Polémica suscitó hace unas semanas la noticia sobre la compra y traspaso de propiedad de la mayor empresa eléctrica del país CGE, desde la firma española Naturgy a la estatal china State Grid. Muestras de un nacionalismo inusitado se hicieron notar desde la cloaca de las redes sociales que es Twitter a arbitrajes periodísticos y columnas querellantes como la de Daniel Matamala, dejando entrever un potencial peligro en las inversiones del gigante asiático en nuestro país, lo cual resulta bastante paradójico considerando el hecho de que la Central General de Energía (CGE) surgida ya como iniciativa privada hacia el año 1905, es desde hace años una transnacional en poder de capitalistas extranjeros y que la otra gran empresa de energía: ENEL, es un holding de origen italiano; entre ambas firmas se reparten la distribución de cerca del 90% de la energía del país.
De modo que no habiendo existido noción estratégica alguna respecto de esta industria en el país, la naturaleza de la mayoría de clamores y alegatos cae en una evidente inconsecuencia e ilustran un claro sesgo sinofóbico.
¿Qué hace distinto al inversor chino respecto del europeo o del norteamericano?, en primera instancia que no se trata de operaciones de empresas privadas que expanden su dominio a otros países, sino del propio Estado chino maniobrando en el espacio global-capitalista, lo cual resulta intolerable para muchos acérrimos del neoliberalismo que conceptúan el modelo como el empuje de la iniciativa privada por sobre el aliento público/estatal, incluso si esto implica dejar el propio país a merced de las transnacionales (como de hecho ha ocurrido en Chile, donde -a modo de ejemplo- el Magisterio de Ontario llegó a ser dueño del 41% de los servicios sanitarios del país). Ergo, el riesgo de que las principales empresas y recursos de los países sean absorbidos y monopolizados por potencias extranjeras precede al súbito crecimiento de la economía china, siendo definitivamente una condición inexpugnable del modelo neoliberal, formulado en su origen como garante de la unipolaridad económica de Estados Unidos.
La agudeza del “milagro chino” estuvo en canalizar a su favor las condiciones dadas, descollando en espacio de pocas décadas de país maquilador de bajo costo a un competidor altamente tecnificado, llamado a liderar la cadena de suministro planetaria, a multiplicar patentes en lograr de importarlas, logrando posicionar 124 de las 500 empresas rankeadas en Fortune Global 500, tres más que Estados Unidos. La China que compra e invierte en todo el mundo (desde empresas extractivas, manufactureras y startup tecnológicas al rubro turístico e inmobiliario), que es titular de cerca de la mitad de la deuda externa de EE.UU, que genera tecnología de punta y está a caballo en la competencia por el 5G fue por 20 siglos el más inacabable de los imperios y civilizaciones, que comenzó a declinar precisamente en los mismos años en que el imperialismo mercantilista europeo expandía sus garras, viéndose sometida a las correrías de los británicos que compelieron algunos de los episodios más traumáticos en la historia moderna de ese país, desencadenando las Guerras del Opio (1856-1860) y la consecuente Rebelión de los Boxers (1898-1901).
A la llamada “era de la humillación” es natural que los chinos antepongan “el milagro” que no es más que el revenir de su histórica grandeza, una revancha en toda regla que recuerda al “milagro japonés” tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial y réprobo ataque nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki, aunque a diferencia de Japón que se reinventó y alineó en todo con el atlantismo, en el caso de China en cien años no han abandonando las directrices del comunismo y el enfoque Estado-céntrico, llevándolo a un siguiente nivel, inimaginado incluso por el marxismo. Pero más allá de los réditos de la inusitada fusión entre capitalismo y comunismo, el verdadero plus de China es haber equilibrado como ningún otro país tradición y modernidad, logro favorecido sin duda por la gloriosa ética confucionista que exhorta a evolucionar desde la experiencia.
Por el momento, la alocución de Xi Jinping en favor del mutilateralismo genera mucha más confianza que los peligrosos aspavientos del llamado “Siglo Americano” y lo evidente es que China -a diferencia de Estados Unidos- no nos ha impuesto ni golpes de Estado ni Consenso de Washigton ni invasiones a saco para someternos a un modelo. El gran pecado que EE.UU. y buena parte de los países desarrollados no perdona a China es haber saltado de la periferia al centro y bajo sus mismas reglas, invirtiendo la ecuación de dependencia económica y productiva, he allí el origen del actual proceso de “desacoplamiento” en el que estuvimos inmersos todo este 2020, bajo la ostensible fachada de una pandemia, curiosamente no mucho más letal que la influenza.
De la mano de China, se abre un amplio abanico de posibilidades en el comercio internacional para Chile, en constante incremento desde la firma del TLC del año 2002. No sólo se trata del principal mercado receptor de nuestro cobre (la existencia de una oficina subsidiaria de CODELCO en Shanghái habla por sí sola), sino también de la principal puerta de entrada a la agroindustria, frutícolas, salmoneras, celulosa, hierro, metales blandos e industrias no convencionales al expansivo mercado del Asia Pacífico que en menos de una década desplazará por completo la preminencia económica del Atlántico, de la mano de grandes alianzas económicas y proyectos de conectividad e infraestructura continental e intercontinental como serán el RCEP y la Iniciativa de la Franja y Ruta de la Seda (OBOR). Mientras tanto el gigante asiático demuestra interés no sólo en nuestra producción mineralógica y energética, también lo hace en el área de los servicios, construcción, concesión de autopistas y renovación ferroviaria, entre otros, frente a lo cual el Estado chileno no puede limitarse ya a un rol de arbitraje o fiscalizador, las demandas ciudadanas -que con toda seguridad se verán plasmadas en un futura Constitución- exigen una mayor implicancia para impeler los beneficios económicos a todo el conjunto societal.
Para finalizar, ilustro con las declaraciones del ex Embajador de Chile en China y la India, actual profesor de RREE de la Universidad de Boston, Jorge Heine: “Siempre se dijo que la baja inversión china en Chile no guardaba proporción con el alto intercambio comercial y ahora algunos políticos sostienen lo contrario: que por tener tanto comercio, no se debe permitir tanta inversión china. ¿Quién los entiende?”. Transversal a todos los gobiernos desde el retorno a la democracia, ha sido un objetivo de la diplomacia chilena captar la atención de China y estrechar alianzas mercantiles y geoeconómicas, y es precisamente ahora que tenemos una oportunidad de oro de subirnos a los hombros del gigante.
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