lunes, 23 de marzo de 2020

El COVID-19 y el Nuevo Orden Mundial en ciernes


Tras los atentados del 11 de Septiembre (2001) y su posterior corolario de muerte sobre Afganistán, Iraq, Libia, Siria y Yemen, muchos politólogos, analistas internacionales y geopolíticos corroboramos de la peor forma que las crisis globales "se diseñan" o por la bajo se aprovechan, para instaurar programas imperialistas que de no ser por una "impresión de crisis", instalada a nivel global vía agenda diplomática y de los medios de comunicación de masas, no lograrían prosperar en un mundo regentado por el Derecho Internacional e instituciones globales (ONU, OTAN, FMI, Banco Mundial, OMC, OMS, etcétera) que en teoría garantizan la armonía del Sistema Internacional y a raíz de lo cual creímos superada la era más cruenta de nuestra historia contemporánea que se cobró dos Guerras Mundiales y el Holocausto.

La Guerra Fría nos instruyó sobre la imposibilidad de una guerra total entre dos potencias (EE.UU. vs la URRS) con igual poder de destrucción nuclear y escalada armamentística y del hecho que los conflictos geopolíticos por imponer supremacía no se liberan en territorios propios sino en terceros países en disputa, lo que hoy conocemos como "guerras proxy". Como bien expone el gran analista geopolítico mexicano Alfredo Jalife-Rahme: "Una buena noticia es que de entrada ya no habrá Tercera Guerra Mundial o tal vez ya la hubo y ni nos enteramos".  Quiero detenerme en esta última aseveración que encierra un toque de comicidad dentro de su gran verdad y es que las guerras globales subsisten, son silenciosas, pero no menos destructivas. 

Hoy no muchos están enterados -por ejemplo- del cruento genocidio que ocurre en Yemen (2015-?), dado que los medios de comunicación masivos, ligados a la influencia del Pentágono no lo publicitan y hasta lo silencian, puesto que allí se juegan ingentes intereses de la entente Arabia Saudita/Israel/Estados Unidos frente a la otra entente Irán/Rusia/China de cara al Estrecho de Ormúz (donde circula más del 20% del petróleo mundial) y el Canal de Suez (acceso del petróleo al Mar Mediterráneo). Y es así que casi sin enterarnos llevamos al menos una década bajo el telón de una Segunda Guerra Fría cuyos escenarios proxy son: Ucrania, Siria, Libia, Yemen, Irak, el Kurdistán e incluso Venezuela y Bolivia, país último en que el se atestó un golpe de Estado a fines del 2019 hoy llamado "litio-golpe" y que casi sin enterarnos podría estar también ligado (como operación de inteligencia) con la génesis de las movilizaciones/vandalismo en Chile, que acontecieron en igual periodo (como el guión de un plan) poniendo en jaque la continuidad del gobierno de Sebastián Piñera y en la cual más de un analista internacional vio los atisbos de una potencial Operación Cóndor.

Hoy, al poco andar de un agitado 2020, la sombra del exterminio vuelve a amenazar al planeta y de manera más implacable que cualquiera de las Guerras Mundiales previas, puesto que al corte de caja de este día ya ha asolado a 177 países (330.000 casos y 14.000 muertes) con potencial de poder afectarlos a todos en un periodo de pocas semanas, lo que implica que entre un 40% a 70% de la población mundial podría contraer el virus, antes de que surja una vacuna efectiva. Razón de sobra, para que buena parte de la intelectualidad geopolítica (en especial los analistas chinos, rusos y más de algún centroeuropeo y norteamericano) desconfíe que el COVID-19 o CORONAVIRUS sea un agente viral de orden natural y no un producto de laboratorio, esto dadas las dimensiones imprevistas e incalculadas de la pandemia, el hecho de que incubara en China (encaminada a ser la potencia global por su exponencial poder económico y tecnológico)  y más curioso aún resulta que surgiera a los pocos meses de que se pusiera "paños fríos" a la tenaz Guerra Arancelaria del 2019, que dejó al borde de la recesión a varios países. La posibilidad de que hoy enfrentemos una guerra bacteriológica o de que la pandemia (llegada en momento muy oportuno para algunos) facilite una contracción de la globalización, es la idea que desarrolla el presente escrito.

Un poco de contexto

El atentado del 11-S del año 2001, impuso a los más ecuánimes estudiosos de la geopolítica replantearse sus supuestos sobre la estructura y orden mundial, reconsiderando la idea de que las crisis mundiales "se diseñan" o al menos son instrumentalizadas por ciertas potencias militares y económicas inescrupulosas (en este caso Estados Unidos) para erigir esquemas y programas imperialistas, que a la luz de las restricciones impuestas por el Derecho Internacional y el principio de sana convivencia entre los Estados, serían imposibles de encauzar en condiciones normales.

Es así como la destrucción del World Trade Center fue el salvoconducto (y la expresión grandilocuente de una amenaza global inminente, exaltada por los medios de comunicación que jugaron de su parte) a través del cual EE.UU. obtuvo visado de la OTAN y apoyo militar/logístico de los principales países de la por entonces incipiente Unión Europea, para invadir Iraq bajo la excusa de contener al terrorismo internacional, intervenir la proliferación de "armas de destrucción masiva" que JAMÁS EXISTIERON y de paso derrocar la dictadura de Sadam Hussein contra quien ya se había combatido en la Guerra del Golfo de 1990. 

La destrucción del World Trade Center, respecto de la cual existen varias teorías de conspiración (algunas más creíbles que otras) fue el salvoconducto para la invasión de Iraq y de Afganistán (2003). Estados Unidos no ha vuelto a salir de la región en 17 años, en una secuencia de acciones militares unilaterales nefastas que no devolvieron ni la tranquilidad a EE.UU. ni la estabilidad a Medio Oriente.

Desde luego, la tesis que justificó una escalada desde el atentado 11-S a la invasión de Iraq fue una absurda memez que hacía aguas por todos lados, aunque por entonces muy pocos analistas alineados con el "discurso oficial" discurrieron el hecho de que Sadam Hussein (un dictador secular muy occidentalizado) era un enemigo declarado de los islamistas a quienes EE.UU. decía combatir, que su régimen fue sustentado por los propios EE.UU. de Reagan en la guerra Irán-Iraq (1980-1988) para derrocar al Ayatolah Jomeini o que los verdaderos islamistas pululaban en torno a las petro-monarquías del Golfo (Arabia Saudi y Emiratos Árabes), desde donde provenían al menos 17 de los terroristas inculpados, incluyendo al supuesto cerebro de la operación: Osama Bin Laden, socio empresarial de la familia Bush y un agente americano en la guerra proxy de Afganistán de 1978-1992 contra la Unión Soviética. Y cuyo cuerpo -se nos dijo- fue arrojado al mar en condiciones poco claras el año 2011.

Naturalmente, lo que los  grandes medios no destacaban era el hecho de que las monarquías del golfo -por muy anti-democráticas y dictatoriales que fueran- eran históricas aliadas de EE.UU., de la Commonwealth y del Mundo Noratlántico, además de erigidas por Gran Bretaña durante el periodo colonial, concentrando el poder a modo de plutocracia, en manos de soberanos tribales, o que la invasión de Iraq (secreto a voces) tuvo el verdadero fin de apropiarse su petróleo y de alinearlo a los intereses estadounidenses, evitando su anunciado vuelco hacia el euro en lugar del dólar y finalmente: dar un golpe geopolítico para retener la influencia de Irán en la región, en clara contraposición a los intereses de sus aliados regionales Israel y Arabia Saudita.

Este "diseño" de crisis global y golpe de tablero geopolítico, fue formulado por el PNAC (Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense) en 1997 y se hizo carne con la "doctrina Bush" desde el año 2003. Deriva a su vez de la Doctrina Monroe (o del "destino manifiesto"), pero especialmente de la tesis del "choque de civilizaciones" del politólogo Samuel Huntington y del "fin de la historia" del también politólogo y economista Francis Fukuyama (miembro del PNAC).  Expone que tras la caída de la Unión Soviética y del socialismo científico, el inminente triunfo del capitalismo de corte financierista o neoliberalismo se instituiría en todos los países, como incuestionable patrón de la modernidad y que en cambio encontraría la oposición de naciones o grupúsculos reticentes a la modernidad, a la globalización y a procesos asociados a la diversificación cultural en un "mundo abierto y sin fronteras" (feminismo, movimiento LGBT, reivindicaciones sociales, culturales y raciales, etcétera). La mayor de las oposiciones -según la tesis del PNAC- provendría del mundo islámico, hecho que motivaba el impulso globalizador como una especie de cruzada culturizante y modernista.

Tal simplificación maniquea de la realidad fue de muy fácil transmisión en el mundo de la comunicación globalizada durante la era embrionaria de internet. Los Estados Unidos, "puntal de la libertad y de la democracia" (al menos esa era la  propaganda)  volvían a señalar el camino y el modelo a seguir a los países menos aventajados del mundo ("destino manifiesto") como en su momento hiciera contra la dominación española en Latinoamérica, contra el avance de los fascismos y del nazismo en Europa (Segunda Guerra Mundial), contra el fracasado socialismo de la URRS y en adelante contra la obsoleta civilización islámica, sin reparar en la amplia diversidad/complejidad de aquel mundo, o en sus 14 siglos de historia, sustentados en al menos otros 8000 años de trascendencia: ¡la cuna de la civilización humana!; o en el gran peso geopolítico que representan sus casi dos mil millones de seguidores en el mundo (25% de la población mundial). 

Una cruzada siempre se justifica en la existencia de un enemigo y este, creado literalmente por Huntington y el PNAC sería el mundo islámico. El luchar contra el anacranismo cultural de esos regímenes tiranos y sus armas de destrucción masiva (que, una vez más: JAMAS EXISTIERON) facilitó pasarse por alto todos los protocolos internacionales de las Naciones Unidas y violar sistemáticamente el Derecho Internacional con el fin de desplegar una estratagema imperialista cuyo fin desde luego nunca fue establecer democracias donde no echaban en falta, sino derechamente apropiarse de los recursos energéticos de Oriente Medio (petróleo y gas), de sus rutas desde siempre críticas y estratégicas, debilitar a los países hostiles a Israel en la región, desangrar a Palestina, cercar a Irán y allanarle camino a China en Asia Central (tras la ocupación de Afganistán), siguiendo las exhortaciones del géografo John Mackinder sobre la "región cardinal". En un ejercicio de "todo vale" para continuar desestabilizando y justificar frente la Comunidad Internacional su permanencia en Irak y Siria, EE.UU. -en comunión con Arabia Saudita e Israel- formó y equipó nuevas células terroristas (como el DAESH o ISIS) y ejerció múltiples formas de guerra no convencional, archivos revelados vía espionaje cibernético por WikiLeaks, medio fundado en 2006 por el muy perseguido y hoy silenciado Julian Assange.

Algunos de los neocon más siniestros ligados al PNAC. El flyer cita una de las sentencias más macabras de este think tank, que muchos asocian directamente con una exhortación al atentado de las torres gemelas: "un proceso de transformación... incluso si viene aparejado de un cambio revolucionario... podría demorar demasiado... sino media algún evento catastrófico y catalizador... como pudiera ser un nuevo Pearl Harbor". Después de esto, podemos esperar cualquier cosa de algunas administraciones norteamericanas y de sus centrales de inteligencia.

Insistiendo en mi punto de que las guerras globales subsisten, son silenciosas, pero no menos destructivas, me permito recordar que sólo en Iraq cifras extra oficiales hablan de un número cercano al millón de muertes desde 2003, no menos de 200 mil muertes en Afganistán en igual periodo y de más de 600.000 muertes en Siria desde 2011. Paises destruidos hasta los cimientos, donde por lo demás jamás llegó la democracia tan pregonada por EE.UU., quedando en condiciones mucho peores que en un comienzo, impedidos de restablecer su soberanía, aplacar la guerra civil, explotar sus propios recursos energéticos o de seguir sus propios modelos políticos. Es indudable que estos paises sobrellevaron mejor su existencia bajo los regímenes autoritarios locales como el de Hussein en Iraq, la familia Assad en Siria o Muamar Khadafi en Libia. La presencia de Estados Unidos no les aportó más que sufrimiento y pobreza, recordándoles los imperios más sanguinarios que alguna vez les sometieron: asirios, mongoles, mamelucos, turcomanos, etcétera.

Ascenso del hegemón chino y consumación del globalismo neoliberal

Desde hace unos 12 años, sin embargo, se viene hablando del fin de la hegemonía global estadounidense, hecho ineludible que se desembrolla con el explosivo ascenso de China en el escenario global y su acelerado crecimiento en las lides económicas y tecnológicas en los últimos cinco años. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2017, sólo corrobora esta realidad: un Estados Unidos fracturado políticamente, agudamente endeudado a raíz de sus campañas belicistas en Oriente Medio, sin poder erosionar la posición de su contendiente euroasiático: Rusia (país que se cree superó en veinte años su poder de armamento), y que imposibilitado ya de liderar el proceso de globalización ha optado por contraerlo a partir del nacionalismo económico y del proteccionismo industrial, pregonado por Trump desde el comienzo de su mandato y llevado a la práctica en 2019 a partir de la Guerra Comercial u Arancelaria cuyo fin fue evitar el despliegue económico del gigante asiático chino en sus mercados estratégicos; condición en la que China lleva ya una amplia ventaja, que se transmutará en liderato absoluto tras la puesta en marcha de sus ambiciosos proyectos globalistas del Cinturón y Ruta de la Seda, que incluye un tramo ártico en alianza con Rusia.

Resulta paradógico que tras la caída de la URRS a comienzos de los '90, EE.UU. empoderara la globalización neoliberal en el mundo -unas veces sobre la base de tratados comerciales asimétricos con paises subdesarrollados y otras sobre el sufrimiento, la invasión y los cadáveres del Tercer Mundo (mi resumen precedente sobre la situación de Oriente Medio en las dos últimas décadas de hegemonía estadounidense, fue bastante ilustrativo)- y que hoy el liderato de este proceso multidimensional llamado globalización pase de manos estadounidenses a predominio de China, un país que al igual que la URRS guarda proporciones de imperio continental, tiene un sistema político de régimen único NO DEMOCRÁTICO que matiza cino-comunismo, confusianismo y capitalismo, pero que a diferencia de EE.UU. es contrario a la beligerencia y apuesta por el multilateralismo en RR.II., las relaciones cooperativas y los tratados win to win con el resto de paises que conforman el planeta.

Pragmática en esencia, China no busca evangelizar al planeta ni instaurar regímenes fuera de sus fronteras, que se acomoden a sus intereses. Pese a los 5000 años de civilización que carga a sus espaldas, no existe desde China hacia el resto del mundo ninguna doctrina remotamente parecida al "destino manifiesto" o al "choque de civilizaciones", más bien lo contrario, China que siempre fue un mundo culturalmente vasto en sí misma, conoció la intromisión de los imperios europeos a partir del siglo XVII y del nefasto imperialismo británico en el siglo XIX desde eventos muy poco célebres como las Guerras del Opio, que quedarían marcadas a fuego en el subconsciente de los orientales. Desde entonces China reconoce la importancia del multilateralismo y desea imprimir este sello a la nueva globalización del Siglo XXI tras concluir su parsimonioso camino a convertirse en la principal potencia económica, industrial, comercial y tecnológica en 2025.

Sin embargo, no perdamos de vista, insisto, que las guerras globales subsisten, son silenciosas, pero no menos destructivas. La eventualidad de una pandemia es un hecho siempre factible, aunque nunca antes alguna había actuado al nivel que lo está haciendo el COVID-19, presionando a los distintos Estados a generar el cierre de aduanas, de aeropuertos, de ciudades, restricción de movilidad, a declarar cuarentenas, toques de queda, cierre de empresas y reemplazo de actividad productiva presencial por teletrabajo. La globalización no es un proceso nuevo y tal como la conocemos hoy tiene no menos de 4 décadas de existencia, complejizándose al máximo a nivel intercontinental la cadena de suministros, la eficiencia de las rutas y medios de transportes, el libre tránsito de medios de producción y de personas entre países, etcétera. ¿cómo antes no había ocurrido nada parecido?, ¿quienes ganan y quienes salen perjudicados tras esta ¿eventualidad??. Son cuestionamientos razonables.

Lijian Zhao, Subdirector del Departamento de Información del Ministerio de Relaciones de China exhortó vía Twitter a las autoridades estadounidenses transparentar información respecto de la génesis del virus, su propagación y de cómo y cuándo apareció el "Paciente Cero" en Estados Unidos, información poco clara en medio de una avalancha de dudas y cuestionamientos.

Quienes estamos familiarizados con la geopolítica y la lectura de copiosos informes anuales, publicados por centros de estudios ligados a organismos de defensa de los diversos países, o la más reciente bibliografía de analistas independientes, hemos podido percatar que como la crónica de una muerte anunciada el COVID-19 (eventual o no) precipita un hecho muy anunciado y programado tanto en el discurso y el actuar de Donald Trump como también en el texto de la Estrategia de Seguridad Nacional y la Estrategia de Defensa Nacional de EE.UU., este hecho es la necesidad de contraer la globalización para frenar la expansión económica de China, empoderar a nivel de todos los países la matríz Estado-céntrica y el proteccionismo económico en contrapunto a la globalización, lo cual implica anteponer un muro a los proyectos de libre comercio e integración económica liderados por China, entre los más importantes: RCEP y el futuro Cinturón y Ruta de la Seda, que ampliará el mercado chino a la totalidad de economías del planeta, facilitándoles ser una potencia comercial autárquica hacia 2025.

Muchos analistas consideran que la primera fase de esta estrategema contractiva contempla una escalada en la militarización de varios paises con el fin de contener el descontento social, que tal como las primaveras árabes de 2010 (que hoy sabemos fueron parte de un plan demócrata para derrocar gobiernos como el de Libia y Siria) estalló al mismo tiempo durante 2019 en varios países del globo, desde Hong Kong al Líbano, pasando por Cataluña, Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia, valiéndose en este último caso hasta de la inteligencia israelí para contrarrestar un potencial contragolpe del MAS (partido político de Evo Morales) y del evangelismo sionista como giro discursivo. Respecto de Hong Kong, las autoridades chinas declararon abiertamente que la mano negra de Estados Unidos estaba oculta tras las movilizaciones para desestabilizar económicamente al país, desarraigando aún más la compleja relación chino-hongkonesa. Por su parte autores como William Engdahl han dejado entrever que no sólo el golpe en Bolivia sino también la desestabilización de Chile en octubre de 2019 fue suscitada por EE.UU. con el fin de arrebatar dos de tres paises pertenecientes al "triángulo de litio", que ya habían estrechado lazos con China respecto a la explotación y exportación de este importante mineral, clave en la industria de la telefonía y de la electromovilidad.

Una vez más insisto: las guerras globales subsisten, son silenciosas, pero no menos destructivas. La guerra biológica o bacteriológica es casi tan antigua como la guerra convencional (al lector poco advertido lo invito a leer la siguiente columna de Jeffrey St. Clair, respecto de la bien documentada relación de EE.UU. con las mismas), por ende el diseño de acciones geopolíticas es un hecho en un mundo altamente informatizado que busca reducir la incertidumbre en todos los niveles. Desde el punto de vista geoestratégico pocas cosas resultarían más efectivas (y más éticamente sancionables) que una mega-pandemia si lo que se pretende es contraer la globalización, restringir las relaciones comerciales entre países y reempoderar al Estado por sobre el mercado, en su rol de "salvaguarda de la nación" y protector de la economía e industria nacional (lo que hoy vemos está ocurriendo en varios países donde el fisco inyecta ayuda económica a las grandes empresas, para que no decaiga la actividad productiva de cada país), este giro abrupto en la geopolítica beneficia por cierto a Estados Unidos y no a China. 

De este modo, la potencia hegemónica en retirada abraza hoy el trumpismo en lugar del reaganomics (esto es: la muerte declarada del neoliberalismo, que del otro lado del charco se manifiesta en el derrocamiento del tatcherismo por el brexit), abandonando el liderato del tablero globalista, dejando múltiples sinsabores en su actuar unipolar que -casualidad o no- concluirá con una pandemia desatada que ha golpeado fuertemente su propia estabilidad y economía. China en cambio, al concluir el peligro del COVID-19, estará a un paso de ser la primera potencia mundial tecnológica y económica y habrá legado al mundo en esta crisis altas dosis de responsabilidad, solidaridad y coorperativismo internacional, con el objetivo de frenar la pandemia y una ejemplar diplomacia, nutrida por el respeto al multilaterialismo y no así destacada por arruinar a países per sé debilitados como Irán, Cuba o Venezuela, cuyos embargos y sanciones económicas a estas alturas y en medio de la peor crisis sanitaria que haya vivido el planeta, no son ya represalias políticas sino CRIMENES DE LESA HUMANIDAD.