miércoles, 23 de marzo de 2016

Declaración Pública del Centro de Cultura Islámica de Chile

 
En concomitancia al terrible y cobarde atentado del pasado martes en Bruselas, esta mañana llegó a mi correo el siguiente comunicado emitido por el Presidente del Centro Cultural Islámico, excelentísimo señor y amigo personal Fuad Musa.
 
Conozco muy de cerca la profunda espiritualidad de los verdaderos musulmanes, y concuerdo en base a ello que los fanáticos radicales de Dáesh son un simple conglomerado de rezagados que escudan su resentimiento social y político en una religión que verdaderamente no conocen ni entienden. Dáesh (Estado Islámico) como lo señaló públicamente en su momento Vladimir Putin o el mismísimo Donald Trump no es más que el desafortunado corolario de la intervención norteamericana en Iraq (primero) y en Siria (después), financiado logística y económicamente en un principio por el verdadero eje del mal conformado por la política exterior de EE.UU./Israel/Arabia Saudita que tuvo hace un par de años el fin de destituir a Bashar Al Assad en pro de debilitar los intereses geopolíticos de Irán y Rusia en el este del Mediterráneo.
 
Hoy la amenaza invisible que encarna Dáesh en la Guerra Fría del Siglo XXI calza muy bien con el trazado que Francis Fukuyama realizó tras la caída de la Unión Soviética y que desde la Guerra del Golfo (1990) en adelante, ha sido el nuevo capítulo en la hoja de ruta de la política exterior norteamericana, consistente siempre en lo mismo: dramatizar y simplificar la impresión del que el planeta se encuentra polarizado entre "los partidarios del mundo libre" y "los enemigos de la democracia" quienes fueran simbolizados ocho décadas atrás por los fascismos (en especial por el nazismo alemán), tres décadas atrás por el comunismo y actualmente por el islamismo. Víctimas inenarrables de este teatro internacional patético son desde luego los miles de inmigrantes sirios, iraquíes y afganos, que buscan asilo entre los mismos países que los caricaturizan de "terroristas" pero que en función de sus intereses energéticos han ayudado a acarrear las desgracias de Medio Oriente.
 
Es por ellos; por los piadosos e inocentes que el Centro Cultural y Comunidad Musulmana (chií) de Chile levanta la voz y hace un llamado a los medios a desdramatizar su cobertura de los terribles atentados acaecidos y de los que de seguro podrían continuar en adelante. Al menos sería ético quitar del foco a la religión y analizar las verdaderas variables del conflicto: que a estimación personal no es la contienda entre el mundo histórico y el post-histórico (como nos proyecta pensar Fukuyama en reverencia al maquiavélico Proyecto para el Nuevo Siglo Americano) esta es una contienda entre el subdesarrollo y el capital, entre la oligarquía global económico-política y una creciente mayoría, despojados del progreso.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Rumi


Al decir de los místicos, el sufismo es "el alma del islam": espiritualidad contemplativa y adogmática que poco o nada tiene que ver con credenciales fanáticas como la del radicalismo chií (detrás de la revolución islámica jomeinista) ni menos aún con el salafismo/wahabismo: argucia religiosa y motor de organizaciones reaccionarias como la de los Hermanos Musulmanes, Al Qaeda, Al Shabbab y Dáesh (Estado Islámico) creadas a medias entre el resentimiento local y la complicidad de agencias imperialistas de doble traza.
 
El islam místico o sufismo más que una religión es una filosofía del espíritu, una abstracción del mundo material y de esta cárcel terrestre de la carne y del dolor. Religión sin religión (sin dogmas, ni restricciones) que con toda seguridad es anterior al cuerpo doctrinario que visionó en el siglo VII d.C. el propio Mahoma (el primer sufí árabe a lo sumo) y que guarda relación sin duda con las milenarias prácticas espirituales de la India y Persia, así como también con la ontología greco-egipcia y las disciplinas herméticas. El sufismo no contraviene a la ciencia porque su búsqueda es total y tendiente a la unidad, de modo que el sufí es también una especie de alquimista o filósofo griego de la Antigüedad Clásica, abierto al entendimiento, pero que ve encarnada en Dios la figura del absoluto, que es luz en el espíritu y oscuridad en el espejismo de lo mundano.
 
Nadie mejor que el propio Rumi, pudo expresar la idea de unidad:
 
 
La vía sufí es análoga al camino de la gnosis, por tanto aquello que llamamos sufismo no sólo es el alma del islam, lo es de todas las religiones. Lo contrario a ella es la vía templaria o exotérica, que fue desechada por el propio Cristo (Destruíd este templo y en tres días lo reconstruiré), puesto que el espíritu no reside en las formas sino en el fondo. Buda meditaba a la sombra de un árbol en lo profuso del bosque, los anacoretas coptos buscaban "conectarse" en la soledad del desierto egipcio, los ermitaños maronitas del Líbano  encontraron "la vía" refugiándose en las montañas, Francisco de Asís rechazó la fastuosidad de los templos románicos y fijó su vista de lo divino en dirección a las nubes, los prados y las bestias, pues era más probable encontrar allí a Dios que entre rezos vacíos, frescos y guirnaldas. El sufismo como el misticismo cristiano, hinduista, judaico y de las demás religiones, es un carril esotérico, íntimo y silencioso, al que sólo pueden acceder los humildes de alma, limpios de ambición y maldad, es el camino hacia la comprensión absoluta, el amor total y la disolución con el padre.

Muchos han sido a lo largo de la historia del islam los maestros iluminados reconocidos como sufís. Tal vez el más relevante: Yalal al-Din Muhammad Baljí o Rumi, de quien al menos se tiene mayores referencias en Occidente. De sangre irania, Rumi nació en el año 1207 d.C. en la región de Bactria al noreste del actual Afganistán, de donde probablemente surgió el propio Zoroastro hacia el siglo XIV a.C. Su padre Baha' uddin Walad, un erudito islámico, fue además su primer guía espiritual y quien le orienta hacia su propia consolidación como sheij. En 1220, acosados por la invasión de los mongoles sobre la Persia oriental, la familia de Rumi (por entonces Muhammad Baljí) debió abandonar su natal Balj en dirección al oeste, es entonces cuando inicia su cosmopolita peregrinar que le llevó por las provincias islámicas de Irán, Sham (Siria) y la península arábiga, recorriendo ciudades santas como La Meca, Jerusalén, Medina y Bagdad donde tuvo oportunidad de dialogar con los grandes mulás y sabios de otras religiones.

En Nishapur (Irán) adquirió el renombre de "Yalal al-Din" ("El gran Religioso") de boca del poeta y místico Farid al-Din Attar, allí también un jeque local vaticina a su padre que Rumi será uno de los grandes santos del islam. Precedidos por la reputación del padre, Rumi y el resto de la familia son invitados por el sultán de Anatolia a radicarse en Konya (actual ciudad de la Turquía Central) de allí deriva su apelativo de Rumi, en honor a Rüm o Roma que era el nombre con el cual los musulmanes del este seguían recordando los territorios ganados a Constantinopla: el Imperio Romano de Oriente.

En Konya, Rumi afianza su naturaleza de místico, sheij (guía espiritual), poeta y músico, que le concederá vital fama tanto en Oriente como en Occidente. Allí también erige la orden de los derviches danzantes: comunidad de piadosos (extendida desde Turquía a la India) reconocida por sus bailes en trance giratorios, acompañados de flautas y tambores que emulan la cadencia del universo en una danza mística que les conecta con Dios. Y es que "el corazón del hombre es un instrumento musical que contiene en sí mismo una música grandiosa, dormida, pero que espera el momento apropiado para ser interpretada, expresada, cantada y danzada" en palabras del propio Rumi.

Danza de los derviches

En el siglo XIX y XX, varios místicos occidentales conversos al islam como Doris Lessing, Martin Lings, Hakim Bey, René Guenón o Annie Besant se autoproclamaron sufíes en la tradición de Rumi, aunque una segunda y tercera lectura a sus vidas, obras y filiaciones basta para restar credibilidad a sus pretensiones místicas. Tampoco en el mundo islámico contemporáneo abundan maestros de tan intensa luminiscencia, pues la extraordinaria presencia de Rumi se explica esencialmente en su época: la más erudita del islam, no es casualidad que por los mismos años, pero al otro extremo de la geografía musulmana, el sufí español Ibn Arabi cultivara también "el camino del corazón", heredado por San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila.