El pasado 4 de agosto, la catástrofe azotó una vez más a Beirut. En esta ocasión se trató de una dantesca explosión en pleno puerto de la ciudad, que más que un incendio de insumos industriales (o eventualmente bélicos) pareció un ensayo atómico; con todas las características de los que usualmente realiza Corea del Norte en el Océano Pacífico o de las más veladas pruebas de armamento de destrucción masiva que desarrolla el ente colonial israelí en la devastada Siria.
Mi tesis sobre lo que ocurrió hace cerca de una semana en el Líbano la expuse en dos hilos de Twitter: uno del 5 de agosto y otro del 7 de agosto que invito a revisar. En ambos no tengo reparos de apuntar a quien es para mí el primer gran sospechoso de maquinar y beneficiarse de la gran detonación: la Israel de Benjamin Netanyahu y de a poco las evidencias parecen darme la razón y es que no es poca cosa que la explosión en sí haya suscitado dudas en los más expertos, entre los que destaco las observaciones del ingeniero en explosivos Danilo Coppe, tampoco es sutil coincidencia que en 2018 el propio Netanyahu expusiera ante la Asamblea General de Naciones Unidas una imagen satelital de la zona cero, señalándola como un depósito de armas de Hezbollah, si se suma a lo anterior el regocijo de un ex miembro del parlamento israelí quien cree y espera que su país haya estado detrás de lo ocurrido en Beirut, el puzzle se completa solo.
Lo anterior calza perfecto en la lógica de "guerra preventiva" que lleva a cabo el ente colonial (desde al menos 1967) y para la cual literalmente TODO VALE en pos de empoderarse geopolíticamente en la región, desde arrasar y colonizar las tierras de los palestinos (expandiendo año a año los asentamientos y pretendiendo en la actualidad el control completo de Jerusalén y Cisjordania, todo bajo el silencio cómplice de la Comunidad Internacional) a destruir países completos en el caso de Siria, valiéndose de ataques con misiles, drones, formación, financiamiento y entrenamiento de células terroristas adoctrinadas bajo el fanatismo wahabí y salafista, del cual son intermediarios sus ricos y amorales socios saudíes que junto con EE.UU. invierten en la sempiterna política (iniciada por los británicos a comienzos del Siglo XX) de polarizar, desestabilizar y balcanizar constantemente la región.
El Líbano tiene además un contendiente fronterizo con Israel a causa de yacimientos petroleros (aún no explotados) que se disputan en el limen de su mar territorial; mereciendo este capítulo una particular atención, tanto en lo respectivo a los intereses nacionales sionistas como a los que derivan del avasallador esquema imperialista económico que coliga los objetivos del hegemón estadounidense -y de sus aliados- con el de las grandes firmas petroleras (Total, Mobil, Shell, Exxon, etcétera) y el brazo financiero de la globalización; que tiene en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional articuladores que direccionan la política fiscal, tributaria, monetaria y hasta doctrinaria de los países feudatarios. Líbano a la fecha adeuda 150% de su PIB al FMI, institución que apronta un nuevo préstamo que terminará de hipotecar su ya residual soberanía.
Un país destruido -como hoy es el Líbano- entre la anomia política, las sanciones económicas occidentales, la deuda externa y ahora la catástrofe, se convierte al final del día en el motín de guerra perfecto para que la decadente maquinaria occidental consiga engullirlo; entre tanto los libaneses han vuelto a fragmentarse en todas sus diferencias (religiosas, políticas, económicas, culturales), reprochando en general la inoperancia de un gobierno que es el eco degradado de la convergencia colonialismo-feudalismo en que complotan desde siempre las élites (y hasta los sistemas políticos) de los países subdesarrollados con sus mandantes del Primer Mundo. Conviene no olvidar, sin embargo, que para bien o para mal el Líbano es y siempre será un apéndice de la Gran Siria, ergo su sino vital es la resistencia.
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