La nueva posición de China preocupa en extremo a los policy makers estadounidenses, sean demócratas o republicanos, al extremo de colocar a China en el centro de la cartilla estratégica, empleando el juego geopolítico y geoeconómico de la contención (así lo atestiguan los propios documentos de la Estrategia de Seguridad Nacional y la Estrategia de Defensa Nacional); que en traducción de muchos analistas significa que EE.UU. echará mano de todos los mecanismos y artilugios posibles para retener la expansión económica y tecnológica china, incluida la guerra sucia, a lo que cabe preguntarse: ¿no estaremos viviendo en este preciso momento las externalidades y estragos que implican estas maniobras?. Lo realmente preocupante en el mundo hípercontectado en que vivimos, es el hecho de que algunos de los principales actores no juegan limpio. 

3. Globalismo vs Nacionalismo Económico

En 2019 el doctor y geopolítico mexicano Alfredo Jalife-Rahme, publicó un libro titulado "NACIONALISMO CONTRA GLOBALISMO. Dicotomía del siglo XXI antes de la Inteligencia Artificial" que a grandes rasgos explana la que es hoy una de las principales tensiones en el seno del poder estadounidense: la pugna entre globalistas y nacionalistas, que trasvasa la clásica dicotomía entre conservadores (republicanos) y liberales (demócratas) o la ya vetusta lógica derecha-izquierda en el plano electoral estadounidense. A modo de ejemplo: Donald Trump y Bernie Sanders serían nacionalistas económicos vs los globalistas Joe Biden, Obama, los Clinton y en su momento Bush padre y Bush hijo; hecho que representa la confrontación de dos proyectos político-económicos a partir de los cuales Estados Unidos ha enfrentado el mundo desde la caída de la Unión Soviética a comienzos de los '90.

Libro de Alfredo Jalife

El giro nacionalista que representa la llegada de Trump a la Casa Blanca en 2017 se resume en la consigna "Make America First Again" que más que un simple slogan electoral es un compromiso a levantar la moral estadounidense apuntando a los millones de trabajadores que en los últimos años perdieron sus empleos en las grandes industrias nacionales que trasladaron su producción a China, la India, México y otros países con regulaciones laborales menos inflexibles y mano de obra más barata; como así mismo una pancarta racista que excluye y golpea directamente a la mano de obra inmigrante (incluidos los dreamers), especialmente a los de origen mexicano e hispano, contra quienes el muro que separa al Primer Mundo del Tercero en la frontera con México, es la manifestación física de un lenguaje político de guerra.

La contracara del modelo nacionalista, es el globalismo de corte financierista (en lo económico) y progresista (en lo ideológico) cuyos principales intercesores a nivel mundial son Wall Street y el mega-especulador George Soros; el objetivo de la agenda Soros (replicado en su fundación Open Society, en las cientos de ONGs que financia en la mayoría de países y hasta en ciertos programas de la ONU) es derribar todas las barreras al libre tránsito de factores financieros y productivos, lo cual implica permear todas las barreras soberano-estatales al capital económico, maquinarias, mercancías y personas, además de operar en el discurso de la integración (racial, religiosa, cultural, de género) para facilitar los cambios de paradigma. Esto le ha valido a Soros serias acusaciones sobre injerencia migratoria, acusándolo de canalizar entre muchas otras, las migraciones africanas a las costas del sur de Italia, de inmigrantes sirios a Europa, de haitianos a Chile y de centroamericanos a EE.UU., generando en esta última el choque de agendas con el nacionalista Trump, quien al enfrentar en noviembre a Biden, estará compitiendo realmente contra tres poderes: George Soros, el deep state y Wall Street.

4. Oriente Medio, petróleo, la OPEP y las guerras de Israel

Previo a su elección en 2017, Donald Trump acusó en varias ocasiones lo que es una verdad incuestionable: el hecho de que los conflictos y el terrorismo en Oriente Medio son una creación que obedece estrictamente a la política exterior de EE.UU., especialmente a la geopolítica energética y del petróleo. Sujeto a lo mismo prometió retirar las tropas estadounidenses de la región para limitar (a su juicio) el despilfarro de un Estado altamente endeudado y de paso terminar con la farsa de la "Guerra contra el terrorismo" iniciada por Baby Bush en 2001. Una vez en el poder, sin embargo, Trump trastocó su discurso inicial (presumiblemente presionado por el complejo militar-industrial o deep state) al punto de -por ejemplo- ordenar la retirada de tropas en Siria y al poco tiempo reubicarlas en puntos estratégicos, cercanos a pozos petroleros. 

Recursos que se continúan disputando en Oriente Medio, Asia Central, el Cáucaso y el Mar Negro (en torno a Ucrania). Regiones prolíficas en petróleo y gas.

Evidentemente, no es tan fácil salir del laberinto de Oriente Medio, especialmente del norte del creciente fértil (Siria-Irak) donde las reservas de petróleo y gas explican por sí solas buena parte de la geopolítica del siglo XX. Salir de la región significaría dejar el paso libre a Irán para reconfigurar el equilibrio de poderes en la región y complicar la existencia del sempiterno aliado estadounidense: Israel, así mismo se daría luz verde a Rusia en el control de la OPEP (Organización de Paises Productores de Petróleo) desde su fuerte alianza con el gran productor y hegemón del Golfo Pérsico que es Irán y su cada vez más impetuosa presencia en Siria. El otro aliado estadounidense en la región: Arabia Saudita, es un país poco querido en el mundo árabe-levantino (Siria, Líbano, Palestina) y hasta entere vecinos peninsulares (Yemen, Catar) que tienden a Irán (un país no árabe); así dicho EE.UU. no saldrá del Medio Oriente mientras su influencia en la OPEP y la seguridad de Israel queden comprometidas.

La guerra de Trump en el frente de Oriente Medio es una guerra propiamente geopolítica y geoeconómica que visiblimente le incomoda, pero que es encomiada a más no poder por los halcones (más fieles al deep state que a Trump) que le susurran al oído: en especial, el ex-director de la CIA Mike Pompeo. El principal contendor en esta guerra es Rusia y en segundo término Irán; de cara a Rusia la trama geopolítica es secundada además por los eventos de Ucrania (la cuestión de Crimea y las tensiones en el Donbáss) donde EE.UU. ejerce también su influencia de contención en una región fundamental para el empoderamiento geopolítico ruso, y en el boicot estadounidense al gaseoducto Nord Stream 2 que conectará Rusia con Alemania, haciendo más dependiente a Europa del abastecimiento energético del heartland: de una Rusia que ya no es el corazón de un estructura oxidada como en tiempos de la Unión Soviética ni el vasto país rural de los corruptos kulaks. La Rusia de Putin apuesta a ser un tercer hegemón detrás de China y EE.UU., uno que ejercerá una importante influencia en el corazón de Eurasia, definiendo en lo mediato los destinos de Oriente Medio, Europa Oriental, Asia Central y parte del ártico.

5. Venezuela y el "Patio Trasero"

EE.UU. no intervendrá Venezuela hasta que el contendiente geopolítico y el equilibrio de poderes con Rusia en las regiones Oriente Medio, Ucrania y el Mar Negro quede completamente zanjado a favor de Rusia. Lo que hoy estamos presenciando es la antesala del "re-Orden Mundial" (en palabras de Alfredo Jalife) al cabo del cual el mundo podría tornarse tripolar desde las hegemonías de China, EE.UU. y Rusia repartiéndose el mapa político; esto podría implicar que EE.UU. vuelva (y de hecho lo está haciendo) a enfocar su atención en el patio trasero (Latinoamérica), dejando de intervenir en las cuestiones de Oriente Medio (una región que le está quedando cada vez más grande y lejana) y balanceando sus intereses energéticos con el petróleo y las tierras raras de Venezuela y México, además del litio y el gas de Bolivia, entre otros.

Cantidades de petróleo exportadas por Venezuela a sus principales mercados compradores en 2018 (en miles de unidades de barriles/día). Fuente: Center For Strategic & International Studies

El golpe de Estado del pasado noviembre en Bolivia fue una jugada directa de EE.UU. que desterró la agenda indigenista-nacionalista-estatista (pro China, pro Rusia y pro Irán) para instalar en su lugar una con los colores propios de la administración Trump (derecha política, evangelismo sionista, liberalización de la economía, apertura diplomática a EE.UU. e Israel, etcétera); si no se ha seguido el mismo derrotero con Venezuela, se debe a que aquel país está siendo protegido por Rusia en el cometido de custodiar su influencia en la OPEP. Sin embargo EE.UU. ya tantea el terreno y las fallidas Operación Gedeón 1 (2018) Gedeón 2 (2020) son la evidencia más concreta de ello, enviando al sacrificio unos pocos mercenarios de guerra (la guerra tercializada, propia de EE.UU. en Oriente Medio), ensayando las operaciones de inteligencia y probando la asistencia y las lealtades regionales, en especial de Colombia o incluso del Chile de Piñera, como ocurrió lastimosamente en la también fallida intervención de Cúcuta en febrero de 2019.

EE.UU. necesita del petróleo venezolano (como también del oro de sus ricos yacimientos) para abastecerse y seguir jugando el juego especulativo del oro negro (por cada barril real, se especula con otros 500 barriles fiduciarios) dado que este país posee las mayores reservas en el planeta y de las calidades de mayor comercialización y más fácil extracción. EE.UU. en cambio podría ser autosuficiente e incluso jugar a la especulación financiera con su propio petróleo, pero la extracción de sus grandes reservas no es factible salvo por el método del fracking que al día de hoy sigue siendo un método demasiado oneroso, contaminante y depredador por la gran cantidad de recurso hídrico  que requiere emplear en la extracción. En el interín, Venezuela es una pieza fundamental en el ajedrez de Trump (y de los gobiernos estadounidenses en general), pero que caiga o no el régimen de Maduro, como apunté anteriormente, está sujeto a cierto nivel de negociación con Rusia.

6. Guerra contra los efectos del COVID-19 y la geopolítica de la vacuna

La sexta guerra que enfrenta Trump es tal vez la más compleja que se desarrolla por estos días y una que compromete directamente su guerra electoral contra Biden. EE.UU. es hoy el país que más se ve afectado por la pandemia del COVID-19 (en cantidad de contagiados y muertes) y el mal manejo inicial del Presidente que vilipendió la pandemia y buscó obtener réditos políticos de la misma culpando a China, le ha granjeado varios cuestionamientos internos y externos, aunque curiosamente su popularidad no se ha visto del todo mancillada e incluso ha aumentado entre algunos sectores que buscan escapar del confinamiento y reactivar la economía.

Estadística de los decesos por COVID-19 a nivel mundial a 10/05/2020. Fuente: Diario Financiero

Del origen de la pandemia, es probable que nunca tengamos a mano todas las evidencias para imputar a los verdaderos causantes, aunque desde luego se puede descartar de plano la estúpida tesis de contaminación cruzada por consumo de "sopita de murciélago"; el SARS-COV-2 es con toda probabilidad un producto de laboratorio que escapó de ellos por alguna negligencia o derechamente fue empleado como un arma biológica para generar todos los efectos adversos (el cisne negro) que hoy sufren nuestras economías y el género humano, reflejando la fragilidad de la vida y el hecho de que "a río revuelto" esta hecatombe beneficiará a más de alguno. De ella saldrá airoso el país o potencia que desarrolle la tan ansiada vacuna, aunque en el intertanto de la búsqueda se han acusado ciertos boicots y hasta han acontecido asesinatos de científicos en extrañas condiciones.

Mientras eminencias de la medicina como el doctor estadounidense de origen pakistaní Rashid Buttar, apuntan derechamente en el origen del COVID-19 a una conspiración que implicaría derechamente a la OMS y a personeros estadounidenses como el inmunólogo Anthony Fauci, el megaempresario tecnológico Bill Gates (ambos -curiosamente- predijeron el virus con años de anticipación) y de rebote: el mega-especulador George Soros. Otros relacionamos más fácilmente lo que hoy ocurre con los objetivos señalados abiertamente en la ESN y EDN de la administración Trump, que se resumen en una contención a toda costa del crecimiento de China y estrategias de desglobalización. Sea cual sea la verdad, esperemos que algún día se propague por el aire como el virus y nos regale claridad en medio de esta jaula de mentiras y antes de que alguna de las 6 guerras en curso de Donald Trump logre comprometer nuestra integridad.

lunes, 23 de marzo de 2020

El COVID-19 y el Nuevo Orden Mundial en ciernes


Tras los atentados del 11 de Septiembre (2001) y su posterior corolario de muerte sobre Afganistán, Iraq, Libia, Siria y Yemen, muchos politólogos, analistas internacionales y geopolíticos corroboramos de la peor forma que las crisis globales "se diseñan" o por la bajo se aprovechan, para instaurar programas imperialistas que de no ser por una "impresión de crisis", instalada a nivel global vía agenda diplomática y de los medios de comunicación de masas, no lograrían prosperar en un mundo regentado por el Derecho Internacional e instituciones globales (ONU, OTAN, FMI, Banco Mundial, OMC, OMS, etcétera) que en teoría garantizan la armonía del Sistema Internacional y a raíz de lo cual creímos superada la era más cruenta de nuestra historia contemporánea que se cobró dos Guerras Mundiales y el Holocausto.

La Guerra Fría nos instruyó sobre la imposibilidad de una guerra total entre dos potencias (EE.UU. vs la URRS) con igual poder de destrucción nuclear y escalada armamentística y del hecho que los conflictos geopolíticos por imponer supremacía no se liberan en territorios propios sino en terceros países en disputa, lo que hoy conocemos como "guerras proxy". Como bien expone el gran analista geopolítico mexicano Alfredo Jalife-Rahme: "Una buena noticia es que de entrada ya no habrá Tercera Guerra Mundial o tal vez ya la hubo y ni nos enteramos".  Quiero detenerme en esta última aseveración que encierra un toque de comicidad dentro de su gran verdad y es que las guerras globales subsisten, son silenciosas, pero no menos destructivas. 

Hoy no muchos están enterados -por ejemplo- del cruento genocidio que ocurre en Yemen (2015-?), dado que los medios de comunicación masivos, ligados a la influencia del Pentágono no lo publicitan y hasta lo silencian, puesto que allí se juegan ingentes intereses de la entente Arabia Saudita/Israel/Estados Unidos frente a la otra entente Irán/Rusia/China de cara al Estrecho de Ormúz (donde circula más del 20% del petróleo mundial) y el Canal de Suez (acceso del petróleo al Mar Mediterráneo). Y es así que casi sin enterarnos llevamos al menos una década bajo el telón de una Segunda Guerra Fría cuyos escenarios proxy son: Ucrania, Siria, Libia, Yemen, Irak, el Kurdistán e incluso Venezuela y Bolivia, país último en que el se atestó un golpe de Estado a fines del 2019 hoy llamado "litio-golpe" y que casi sin enterarnos podría estar también ligado (como operación de inteligencia) con la génesis de las movilizaciones/vandalismo en Chile, que acontecieron en igual periodo (como el guión de un plan) poniendo en jaque la continuidad del gobierno de Sebastián Piñera y en la cual más de un analista internacional vio los atisbos de una potencial Operación Cóndor.

Hoy, al poco andar de un agitado 2020, la sombra del exterminio vuelve a amenazar al planeta y de manera más implacable que cualquiera de las Guerras Mundiales previas, puesto que al corte de caja de este día ya ha asolado a 177 países (330.000 casos y 14.000 muertes) con potencial de poder afectarlos a todos en un periodo de pocas semanas, lo que implica que entre un 40% a 70% de la población mundial podría contraer el virus, antes de que surja una vacuna efectiva. Razón de sobra, para que buena parte de la intelectualidad geopolítica (en especial los analistas chinos, rusos y más de algún centroeuropeo y norteamericano) desconfíe que el COVID-19 o CORONAVIRUS sea un agente viral de orden natural y no un producto de laboratorio, esto dadas las dimensiones imprevistas e incalculadas de la pandemia, el hecho de que incubara en China (encaminada a ser la potencia global por su exponencial poder económico y tecnológico)  y más curioso aún resulta que surgiera a los pocos meses de que se pusiera "paños fríos" a la tenaz Guerra Arancelaria del 2019, que dejó al borde de la recesión a varios países. La posibilidad de que hoy enfrentemos una guerra bacteriológica o de que la pandemia (llegada en momento muy oportuno para algunos) facilite una contracción de la globalización, es la idea que desarrolla el presente escrito.

Un poco de contexto

El atentado del 11-S del año 2001, impuso a los más ecuánimes estudiosos de la geopolítica replantearse sus supuestos sobre la estructura y orden mundial, reconsiderando la idea de que las crisis mundiales "se diseñan" o al menos son instrumentalizadas por ciertas potencias militares y económicas inescrupulosas (en este caso Estados Unidos) para erigir esquemas y programas imperialistas, que a la luz de las restricciones impuestas por el Derecho Internacional y el principio de sana convivencia entre los Estados, serían imposibles de encauzar en condiciones normales.

Es así como la destrucción del World Trade Center fue el salvoconducto (y la expresión grandilocuente de una amenaza global inminente, exaltada por los medios de comunicación que jugaron de su parte) a través del cual EE.UU. obtuvo visado de la OTAN y apoyo militar/logístico de los principales países de la por entonces incipiente Unión Europea, para invadir Iraq bajo la excusa de contener al terrorismo internacional, intervenir la proliferación de "armas de destrucción masiva" que JAMÁS EXISTIERON y de paso derrocar la dictadura de Sadam Hussein contra quien ya se había combatido en la Guerra del Golfo de 1990. 

La destrucción del World Trade Center, respecto de la cual existen varias teorías de conspiración (algunas más creíbles que otras) fue el salvoconducto para la invasión de Iraq y de Afganistán (2003). Estados Unidos no ha vuelto a salir de la región en 17 años, en una secuencia de acciones militares unilaterales nefastas que no devolvieron ni la tranquilidad a EE.UU. ni la estabilidad a Medio Oriente.

Desde luego, la tesis que justificó una escalada desde el atentado 11-S a la invasión de Iraq fue una absurda memez que hacía aguas por todos lados, aunque por entonces muy pocos analistas alineados con el "discurso oficial" discurrieron el hecho de que Sadam Hussein (un dictador secular muy occidentalizado) era un enemigo declarado de los islamistas a quienes EE.UU. decía combatir, que su régimen fue sustentado por los propios EE.UU. de Reagan en la guerra Irán-Iraq (1980-1988) para derrocar al Ayatolah Jomeini o que los verdaderos islamistas pululaban en torno a las petro-monarquías del Golfo (Arabia Saudi y Emiratos Árabes), desde donde provenían al menos 17 de los terroristas inculpados, incluyendo al supuesto cerebro de la operación: Osama Bin Laden, socio empresarial de la familia Bush y un agente americano en la guerra proxy de Afganistán de 1978-1992 contra la Unión Soviética. Y cuyo cuerpo -se nos dijo- fue arrojado al mar en condiciones poco claras el año 2011.

Naturalmente, lo que los  grandes medios no destacaban era el hecho de que las monarquías del golfo -por muy anti-democráticas y dictatoriales que fueran- eran históricas aliadas de EE.UU., de la Commonwealth y del Mundo Noratlántico, además de erigidas por Gran Bretaña durante el periodo colonial, concentrando el poder a modo de plutocracia, en manos de soberanos tribales, o que la invasión de Iraq (secreto a voces) tuvo el verdadero fin de apropiarse su petróleo y de alinearlo a los intereses estadounidenses, evitando su anunciado vuelco hacia el euro en lugar del dólar y finalmente: dar un golpe geopolítico para retener la influencia de Irán en la región, en clara contraposición a los intereses de sus aliados regionales Israel y Arabia Saudita.

Este "diseño" de crisis global y golpe de tablero geopolítico, fue formulado por el PNAC (Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense) en 1997 y se hizo carne con la "doctrina Bush" desde el año 2003. Deriva a su vez de la Doctrina Monroe (o del "destino manifiesto"), pero especialmente de la tesis del "choque de civilizaciones" del politólogo Samuel Huntington y del "fin de la historia" del también politólogo y economista Francis Fukuyama (miembro del PNAC).  Expone que tras la caída de la Unión Soviética y del socialismo científico, el inminente triunfo del capitalismo de corte financierista o neoliberalismo se instituiría en todos los países, como incuestionable patrón de la modernidad y que en cambio encontraría la oposición de naciones o grupúsculos reticentes a la modernidad, a la globalización y a procesos asociados a la diversificación cultural en un "mundo abierto y sin fronteras" (feminismo, movimiento LGBT, reivindicaciones sociales, culturales y raciales, etcétera). La mayor de las oposiciones -según la tesis del PNAC- provendría del mundo islámico, hecho que motivaba el impulso globalizador como una especie de cruzada culturizante y modernista.

Tal simplificación maniquea de la realidad fue de muy fácil transmisión en el mundo de la comunicación globalizada durante la era embrionaria de internet. Los Estados Unidos, "puntal de la libertad y de la democracia" (al menos esa era la  propaganda)  volvían a señalar el camino y el modelo a seguir a los países menos aventajados del mundo ("destino manifiesto") como en su momento hiciera contra la dominación española en Latinoamérica, contra el avance de los fascismos y del nazismo en Europa (Segunda Guerra Mundial), contra el fracasado socialismo de la URRS y en adelante contra la obsoleta civilización islámica, sin reparar en la amplia diversidad/complejidad de aquel mundo, o en sus 14 siglos de historia, sustentados en al menos otros 8000 años de trascendencia: ¡la cuna de la civilización humana!; o en el gran peso geopolítico que representan sus casi dos mil millones de seguidores en el mundo (25% de la población mundial). 

Una cruzada siempre se justifica en la existencia de un enemigo y este, creado literalmente por Huntington y el PNAC sería el mundo islámico. El luchar contra el anacranismo cultural de esos regímenes tiranos y sus armas de destrucción masiva (que, una vez más: JAMAS EXISTIERON) facilitó pasarse por alto todos los protocolos internacionales de las Naciones Unidas y violar sistemáticamente el Derecho Internacional con el fin de desplegar una estratagema imperialista cuyo fin desde luego nunca fue establecer democracias donde no echaban en falta, sino derechamente apropiarse de los recursos energéticos de Oriente Medio (petróleo y gas), de sus rutas desde siempre críticas y estratégicas, debilitar a los países hostiles a Israel en la región, desangrar a Palestina, cercar a Irán y allanarle camino a China en Asia Central (tras la ocupación de Afganistán), siguiendo las exhortaciones del géografo John Mackinder sobre la "región cardinal". En un ejercicio de "todo vale" para continuar desestabilizando y justificar frente la Comunidad Internacional su permanencia en Irak y Siria, EE.UU. -en comunión con Arabia Saudita e Israel- formó y equipó nuevas células terroristas (como el DAESH o ISIS) y ejerció múltiples formas de guerra no convencional, archivos revelados vía espionaje cibernético por WikiLeaks, medio fundado en 2006 por el muy perseguido y hoy silenciado Julian Assange.

Algunos de los neocon más siniestros ligados al PNAC. El flyer cita una de las sentencias más macabras de este think tank, que muchos asocian directamente con una exhortación al atentado de las torres gemelas: "un proceso de transformación... incluso si viene aparejado de un cambio revolucionario... podría demorar demasiado... sino media algún evento catastrófico y catalizador... como pudiera ser un nuevo Pearl Harbor". Después de esto, podemos esperar cualquier cosa de algunas administraciones norteamericanas y de sus centrales de inteligencia.

Insistiendo en mi punto de que las guerras globales subsisten, son silenciosas, pero no menos destructivas, me permito recordar que sólo en Iraq cifras extra oficiales hablan de un número cercano al millón de muertes desde 2003, no menos de 200 mil muertes en Afganistán en igual periodo y de más de 600.000 muertes en Siria desde 2011. Paises destruidos hasta los cimientos, donde por lo demás jamás llegó la democracia tan pregonada por EE.UU., quedando en condiciones mucho peores que en un comienzo, impedidos de restablecer su soberanía, aplacar la guerra civil, explotar sus propios recursos energéticos o de seguir sus propios modelos políticos. Es indudable que estos paises sobrellevaron mejor su existencia bajo los regímenes autoritarios locales como el de Hussein en Iraq, la familia Assad en Siria o Muamar Khadafi en Libia. La presencia de Estados Unidos no les aportó más que sufrimiento y pobreza, recordándoles los imperios más sanguinarios que alguna vez les sometieron: asirios, mongoles, mamelucos, turcomanos, etcétera.

Ascenso del hegemón chino y consumación del globalismo neoliberal

Desde hace unos 12 años, sin embargo, se viene hablando del fin de la hegemonía global estadounidense, hecho ineludible que se desembrolla con el explosivo ascenso de China en el escenario global y su acelerado crecimiento en las lides económicas y tecnológicas en los últimos cinco años. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2017, sólo corrobora esta realidad: un Estados Unidos fracturado políticamente, agudamente endeudado a raíz de sus campañas belicistas en Oriente Medio, sin poder erosionar la posición de su contendiente euroasiático: Rusia (país que se cree superó en veinte años su poder de armamento), y que imposibilitado ya de liderar el proceso de globalización ha optado por contraerlo a partir del nacionalismo económico y del proteccionismo industrial, pregonado por Trump desde el comienzo de su mandato y llevado a la práctica en 2019 a partir de la Guerra Comercial u Arancelaria cuyo fin fue evitar el despliegue económico del gigante asiático chino en sus mercados estratégicos; condición en la que China lleva ya una amplia ventaja, que se transmutará en liderato absoluto tras la puesta en marcha de sus ambiciosos proyectos globalistas del Cinturón y Ruta de la Seda, que incluye un tramo ártico en alianza con Rusia.

Resulta paradógico que tras la caída de la URRS a comienzos de los '90, EE.UU. empoderara la globalización neoliberal en el mundo -unas veces sobre la base de tratados comerciales asimétricos con paises subdesarrollados y otras sobre el sufrimiento, la invasión y los cadáveres del Tercer Mundo (mi resumen precedente sobre la situación de Oriente Medio en las dos últimas décadas de hegemonía estadounidense, fue bastante ilustrativo)- y que hoy el liderato de este proceso multidimensional llamado globalización pase de manos estadounidenses a predominio de China, un país que al igual que la URRS guarda proporciones de imperio continental, tiene un sistema político de régimen único NO DEMOCRÁTICO que matiza cino-comunismo, confusianismo y capitalismo, pero que a diferencia de EE.UU. es contrario a la beligerencia y apuesta por el multilateralismo en RR.II., las relaciones cooperativas y los tratados win to win con el resto de paises que conforman el planeta.

Pragmática en esencia, China no busca evangelizar al planeta ni instaurar regímenes fuera de sus fronteras, que se acomoden a sus intereses. Pese a los 5000 años de civilización que carga a sus espaldas, no existe desde China hacia el resto del mundo ninguna doctrina remotamente parecida al "destino manifiesto" o al "choque de civilizaciones", más bien lo contrario, China que siempre fue un mundo culturalmente vasto en sí misma, conoció la intromisión de los imperios europeos a partir del siglo XVII y del nefasto imperialismo británico en el siglo XIX desde eventos muy poco célebres como las Guerras del Opio, que quedarían marcadas a fuego en el subconsciente de los orientales. Desde entonces China reconoce la importancia del multilateralismo y desea imprimir este sello a la nueva globalización del Siglo XXI tras concluir su parsimonioso camino a convertirse en la principal potencia económica, industrial, comercial y tecnológica en 2025.

Sin embargo, no perdamos de vista, insisto, que las guerras globales subsisten, son silenciosas, pero no menos destructivas. La eventualidad de una pandemia es un hecho siempre factible, aunque nunca antes alguna había actuado al nivel que lo está haciendo el COVID-19, presionando a los distintos Estados a generar el cierre de aduanas, de aeropuertos, de ciudades, restricción de movilidad, a declarar cuarentenas, toques de queda, cierre de empresas y reemplazo de actividad productiva presencial por teletrabajo. La globalización no es un proceso nuevo y tal como la conocemos hoy tiene no menos de 4 décadas de existencia, complejizándose al máximo a nivel intercontinental la cadena de suministros, la eficiencia de las rutas y medios de transportes, el libre tránsito de medios de producción y de personas entre países, etcétera. ¿cómo antes no había ocurrido nada parecido?, ¿quienes ganan y quienes salen perjudicados tras esta ¿eventualidad??. Son cuestionamientos razonables.

Lijian Zhao, Subdirector del Departamento de Información del Ministerio de Relaciones de China exhortó vía Twitter a las autoridades estadounidenses transparentar información respecto de la génesis del virus, su propagación y de cómo y cuándo apareció el "Paciente Cero" en Estados Unidos, información poco clara en medio de una avalancha de dudas y cuestionamientos.

Quienes estamos familiarizados con la geopolítica y la lectura de copiosos informes anuales, publicados por centros de estudios ligados a organismos de defensa de los diversos países, o la más reciente bibliografía de analistas independientes, hemos podido percatar que como la crónica de una muerte anunciada el COVID-19 (eventual o no) precipita un hecho muy anunciado y programado tanto en el discurso y el actuar de Donald Trump como también en el texto de la Estrategia de Seguridad Nacional y la Estrategia de Defensa Nacional de EE.UU., este hecho es la necesidad de contraer la globalización para frenar la expansión económica de China, empoderar a nivel de todos los países la matríz Estado-céntrica y el proteccionismo económico en contrapunto a la globalización, lo cual implica anteponer un muro a los proyectos de libre comercio e integración económica liderados por China, entre los más importantes: RCEP y el futuro Cinturón y Ruta de la Seda, que ampliará el mercado chino a la totalidad de economías del planeta, facilitándoles ser una potencia comercial autárquica hacia 2025.

Muchos analistas consideran que la primera fase de esta estrategema contractiva contempla una escalada en la militarización de varios paises con el fin de contener el descontento social, que tal como las primaveras árabes de 2010 (que hoy sabemos fueron parte de un plan demócrata para derrocar gobiernos como el de Libia y Siria) estalló al mismo tiempo durante 2019 en varios países del globo, desde Hong Kong al Líbano, pasando por Cataluña, Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia, valiéndose en este último caso hasta de la inteligencia israelí para contrarrestar un potencial contragolpe del MAS (partido político de Evo Morales) y del evangelismo sionista como giro discursivo. Respecto de Hong Kong, las autoridades chinas declararon abiertamente que la mano negra de Estados Unidos estaba oculta tras las movilizaciones para desestabilizar económicamente al país, desarraigando aún más la compleja relación chino-hongkonesa. Por su parte autores como William Engdahl han dejado entrever que no sólo el golpe en Bolivia sino también la desestabilización de Chile en octubre de 2019 fue suscitada por EE.UU. con el fin de arrebatar dos de tres paises pertenecientes al "triángulo de litio", que ya habían estrechado lazos con China respecto a la explotación y exportación de este importante mineral, clave en la industria de la telefonía y de la electromovilidad.

Una vez más insisto: las guerras globales subsisten, son silenciosas, pero no menos destructivas. La guerra biológica o bacteriológica es casi tan antigua como la guerra convencional (al lector poco advertido lo invito a leer la siguiente columna de Jeffrey St. Clair, respecto de la bien documentada relación de EE.UU. con las mismas), por ende el diseño de acciones geopolíticas es un hecho en un mundo altamente informatizado que busca reducir la incertidumbre en todos los niveles. Desde el punto de vista geoestratégico pocas cosas resultarían más efectivas (y más éticamente sancionables) que una mega-pandemia si lo que se pretende es contraer la globalización, restringir las relaciones comerciales entre países y reempoderar al Estado por sobre el mercado, en su rol de "salvaguarda de la nación" y protector de la economía e industria nacional (lo que hoy vemos está ocurriendo en varios países donde el fisco inyecta ayuda económica a las grandes empresas, para que no decaiga la actividad productiva de cada país), este giro abrupto en la geopolítica beneficia por cierto a Estados Unidos y no a China. 

De este modo, la potencia hegemónica en retirada abraza hoy el trumpismo en lugar del reaganomics (esto es: la muerte declarada del neoliberalismo, que del otro lado del charco se manifiesta en el derrocamiento del tatcherismo por el brexit), abandonando el liderato del tablero globalista, dejando múltiples sinsabores en su actuar unipolar que -casualidad o no- concluirá con una pandemia desatada que ha golpeado fuertemente su propia estabilidad y economía. China en cambio, al concluir el peligro del COVID-19, estará a un paso de ser la primera potencia mundial tecnológica y económica y habrá legado al mundo en esta crisis altas dosis de responsabilidad, solidaridad y coorperativismo internacional, con el objetivo de frenar la pandemia y una ejemplar diplomacia, nutrida por el respeto al multilaterialismo y no así destacada por arruinar a países per sé debilitados como Irán, Cuba o Venezuela, cuyos embargos y sanciones económicas a estas alturas y en medio de la peor crisis sanitaria que haya vivido el planeta, no son ya represalias políticas sino CRIMENES DE LESA HUMANIDAD.