domingo, 10 de mayo de 2020

Las seis guerras de Trump en medio de un mundo clausurado y convulsionado



2020 comenzó siendo un año bastante agitado en términos geopolíticos: a sólo tres días de comenzar el nuevo año, el operativo estadounidense que terminó con la vida del general iraní Qasem Suleimani en Irak, amenazó con sacudir aún más el ya inestable shatterbelt que es Oriente Medio, toda vez que la escalada bélica definitiva entre EE.UU. e Irán pareció extremadamente factible. El conflicto que aparentemente fue aplacado entre las amenazas tuiteras de Donald Trump de destruir 52 objetivos cívico-arqueológicos iraníes y una represalia de misiles a dos bases estadounidenses por parte de Irán, sólo dejó más dudas que certezas respecto de la débil frontera entre la dimensión mediática y la beligerante de una desaveniencia que data desde la Revolución Iraní de 1979 y que a la fecha se sustenta en tres pilares: 1) el programa nuclear iraní, 2) la geopolítica del petróleo en el Golfo Pérsico y 3) el respaldo estadounidense al régimen colono de Israel y a la petromonarquía saudí.

El asesinato de Suleimani (que pudo llegar a ser la chispa de una seguidilla de guerras a gran escala en Oriente Medio, involucrando a actores regionales y globales), sumado las olas de descontento social en todo el mundo, con las cuales se concluyó 2019, no hacían augurar un 2020 bonacible ni estable, si sumamos a lo anterior el cisne negro que se venía gestando desde diciembre de 2019 en Wuhan, China: el cóctel hacia la hecatombe estaba declarado. El "peor de los mundos" que vivimos hoy, sin embargo, ya estaba predicho y para registro -con o sin virus- quedan los cientos de análisis y documentos escritos por analistas políticos, estudiosos de la geopolítica, economistas y teóricos de las RR.II. que preveían que la llamada era Trump sería convulsa, por el programa de gobierno en sí (giro industrial-proteccionista abrupto en la economía, contención de China, política anti-inmigrante, agenda evangelista...) y por acoplarse la aguda crisis económica del sistema financierista neoliberal anunciada desde 2014 y que muchos auguraban sería resistida por Wall Street hasta finales de 2020, posterior a las elecciones presidenciales en EE.UU.

En cuatro años, el lenguaje beligerante de Donald Trump no ha hecho más que extremarse, empleando las RR.SS. -y en particular Twitter- como principal plataforma para tocar las emociones de su bien definido electorado (blancos republicanos de estrato étnico anglosajón pero de bajos recursos, llamados despectivamente recknecks o white trash, conservadores ultra-religiosos del bible belt y operarios del rusty belt: regiones industriales que se encuentran hace décadas de capa caída frente al capital expatriado y que están en pie de guerra contra la inmigración laboral, especialmente la de origen latino o mexicano) que abraza con aliento religioso la consigna "Make America First Again". Aquel lenguaje de guerra describe una contienda amplia tanto en lo interno como externo: local y global, con Trump asumiendo un rol seudo mesiánico y redentor en tiempos de crisis. Las guerras de Donald Trump son el argumento que desarrollaré a continuación, analizando cada una de sus seis dimensiones.

1. Guerra electoraria contra Biden y el "Deep State"

El primer martes de noviembre, se oficiará en Estados Unidos las próximas elecciones presidenciales para escoger al 46avo Presidente de esa nación. La dura contienda electoral entre demócratas y republicanos, que en el ritual político acontece cada cuatro años, en la práctica es una guerra constante que moviliza full time el actuar y las agendas corporativas, sectoriales y de los distintos grupos de presión y movimientos sociales, dentro y fuera de los EE.UU.; instrumentalizando para fines netamente electoreros los medios de comunicación cooptados y las redes sociales también cooptadas (Facebook, Twitter, Youtube, etcétera) por ambos sectores políticos, para difundir acusaciones, difamaciones, y hasta fake news, además de azuzar las "barras bravas" y generar direccionamiento cibernético del voto vía logarítmica con el fin principal de atraer el "voto flotante" hacia alguno de los dos bloques de este sistema en extremo binominal y limitado en representatividad democrática, que emplea además mecanismos propios del siglo XIX, como su polémico sistema de electores.

Mapa electoral de los EE.UU. y la cantidad de electores por cada uno de sus 50 estados.

Tras los sucesivos episodios de ese verdadero reality show titulado "los supermartes", sin gran sorpresa logró imponerse en la vereda de los demócratas la candidatura de un débil Joe Biden (77 años) -convertido en Goliat por los intereses del deep state (el complejo militar-industrial y financiero que gobierna verdaderamente EE.UU. desde los lujosos despachos del lobby)- frente a un aguerrido y altamente popular Bernie Sanders (78 años), que a causa de su militancia en el ala socialista del Partido Demócrata y por prometer las profundas transformaciones político-social-económicas que requiere EE.UU. (lo cual se corroboró tras la crisis pandémica) fue desestimado por la maquinaria oculta, que inclinó la elección al candidato de George Soros y sus huestes. Biden representa una linea de continuismo con el régimen de Obama, Hilary Clinton y la política beligerante e imperialista que formuló las "Primaveras Árabes" en 2010, concluyó con la invasión de Siria y la destrucción de Libia, empleando drones con bombas, contratistas de guerra o mercenarios y creó, armó y financió nuevas células terroristas como el Daesh para mantener desestablizada la región.

La "trama ucraniana" que desató el fallido impeachment contra el actual Presidente Trump, desprestigió también al ya per sé débil Joe Biden, dado que su hijo Hunter fue uno de los principales implicados en el tráfico de influencias y supuesta implicación en negocios oscuros con la empresa gasífica Burishma Holdings, redes que Trump pidió develar al Presidente ucraniano Volodomir Zelensky con el fin de mancillar a Biden y complicar su candidatura en 2020. Estos hechos que narran sólo una mínima parte de los mafiosos manejos tras bambalinas del poder estadounidense, estuvieron a punto de comprometer la elección de Biden, abriendo posibilidades al magnate de las comunicaciones Michael Bloomberg (78 años) y al candidato popular Bernie Sanders; candidaturas que antes de ser declinadas en las urnas, fueron desestimadas por el poder económico, reposicionando a Biden, el candidato de George Soros: aquel mega especulador bolsista y empresario globalista de origen judeo-húngaro, cuya agenda progresista ha sido acusada de injerencismo por los mandatarios de varios gobiernos conservadores como el de Hungría, Italia o la Israel de Netanyahu.

Pese al desprestigio de los Biden tras la "trama ucraniana" (de la cual salió airoso Donald Trump) y la tibia adhesión que genera en los electores demócratas la figura de Joe, la contienda Trump-Biden continúa invariable como era previsible desde hace tres años, esto facilitado además por el hecho de que en la vereda republicana no hay contendientes de peso que puedan ganar espacios a Trump. Así, hasta poco antes de que la pandemia del COVID-19 azotara duramente a EE.UU., Trump pudo sentirse seguro de competir en noviembre contra un raquítico Biden, sin embargo los punzantes cuestionamientos al manejo político de la crisis y la realidad develada de un EE.UU. estructuralmente pobre dan una ventaja inesperada a Biden que podría traducirse en triunfo electoral en la que hoy es tal vez la principal y más dura de las contiendas personales que enfrenta el Presidente Donald Trump: la guerra electorera contra el deep state demócrata y su gran enemigo ideológico George Soros.

2. Guerra comercial y tecnológica con China

Para muchos se trata de "la madre de todas las batallas" que enfrenta Trump y la que más debiese interesar y preocupar al resto del planeta, dada la enorme importancia geopolítica y geoeconómica de los contendientes, que para el caso de Chile (como en el de muchos otros países) representan nuestros dos principales mercados compradores. Por si fuera poco, el desarrollo tecnológico mundial de los próximos 20 o 30 años será definido por Estados Unidos y/o China, cosa que ya viene ocurriendo en la llamada "guerra del 5G", seguida por la automatización y la inteligencia artificial. Dicho esto, a nadie debiera caer duda a estas alturas que las tensiones judiciales con Huawei en 2018 o la Guerra Arancelaria de 2018-2019 son algunas de las más mediáticas manifestaciones de la actual Guerra Fría sino-estadounidense, que en el campo geopolítico se ve expresada en las tensiones en el Mar de China, como también en la guerra de imputaciones diplomáticas entre ambas potencias (y el propio Trump por el lado de EE.UU.) que han instrumentado políticamente la insual pandemia del COVID-19.

En el mapa: los tramos marítimo y ártico del proyecto BRI o Cinturón y Nueva Ruta de la Seda.

Hasta el momento y pese a ser un régimen totalitario de partido único, con  mezcla de matices comunista, confucionista y capitalista; China ha jugado en RR.II. bajo las reglas dictadas por los hegemones occidentales en el siglo XX, reglas que ya no se corresponden con el mundo actual que avanza a toda prisa sobre la preeminencia de Asia (con las pujantes economías de China, India, Japón y países del Sudeste asiático) en detrimento de Europa. China: el principal país vendedor del mundo, es hoy sinónimo de infraestructura y crecimiento económico descomunal que en datos duros se expresa en los 10 millones de personas que rescata de la pobreza cada año o en los 8 multimillonarios que emergen cada mes de sus ciudades. El chorreo de su ingente potencial hacia el resto del planeta, se verá aún más incrementado a partir de sus ambiciosas iniciativas comerciales, de mercado común e infraestructura logística como son el RCEP en Asia-Oceanía y el Cinturón y Ruta de la Seda terrestre en Eurasia, que contará además con tramos marítimos y árticos para estrechar distancias en todo el planeta con la nueva meca del capitalismo, bajo contexto de una revitalizada globalización, probablemente más mercantilista que financierista.

La nueva posición de China preocupa en extremo a los policy makers estadounidenses, sean demócratas o republicanos, al extremo de colocar a China en el centro de la cartilla estratégica, empleando el juego geopolítico y geoeconómico de la contención (así lo atestiguan los propios documentos de la Estrategia de Seguridad Nacional y la Estrategia de Defensa Nacional); que en traducción de muchos analistas significa que EE.UU. echará mano de todos los mecanismos y artilugios posibles para retener la expansión económica y tecnológica china, incluida la guerra sucia, a lo que cabe preguntarse: ¿no estaremos viviendo en este preciso momento las externalidades y estragos que implican estas maniobras?. Lo realmente preocupante en el mundo hípercontectado en que vivimos, es el hecho de que algunos de los principales actores no juegan limpio. 

3. Globalismo vs Nacionalismo Económico

En 2019 el doctor y geopolítico mexicano Alfredo Jalife-Rahme, publicó un libro titulado "NACIONALISMO CONTRA GLOBALISMO. Dicotomía del siglo XXI antes de la Inteligencia Artificial" que a grandes rasgos explana la que es hoy una de las principales tensiones en el seno del poder estadounidense: la pugna entre globalistas y nacionalistas, que trasvasa la clásica dicotomía entre conservadores (republicanos) y liberales (demócratas) o la ya vetusta lógica derecha-izquierda en el plano electoral estadounidense. A modo de ejemplo: Donald Trump y Bernie Sanders serían nacionalistas económicos vs los globalistas Joe Biden, Obama, los Clinton y en su momento Bush padre y Bush hijo; hecho que representa la confrontación de dos proyectos político-económicos a partir de los cuales Estados Unidos ha enfrentado el mundo desde la caída de la Unión Soviética a comienzos de los '90.

Libro de Alfredo Jalife

El giro nacionalista que representa la llegada de Trump a la Casa Blanca en 2017 se resume en la consigna "Make America First Again" que más que un simple slogan electoral es un compromiso a levantar la moral estadounidense apuntando a los millones de trabajadores que en los últimos años perdieron sus empleos en las grandes industrias nacionales que trasladaron su producción a China, la India, México y otros países con regulaciones laborales menos inflexibles y mano de obra más barata; como así mismo una pancarta racista que excluye y golpea directamente a la mano de obra inmigrante (incluidos los dreamers), especialmente a los de origen mexicano e hispano, contra quienes el muro que separa al Primer Mundo del Tercero en la frontera con México, es la manifestación física de un lenguaje político de guerra.

La contracara del modelo nacionalista, es el globalismo de corte financierista (en lo económico) y progresista (en lo ideológico) cuyos principales intercesores a nivel mundial son Wall Street y el mega-especulador George Soros; el objetivo de la agenda Soros (replicado en su fundación Open Society, en las cientos de ONGs que financia en la mayoría de países y hasta en ciertos programas de la ONU) es derribar todas las barreras al libre tránsito de factores financieros y productivos, lo cual implica permear todas las barreras soberano-estatales al capital económico, maquinarias, mercancías y personas, además de operar en el discurso de la integración (racial, religiosa, cultural, de género) para facilitar los cambios de paradigma. Esto le ha valido a Soros serias acusaciones sobre injerencia migratoria, acusándolo de canalizar entre muchas otras, las migraciones africanas a las costas del sur de Italia, de inmigrantes sirios a Europa, de haitianos a Chile y de centroamericanos a EE.UU., generando en esta última el choque de agendas con el nacionalista Trump, quien al enfrentar en noviembre a Biden, estará compitiendo realmente contra tres poderes: George Soros, el deep state y Wall Street.

4. Oriente Medio, petróleo, la OPEP y las guerras de Israel

Previo a su elección en 2017, Donald Trump acusó en varias ocasiones lo que es una verdad incuestionable: el hecho de que los conflictos y el terrorismo en Oriente Medio son una creación que obedece estrictamente a la política exterior de EE.UU., especialmente a la geopolítica energética y del petróleo. Sujeto a lo mismo prometió retirar las tropas estadounidenses de la región para limitar (a su juicio) el despilfarro de un Estado altamente endeudado y de paso terminar con la farsa de la "Guerra contra el terrorismo" iniciada por Baby Bush en 2001. Una vez en el poder, sin embargo, Trump trastocó su discurso inicial (presumiblemente presionado por el complejo militar-industrial o deep state) al punto de -por ejemplo- ordenar la retirada de tropas en Siria y al poco tiempo reubicarlas en puntos estratégicos, cercanos a pozos petroleros. 

Recursos que se continúan disputando en Oriente Medio, Asia Central, el Cáucaso y el Mar Negro (en torno a Ucrania). Regiones prolíficas en petróleo y gas.

Evidentemente, no es tan fácil salir del laberinto de Oriente Medio, especialmente del norte del creciente fértil (Siria-Irak) donde las reservas de petróleo y gas explican por sí solas buena parte de la geopolítica del siglo XX. Salir de la región significaría dejar el paso libre a Irán para reconfigurar el equilibrio de poderes en la región y complicar la existencia del sempiterno aliado estadounidense: Israel, así mismo se daría luz verde a Rusia en el control de la OPEP (Organización de Paises Productores de Petróleo) desde su fuerte alianza con el gran productor y hegemón del Golfo Pérsico que es Irán y su cada vez más impetuosa presencia en Siria. El otro aliado estadounidense en la región: Arabia Saudita, es un país poco querido en el mundo árabe-levantino (Siria, Líbano, Palestina) y hasta entere vecinos peninsulares (Yemen, Catar) que tienden a Irán (un país no árabe); así dicho EE.UU. no saldrá del Medio Oriente mientras su influencia en la OPEP y la seguridad de Israel queden comprometidas.

La guerra de Trump en el frente de Oriente Medio es una guerra propiamente geopolítica y geoeconómica que visiblimente le incomoda, pero que es encomiada a más no poder por los halcones (más fieles al deep state que a Trump) que le susurran al oído: en especial, el ex-director de la CIA Mike Pompeo. El principal contendor en esta guerra es Rusia y en segundo término Irán; de cara a Rusia la trama geopolítica es secundada además por los eventos de Ucrania (la cuestión de Crimea y las tensiones en el Donbáss) donde EE.UU. ejerce también su influencia de contención en una región fundamental para el empoderamiento geopolítico ruso, y en el boicot estadounidense al gaseoducto Nord Stream 2 que conectará Rusia con Alemania, haciendo más dependiente a Europa del abastecimiento energético del heartland: de una Rusia que ya no es el corazón de un estructura oxidada como en tiempos de la Unión Soviética ni el vasto país rural de los corruptos kulaks. La Rusia de Putin apuesta a ser un tercer hegemón detrás de China y EE.UU., uno que ejercerá una importante influencia en el corazón de Eurasia, definiendo en lo mediato los destinos de Oriente Medio, Europa Oriental, Asia Central y parte del ártico.

5. Venezuela y el "Patio Trasero"

EE.UU. no intervendrá Venezuela hasta que el contendiente geopolítico y el equilibrio de poderes con Rusia en las regiones Oriente Medio, Ucrania y el Mar Negro quede completamente zanjado a favor de Rusia. Lo que hoy estamos presenciando es la antesala del "re-Orden Mundial" (en palabras de Alfredo Jalife) al cabo del cual el mundo podría tornarse tripolar desde las hegemonías de China, EE.UU. y Rusia repartiéndose el mapa político; esto podría implicar que EE.UU. vuelva (y de hecho lo está haciendo) a enfocar su atención en el patio trasero (Latinoamérica), dejando de intervenir en las cuestiones de Oriente Medio (una región que le está quedando cada vez más grande y lejana) y balanceando sus intereses energéticos con el petróleo y las tierras raras de Venezuela y México, además del litio y el gas de Bolivia, entre otros.

Cantidades de petróleo exportadas por Venezuela a sus principales mercados compradores en 2018 (en miles de unidades de barriles/día). Fuente: Center For Strategic & International Studies

El golpe de Estado del pasado noviembre en Bolivia fue una jugada directa de EE.UU. que desterró la agenda indigenista-nacionalista-estatista (pro China, pro Rusia y pro Irán) para instalar en su lugar una con los colores propios de la administración Trump (derecha política, evangelismo sionista, liberalización de la economía, apertura diplomática a EE.UU. e Israel, etcétera); si no se ha seguido el mismo derrotero con Venezuela, se debe a que aquel país está siendo protegido por Rusia en el cometido de custodiar su influencia en la OPEP. Sin embargo EE.UU. ya tantea el terreno y las fallidas Operación Gedeón 1 (2018) Gedeón 2 (2020) son la evidencia más concreta de ello, enviando al sacrificio unos pocos mercenarios de guerra (la guerra tercializada, propia de EE.UU. en Oriente Medio), ensayando las operaciones de inteligencia y probando la asistencia y las lealtades regionales, en especial de Colombia o incluso del Chile de Piñera, como ocurrió lastimosamente en la también fallida intervención de Cúcuta en febrero de 2019.

EE.UU. necesita del petróleo venezolano (como también del oro de sus ricos yacimientos) para abastecerse y seguir jugando el juego especulativo del oro negro (por cada barril real, se especula con otros 500 barriles fiduciarios) dado que este país posee las mayores reservas en el planeta y de las calidades de mayor comercialización y más fácil extracción. EE.UU. en cambio podría ser autosuficiente e incluso jugar a la especulación financiera con su propio petróleo, pero la extracción de sus grandes reservas no es factible salvo por el método del fracking que al día de hoy sigue siendo un método demasiado oneroso, contaminante y depredador por la gran cantidad de recurso hídrico  que requiere emplear en la extracción. En el interín, Venezuela es una pieza fundamental en el ajedrez de Trump (y de los gobiernos estadounidenses en general), pero que caiga o no el régimen de Maduro, como apunté anteriormente, está sujeto a cierto nivel de negociación con Rusia.

6. Guerra contra los efectos del COVID-19 y la geopolítica de la vacuna

La sexta guerra que enfrenta Trump es tal vez la más compleja que se desarrolla por estos días y una que compromete directamente su guerra electoral contra Biden. EE.UU. es hoy el país que más se ve afectado por la pandemia del COVID-19 (en cantidad de contagiados y muertes) y el mal manejo inicial del Presidente que vilipendió la pandemia y buscó obtener réditos políticos de la misma culpando a China, le ha granjeado varios cuestionamientos internos y externos, aunque curiosamente su popularidad no se ha visto del todo mancillada e incluso ha aumentado entre algunos sectores que buscan escapar del confinamiento y reactivar la economía.

Estadística de los decesos por COVID-19 a nivel mundial a 10/05/2020. Fuente: Diario Financiero

Del origen de la pandemia, es probable que nunca tengamos a mano todas las evidencias para imputar a los verdaderos causantes, aunque desde luego se puede descartar de plano la estúpida tesis de contaminación cruzada por consumo de "sopita de murciélago"; el SARS-COV-2 es con toda probabilidad un producto de laboratorio que escapó de ellos por alguna negligencia o derechamente fue empleado como un arma biológica para generar todos los efectos adversos (el cisne negro) que hoy sufren nuestras economías y el género humano, reflejando la fragilidad de la vida y el hecho de que "a río revuelto" esta hecatombe beneficiará a más de alguno. De ella saldrá airoso el país o potencia que desarrolle la tan ansiada vacuna, aunque en el intertanto de la búsqueda se han acusado ciertos boicots y hasta han acontecido asesinatos de científicos en extrañas condiciones.

Mientras eminencias de la medicina como el doctor estadounidense de origen pakistaní Rashid Buttar, apuntan derechamente en el origen del COVID-19 a una conspiración que implicaría derechamente a la OMS y a personeros estadounidenses como el inmunólogo Anthony Fauci, el megaempresario tecnológico Bill Gates (ambos -curiosamente- predijeron el virus con años de anticipación) y de rebote: el mega-especulador George Soros. Otros relacionamos más fácilmente lo que hoy ocurre con los objetivos señalados abiertamente en la ESN y EDN de la administración Trump, que se resumen en una contención a toda costa del crecimiento de China y estrategias de desglobalización. Sea cual sea la verdad, esperemos que algún día se propague por el aire como el virus y nos regale claridad en medio de esta jaula de mentiras y antes de que alguna de las 6 guerras en curso de Donald Trump logre comprometer nuestra integridad.

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