miércoles, 25 de diciembre de 2019

El secuestro de Bolivia


Fue durante una década el país con mayor crecimiento económico del continente americano (un promedio anual del 5%), previsor y ahorrativo con los reembolsos generados por la venta de hidrocarburos que nacionalizó en 2006, concentró esfuerzos en diversificar la economía, apostó por el multilateralismo privilegiando las RRII con países no alineados (Venezuela, Cuba, Irán, Siria) y las potencias euroasiáticas China y Rusia, además de iniciar la nacionalización e industrialización del litio en época tan temprana como el año 2008, previendo el potencial económico y estratégico que implica liderar los mayores yacimientos de este mineral en medio del triángulo que conforma junto con Chile y Argentina. 

De un día a otro, sin embargo, la Bolivia de Evo Morales pasó del "milagro indigenista" al secuestro o más bien re-secuestro de parte de una élite golpista, apoyada por el EE.UU. de Trump y su acción geopolítica reconcentrada en recuperar el America's Backyard en medio de una tenaz Segunda Guerra Fría, disfrazada de guerra comercial u arancelaria, con protestas ciudadanas al orden del día, además de espionaje e injerencismo electrónico, votaciones adulteradas y manipulación/enardecimiento de las masas vía populismo y/o evangelismo, elementos que se replican como un manual de acción en varios países de Latinoamérica y del globo.

El gran error de Evo

Como si América Latina no fuere un continente mestizo, al día de hoy el hecho de ser indígena sigue siendo una condena de facto en muchos de nuestros países que no sólo estigmatizan a los pueblos originarios como "reaccionarios" y "peligrosos", han generado en torno a ellos una viciada estructura de segregación que limita sus espacios de participación, sus oportunidades de desarrollo (económico, educacional y laboral) y deslegitimado sus históricas reivindicaciones culturales, territoriales, de autonomía política y reconocimiento étnico, como fiel reflejo de la supremacía colonialista y su cegada determinación de hacer de América Latina un vástago de Europa y del atlantismo, desde un occidentalismo ambiguo, precario, carente de identidad.

Sentenció una vez el gran ideólogo liberal y americanista chileno Francisco Bilbao: El libre pensamiento en América ha sido sostenido por las razas indígenas libres que combatieron y combaten; he ahí su tradición. En donde no pudo penetrar el dogma católico, no pudo penetrar la esclavitud (Evangelio Americano, 1864, pág. 97). Y este parece haber sido el rumbo que tomó al fin Bolivia en 2006, cuando el otrora líder cocalero, sindicalista, activista y diputado Evo Morales Ayma obtuvo de la mano del MAS (Movimiento al Socialismo) la presidencia del país altiplánico con el 53% de preferencias, rompiendo los moldes de la tradición eurocéntrica al ser el primer mandatario de etnia nativa en un país donde más del 50% de la población pertenece a la raza originaria.


Aquel indígena uru-aymara, lejos de desatar un "caos boliviano" como temían y seguro esperaban sus más acérrimos detractores de la élite política tradicional, dirigió con tesón nacionalista el destino de una Bolivia que en apenas dos años redujo el analfabetismo en cerca del 10%, en una década disminuyó la pobreza en un 20%, redistribuyó el ingreso per cápita y apuntaló el crecimiento hasta un 5% anual sostenido. En resumidas cuentas, a lo largo de todo el periplo de Morales, Bolivia pasó de ser "la Haití sudamericana" al país más pujante de la región. ¿Cuánto duraría el milagro boliviano?; nada menos que 13 años y hasta el traspié final de Evo Morales que fue el salvoconducto para el golpe de Estado definitivo que reacomodó las piezas del ajedrez sudamericano bajo la sutil excusa de la defensa democrática, aunque resulta imposible desconocer que detrás de este pretexto tan trillado (empleado también en las intervenciones sobre Irak, Siria o Libia) posa la sombra del imperialismo norteamericano y su lucha hegemónica contra la entente China-Rusia-Venezuela, además del interés por apropiarse de los recursos energéticos bolivianos, en especial del litio.

Morales no es menos culpable de su destino (golpe y destierro) ni de hipotecar el futuro promisorio de Bolivia. Su ambición por mantenerse en el poder presentándose a elecciones en un tercero y hasta cuarto mandato presidencial, le llevó a generar presiones ilegítimas sobre el Congreso para "acomodar" la Constitución Política Boliviana aprobada bajo su mandato en 2009 vía referéndum. El 10 de noviembre del presente año, en medio de un clima político crispado a nivel continental (protestas en Ecuador y Chile) y global (Hong Kong, Barcelona, Beirut, Badgad...) las acusaciones de "fraude electoral" generaron una presión social insostenible y a la "sugerencia" de dimisión de parte de las FFAA, determinación que Morales tomó inmediato, abandonado el país con destino a México. Asumió la presidencia la Vicepresidenta del Senado Jeanine Áñez; abogada, ligada a las facciones políticas derechistas de Santa Cruz de la Sierra.

La guerra por el litio

El lado oscuro de la globalización nos devela que este proceso no es simplemente el corolario de una red de Estados independientes que en algún momento decidieron comprometerse en distintos grados de interdependencia (económica, política, de seguridad fronteriza, etcétera) para beneficio mutuo o  para concretar lo que la teoría de juegos denomina situaciones win-win. Bajo el proceso globalizador, el peso de las grandes corporaciones es decididamente mayor al de los Estados, quedando el poder soberano ineludiblemente relegado por el poder económico y de los grandes lobbys que tienen también un alcance global, valiéndose de los términos de los tratados comerciales (generalmente asimétricos), de la institucionalidad global (Banco Mundial, FMI, OMC) y de instancias negociadoras que operan de espaldas a los ciudadanos (Club Bilderberg, Comisión Trilateral) generando un natural recelo matizado con diversas teorías de conspiración que ensombrecen lo real con lo absurdo.

En un mundo que avanza a pasos acelerados hacia las industrias sustentables, la explotación del litio aumentará exponencialmente en los próximos años, para sustento -principalmente- de la electromovilidad que al día de hoy es liderada por la empresa china BYD y contendida por la norteamericana TESLA. Esto implica que la soterrada guerra geopolítica entre EE.UU. y China pase por varios capítulos, uno de ellos es la guerra arancelaria y otro el emplazamiento geoestratégico en regiones abastecedoras de materias primas. La exorbitante inciativa china One Bet, One Road (traducida al español como "Nueva Ruta de la Seda") que generará la más expedita y avanzada conectividad logística terreste de China con Asia Central, Medio Oriente, Europa del Este y África, y que por mar extenderá infraestructuras hasta sus socios comerciales de Latinoamérica, es un golpe bajo a la otrora hegemonía económica norteamericana, que a la vez que va alejando sus tentáculos de Medio Oriente y del petróleo (en favor de Rusia) vuelve a enfocar sus energías colonialistas sobre el patio trasero sudamericano.

Evo Morales y el Presidente de la RPC Xi Jinping sellando un acuerdo de asociación estratégica en 2018.

China que es un Estado empresario (principal accionista de las grandes empresas nacionales), a diferencia de EE.UU. emplea la estrategia de la complementariedad  con los países del Tercer Mundo, asistiéndolos económicamente y subsidiando los diferentes tramos de la Ruta de la Seda, donde todos los caminos conducirán a Beijing. De cara a la explotación del litio, las filiales chinas TSR y Tianqi ya han acaparado parte importante del litio extraído en Argentina y Chile, a la vez que con la Bolivia de Evo Morales tenían un muy avanzado plan de industrializar los salares para producir litio metálico, iniciativa que probablemente quede bajo la nebulosa tras el golpe de Estado del pasado mes de noviembre que infama 13 años de esfuerzos por industrializar y nacionalizar los recursos primarios bolivianos, para colocar a una cohorte de vende-patrias que en sólo un mes de gobierno provisorio han intervenido el modelo boliviano retrotrayéndolo al viejo estándar globalista que converge los intereses de EE.UU. con los de la oligarquía altiplánica.

Evangelismo político y giro abrupto hacia EE.UU. e Israel

Jeanine Áñez alzando la biblia y declarando que "Dios vuelve a entrar al palacio" de gobierno.

Toda dominación requiere como sustento ideológico, cultural o espiritual de un "poder blando" que facilite su legitimidad. Este poder se asocia generalmente con símbolos y narrativas; en la Bolivia de Áñez -así como en el Brasil de Bolsonaro o la Honduras de Hernández- aquel poder blando es ejercido por el cristianismo evangelista: una fábrica de fanatismo sectario que encuentra sustento en las capas bajas de la sociedad latinoamericana, poco dadas al razonamiento intelectual de la política y que carentes de todo espíritu libertario o anti-dogmático, comprometen su fidelidad a políticos pseudo-pastores, pseudo-religiosos (o absolutamente charlatanes), en lugar de proferir el voto a tecnócratas o a una clase dirigente comprometida con los problemas reales de la nación.

Esta receta maliciosamente empleada por la derecha latinoamericana, es una nueva forma de populismo avalada por EE.UU. y especialmente por Israel; dada la naturaleza filosionista del evangelismo político, que recaba antecedentes espirituales e ideológicos en el Antiguo Testamento (o Torá judía), legitimando en su aspecto más militante al Estado de Israel y todo lo que su existencia conlleva: opresión al pueblo palestino, colonización, expansión, arbitrariedad, reconocimiento implícito o explícito de Jerusalén como capital judía y desincentivo a las campañas BDS o de boicot a Israel. La Bolivia plurinacional de Evo Morales cortó todos los lazos con EE.UU. e Israel al que no tuvo reparos de declarar un "Estado genocida"; sin embargo al poco andar el gobierno interino de Áñez reabrió embajadas y anunció eliminación de visado para los ciudadanos de ambos países; además de solicitar abiertamente ayuda a la inteligencia del Estado sionista para impedir una escalada política de la izquierda que amenace con alcanzar nuevamente el poder y eche por la borda las transformaciones lacayas y utilitaristas del último mes.

La resistencia de Morales y el MAS

Digno del carácter autónomo que desea imprimir a su gobierno, el actual mandatario mexicano Manuel López Obrador fue el primer presidente hispanoamericano en ofrecer asilo a Morales tras su presionada salida del gobierno boliviano. Un mes más tarde viajaría con destino a Argentina, segunda escala en su éxodo, facilitado por el reciente retorno al peronismo de izquierda en ese país de la mano de Alberto Fernández. En suelo argentino, Morales convocó recientemente una reunión de líderes del MAS (a celebrarse el 29 de diciembre) para escoger oficialmente al nuevo candidato a Presidente en los comicios que se celebrarán en marzo de 2020.

Andrónico Rodríguez, potencial sucesor de Morales

El más probable sucesor de Morales al frente del MAS, es el Cientista Político y también líder cocalero Andrónico Rodríguez de apenas 30 años de edad. Pese a la alta abstención que tendrán posiblemente las próximas elecciones generales bolivianas, se estima que la probabilidad de voto de Rodríguez estaría en torno al 23%, dos décimas por encima del ex Presidente y candidato por la centro-izquierda Carlos Mesa. Sin embargo, no es del todo factible que el MAS regrese por la puerta ancha al Palacio Quemado, dados los amarres institucionales y la coacción encubierta que el gobierno interino desarrolla por estos días, coaligado con la inteligencia israelí y bajo el auspicio avaricioso de un Estados Unidos dispuesto a todo por alejar la influencia geopolítica sino-rusa de su patio trasero, ahora que el planeta le está quedando cada vez más grande a la administración Trump.

Finalmente, lo que está en juego hoy en día no es sólo el destino de Bolivia o la aspiración teñida de lucha roja y romántica de continuismo en el poder, de parte del primer gobierno nacionalista-indigenista en el espacio sudamericano. La situación de la Bolivia pos golpe ilustra mejor que nada la fase caótica de un proceso que especialistas en geopolítica como el doctor Alfredo Jalife han convenido en llamar el re-orden mundial; condición en que la globalización económica (cuestionada hasta por los propios Estados Unidos de Trump) viene tocando fondo hace más de una década; las instituciones globales pos guerra no revisten credibilidad y las extendidas parcelas de influencia de las nuevas potencias globales (en especial de China) exigen una reestructuración de la ordenanza global y de los equilibrios de poder, toda vez que la regionalización y la imperiosidad por el multilaterialismo en RRII comienzan a desplazar los muy desgastados axiomas del mundialismo.