jueves, 4 de enero de 2018

Giuseppe Garibaldi, héroe de dos mundos


¿Quién recuerda tu historia
que, contemplando tu esplendor pasado,
no diga: su grandeza ya no existe?
¿Por qué ? ¿por qué ? ¿ Dónde está la antigua fuerza,
las armas, el valor y la constancia?
¿Quién te robó tu acero ?
¿Quién te entregó? ¿qué dolo, qué artificio,
o qué poder tan grande
te arrancaron el manto y la diadema?
¿Cómo caíste, y cuándo
de tanta altura a tan profundo abismo?
¿Nadie lidia por ti? ¿No te defiende
hijo ninguno? ¡Al arma! ¡al arma! solo
entraré en lucha, rendiré la vida
y que mi sangre sea
fuego a nuestra nación adormecida.

Este fragmento del "Canto a Italia", poema de 1824 compuesto por el marquesano Giacomo Leopardi personifica perfectamente el sentimiento de varias generaciones de patriotas italianos, sumidos en la amargura de un nacionalismo incondicional y recalcitrante, pero que difícilmente pudo batirse del oprobio impuesto por dinastías extranjeras y un papado a saco sobre las riquezas de la península dividida, que tuvo en la lengua de Dante, en la consciencia histórica nacional y en el orgullo por el pasado romano, los más sólidos fundamentos hacia la unificación y la independencia.

El siglo XIX, heredó de la Revolución Francesa sus preceptos románticos: derecho de autodeterminación de los pueblos, lucha contra la opresión monárquica y eclesiástica, fraternidad universal, amor a la patria, justicia social y amparo al desprotegido, que remecieron considerablemente el alma italiana, reconocida por su carácter solidario: mezcla de cordialidad latina, munificencia cristiana, sensatez mediterránea y un fuerte espíritu comunitario, lo que añadido al anhelo por la libertad no pudo menos que engendrar una generación completa de héroes destacada por prohombres como Francesco Anzani, Giacomo Medici, Carmine Crocco, Giuseppina Vadalá (fallecida en Chile el año 1914), Ugo Bassi, el papa Pio IX y el excepcional paladín Giuseppe Garibaldi, muchos de los cuales guerrearon además en América del Sur, movidos por las mismas causas que exigían para Italia y el mundo libre una revolución global.

Respecto del sueño de una Italia secular y unificada, no se debe perder de vista, ciertamente, al eminente rol ejercido por la Francmasonería en la lucha política de los carbonarios y la logia armada "Joven Italia" liderada por el activista genovés Giuseppe Mazzini y de la que participó activamente Garibaldi en su juventud, además del lobby, las reformas y el gran manejo diplomático del conde de Cavour (Camilo Benso) responsable por planificar Il Risorgimento de Italia desde el Piamonte. A este respecto la unificación italiana así como décadas antes la independencia de los países americanos son hechos que involucran a la gran sociedad secreta de la que fueron activos miembros los próceres locales de Miranda, Bolívar, San Martín y O'Higgins, en procesos vigilados cercanamente por el ojo de Horus del Imperio Británico que toda vez que propaló revancha contra el despotismo monárquico (a riesgo de perder sus propias colonias americanas como ocurrió finalmente en 1776) se valió de la Augusta Orden para debilitar al resto de imperios europeos y a la Santa Sede.

Una vida épica


Bautizado con el nombre de Joseph Marie Garibaldi, el héroe de los dos mundos nació el 22 de julio de 1807 en la ciudad de Niza, hoy por hoy constitutiva de la costa azul francesa, pero en aquel tiempo perteneciente al Reino del Piamonte, suscrito a la dinastía italiana de Saboya. De ascendencia genovesa por ambas partes, su madre Rosa Raimondi: una católica devota, deseó para él la vida eclesiástica, mientras que su padre, un capitán de navío: Don Domingo Garibaldi habría preferido que se dedicara al derecho u otras profesiones liberales; el jóven Joseph (italianizado a Giuseppe) guarecía sin embargo otros planes, siempre ligados a su amor por el mar, la aventura y un espíritu de justicia que más tarde germinará en el sueño de devolver a Italia la gloria perdida de la libertad.

A la tierna edad de 11 años -recuerda Garibaldi en sus memorias- logró convencer a tres de sus amigos para emprender un viaje a la Liguria a bordo de un bote pesquero, pero el éxito de la empresa se vio entorpecido por un clérigo delator que alarmó a don Domingo, quien a su vez logra interceptar el navío a las alturas de Mónaco. De este temprano hecho confiesa Garibaldi, derivó su desconfianza por los curas, la cual suponemos debió hacerse más profunda a medida que se fue empapando de pensamiento ilustrado y tomó consciencia del nivel de estancamiento y desintegración a la que estuvo sometida durante siglos su ensoñada Italia, bajo omisión de la iglesia de Roma.

Con sólo 15 años don Domingo lo admite como mozo a bordo de su propio bergantín: el "Constanza" y apenas pasarían otros diez años hasta verse convertido en capitán de otras embarcaciones. Aquello fue el salvoconducto con el que Garibaldi logró recorrer todas las costas de Europa, parte de África, Asia y Medio Oriente, conocer en profundidad a los hombres y sus culturas tan heterogéneas y encallar en todos los puertos de la disgregada Italia distinguiendo en cada lombardo, romano, sardo, ligur, piamontés, véneto, calabrés, toscano o siciliano a un hermano de raza, otro hijo de la patria oprimida.


Fresco que representa la batalla de San Antonio (Uruguay) de 1846, en ella las milicias de Garibaldi vencieron holgadamente a las fuerzas del conservador Manuel Oribe. Colección Bertarelli, Milán, Italia.

En uno de esos múltiples viajes: el año 1833, en la ciudad rusa de Taganrog a orillas del Mar Negro, Garibaldi conoce al periodista, político y patriota italiano Giovanni Battista Cuneo quien lo invita a sumarse a la sociedad proscrita Joven Italia. Es finalmente en la legación de Marsella donde Garibaldi es admitido e iniciado, aportando su entusiasmo y espíritu combativo a una institución que será clave en el futuro devenir de Italia y del propio Giuseppe Garibaldi.

Meses más tarde participa activamente del movimiento republicano, junto con el resto de revolucionarios de la Joven Italia cuyo primer objetivo era finiquitar el gobierno del Piamonte y destronar al rey Carlos Alberto. Detenida la insurrección por las fuerzas monárquicas, no tardan en tachar a Garibaldi de conspirador y de asociarlo con Mazzini, razón que lo impulsa a escapar a la vecina Francia y cambiar su nombre por el de Joseph Pane. Pero Garibaldi no era un hombre que cediera ante los reveses de la vida y continuó alentando la lucha en el Piamonte, toda vez que podía infiltrarse esporádicamente en el reino, favorecido por su ocupación marina a bordo de distintos navíos franceses.

Más temprano que tarde la mala publicidad hecha a su nombre en los círculos de poder monárquicos y conservadores, traspasa las fronteras del Piamonte y es considerado una amenaza en latencia para los intereses de Austria (el dominio extranjero que Garibaldi despreciaba mayormente) en el noreste de Italia y el Reino de las dos Sicilias en la Italia meridional. En Francia corría peligro de una captura internacional y consecuente entrega a las autoridades del Piamonte que lo sentenciaron a pena capital, hechos que favorecieron su huida a Sudamérica, particularmente a la provincia de Río Grande do Soul donde asumió la función de condotiero (mercenario) defendiendo por mar y tierra a la pequeña y pobre república que custodiaba su independencia del poderoso Imperio de Brasil.

Los cuatro artífices de la independencia y unificación italiana: el rey Víctor Manuel II, Giuseppe Garibaldi, el Conde de Cavour y Giuseppe Mazzini.

El republicanismo de Garibaldi, engranado con su filiación masónica en la Joven Italia y el congénito desprecio que sentía hacia la tiranía de cualquier color y procedencia, harán de este hombre un héroe internacional, una especie de precursor del Ché Guevara, sólo comparable en notoriedad y proezas al adalid de la Gran Colombia: Francisco de Miranda. En sus memorias Garibaldi atribuye la sobre vivencia en decenas de campañas a los rezos y llantos de su devota madre y considera sus victorias, tributarias de la camaradería, arrojo y generosa alma de sus compañeros de armas italianos, junto con quienes combatió en los dos continentes. Gran parte del vigor y contención lo aportaría también su compañera de vida: Anita Ribeiro, natural de Moriños (centro de Brasil) a quien conoció en 1839, fue una mujer extraordinaria, madre de sus cuatro hijos, auxiliar de guerra y en ocasiones hasta un soldado más en las muchas batallas liberadas.

La defensa de Río Grande gravitó en seis largos años de penurias pues el enemigo no sólo era mucho más poderoso y mejor armado; a la falta de provisiones se sumaron también las deserciones, las enfermedades, los motines y los ataques sorpresa. Prueba del desinterés económico del prócer es el hecho de haber terminado en estado de extrema pobreza, pues su paga era más simbólica que efectiva, fue sin embargo en las escaramuzas de Río Grande donde se fogueó como estadista y líder naval, de caballería y ejército, aprendió a luchar y vivir igualmente al estilo gaucho, con austeridad y tenacidad absolutas reafirmando en tanto sus convicciones y ganando un prestigio mundial, que será muy útil a la hora de retornar a Italia a ajustar cuentas con los austriacos.

Obteniendo una dispensa de Bento Gonçalves, Garibaldi, parte de sus hombres y su nueva familia compuesta por Anita y su primogénito Menotti, abandona Río Grande con destino a Montevideo, cruzan a galope selvas y montañas durante medio año, sorteando el mal tiempo y el ataque azaroso de los indios. La paz del lado uruguayo es sólo una cuestión temporal, pues al poco tiempo de su arribo el pueblo se levanta en armas contra el dictador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, quien pretende apropiarse de la ventura del Uruguay. Fiel a su espíritu de justicia y republicanismo, Garibaldi hace suya la causa de los insurrectos y forma la Legión Italiana de los 800, también conocida como los "camisas rojas", que ganó prestigio en las campañas de cerro Tres Cruces y San Antonio, al brindar una aplastante victoria a los ejércitos del general Oribe.

Garibaldi, Anita y el pequeño Menotti. Obra de Guido Mondin (1912-2000).

Las victorias en el Uruguay le valieron a Garibaldi la ascensión a general y un reconocimiento unánime a su ejército de italianos. En 1848 el nicense decide que ha llegado el momento de llevar la guerra a Italia, optimista por las noticias de rebelión contra el dominio austriaco que llegaron allende el Atlántico. El 15 de abril de aquel año zarpa desde Montevideo a bordo del bergantín Esperanza junto con 63 legionarios (italianos, uruguayos, brasileños y afro-descendientes), una de sus primeras gestiones diplomáticas en territorio italiano fue darse cita con el rey Carlos Alberto en Turín, quien por aquel entonces consideraba viable la causa de la unificación italiana y la expulsión de Austria desde las regiones del norte. Sin embargo la entrevista resulta improductiva debido al poco interés manifestado por el rey.

Desilusionado, Garibaldi se cita en Milán con las autoridades del gobierno provisional anti-austriaco que lo nombra general pero a cargo de una tropa exigua y con escaso dinamismo, decide entonces acotar la guerra a la provincia de Como (Alta Lombardía), donde tras una eventual derrota los italianos pudieran cruzar los alpes y guarecerse en la neutral Suiza. Delega liderazgo en uno de los patriotas más destacados de entonces: Giacomo Medici, quien junto con un puñado de soldados sardos y de voluntarios lombardos (muchos de ellos estudiantes menores de edad) generan la resistencia y hasta causan varias bajas a los austriacos mediante el método de las guerrillas, sin embargo si bien la derrota no estaba declarada, el triunfo tampoco es posible y es así como Garibaldi decide finalmente cruzar los alpes en dirección a Suiza.

La oportunidad de unificar Italia no se hará esperar mucho más. El 9 de febrero de 1849 el papa Pio IX es expulsado de la Santa Sede y los ciudadanos de Roma declaran la república poniendo a la cabeza un triunvirato (reminiscencia de la época romana) conformado por Giacomo Mazzini, Aurelio Saffi y Carlo Armellini. Francia decide intervenir entonces en favor del papado y Garibaldi acude junto con 20.000 hombres a defender la naciente república, la guerra se extiende cuatro meses con un derramamiento de sangre excesivo en ambos bandos, pero con consecuencias particularmente desastrosas para Roma, tras lo cual el Gobierno de la República decide el armisticio y a inicios de junio la ciudad es entregada a los franceses que a su vez la devuelven al papa.

Monumento a Garibaldi en Giardini della Biennale (Venecia), obra del célebre escultor local Giuseppe Zolli (1838-1921), cuenta la leyenda que poco tiempo después de esculpida, un fantasma de camisa roja comenzó a hostigar a los transeúntes que se acercaban demasiado al efigie del héroe de los dos mundos, razón por la cual Zolli esculpió años más tarde al reverso del monumento, la figura de un soldado protector armado de sable y bayoneta que encarna al anónimo fantasma. La foto capturada en noviembre de 2017, pertenece a mi archivo personal.

La capitulación de los republicanos en Roma no significa en absoluto que la causa de Italia haya sido abandonada, al contrario, más de un millón de voluntarios de toda Italia se unieron a Garibaldi luego de la contienda de Roma, motivados por las victorias obtenidas contra el ejército francés (por entonces el más poderoso del mundo) en las defensas de  Villa Spada, Cuatro Vientos o la Puerta de San Pancracio. En todo este tiempo las tropas republicanas aprovechan también de iniciar hostilidades al sur, en Nápoles, capital del Reino Borbón de Las dos Sicilias, de modo que cuando Garibaldi decide abandonar Roma y dirigirse a Venecia para reiniciar la guerra contra el Imperio de Austria, iba perseguido por cuatro de los ejércitos más recios de Europa: francés, napolitano, español y austriaco.

Extenuadas por las refriegas y la represalia de los dominadores, las ciudades italianas del centro y norte del país quitan su apoyo a Garibaldi y el millón de voluntarios regresa paulatinamente a sus actividades en las distintas regiones de procedencia. De modo que viéndose enfrentado por segunda vez a los austriacos con  un ejército mermado (no más de 200 hombres) no está en condiciones de entablar una batalla naval exitosa, hecho que obliga a los italianos a emprender huida a Rávena, ciudad de la Emilia-Romaña y antigua capital del reino de los ostrogodos, donde al cabo de su llegada, muere Anita, exánime por una vida de luchas y sufrimientos como compañera de vida del más grande héroe de la Europa contemporánea.

Impedido de otorgar a Anita las exequias merecidas, Garibaldi junto con su ejército marcha a la Toscana y regresa luego al Piamonte, su reino de procedencia que lo ha declarado "sujeto peligroso" forzándolo a abandonar nuevamente Italia. Reside un tiempo en Gibraltar, Tánger e Inglaterra (protegido suponemos por sus contactos masónicos) para emprender nuevo viaje a América e instalarse en la ciudad de Nueva York, donde realizó viajes mercantes y trabajó algún tiempo en la fábrica de velas de Antonio Meucci; a la postre otro gran italiano, inventor del teléfono.

Encuentro de Garibaldi con el rey Victor Manuel II (26 de octubre de 1860) en la ciudad de Teano, próxima a Nápoles. Garibaldi que venía de liberar la isla de Sicilia del yugo Borbón saludó a Víctor Manuel como "Rey de Italia".

En 1859 estalla la guerra decisiva contra Austria, de la que además de los italianos, participarían Francia y Prusia para sustraer a los austriacos sus dominios en el norte de Italia. En este tiempo Garibaldi estaba ya de regreso en Italia pero labrando los campos en Caprera (isla del archipiélago de Cerdeña) donde poseía una finca. El ahora rey del Piamonte Víctor Manuel II (hijo del incompetente Carlos Alberto) y su eficiente ministro, el Conde de Cavour convocan a Garibaldi para hacerse cargo de la Expedición de los Mil que a bordo de los navíos Piamonte y Lombardo zarpó desde Génova hacia la conquista del sur de Italia y consecuente desintegración del Reino de las dos Sicilias. 

Vencidos ya los borbones en 1862, Garibaldi decide que ha llegado el momento de expugnar Roma, pero Napoleón III en el trono de la aliada Francia, un defensor a ultranza del papado, protesta contra Víctor Manuel quien para evitar una escalada internacional del conflicto decide enviar nuevas tropas a cortar camino a Garibaldi, es entonces que surge el grito ¡Roma o Muerte! que los garibaldinos elevaron contra cualquiera que se interpusiera en la conquista de la ciudad de los césares, desatándose el triste episodio de Aspromonte que vio enfrentarse a italianos contra italianos.

Garibaldi que nunca dejó de bregar por su sueño de la Italia unificada e independiente, continuó en los años sucesivos luchando contra los últimos reductos austriacos en el norte de Italia (Brescia, Lardaro, Condino, Bezzecca...), es arrestado en 1867 por intentar una nueva ocupación de Roma, que no será italiana hasta el destronamiento de Napoleón III en 1870, en la sucesiva proclama de la República Francesa. En 1882, a la edad de 74 años fallece en Caprera retirado cerca de una década antes de la vida militar y política, de la que participó un tiempo en el cargo de parlamentario. La tozudez de sus genes ligures y los de Anita seguirá obrando prodigios en este mundo, ya que uno de sus nietos: Giuseppe II Garibaldi (Peppino) fue también un gran libertario y héroe de dos mundos que participó activamente en la Revolución Mexicana de 1911 en el grado de General y jefe de la Legión Extranjera, como también en la Guerra de los Balcanes de 1912 contra el Imperio Otomano y en la Primera Guerra Mundial liderando la Legione Garibaldina de inmigrantes italianos que prestaron servicio a Francia.
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