sábado, 16 de abril de 2016

Varegos, normandos y saqalibas


Emergieron en la historia en épocas tan tardías como los siglos IX y X de la era cristiana. Familiares escandinavos de las hordas germánicas que invadieron el segmento occidental del Imperio Romano en la Alta Edad Media, su belicosidad y crueldad primigenia recordó -en efecto- el saqueo de Roma por los vándalos en el 455 d.C. y su posterior ocupación de Hispania, las islas mediterráneas (Baleares, Córcega, Cerdeña) y Cártago (Túnez) en el Norte de África.

Hoy sabemos que los normandos -también llamados vikingos- descubrieron América desde la ruta Islandia-Groenlandia con mucha anterioridad a Colón, aunque muy posterior a las incursiones fenicias de siglos antes de Cristo. Eran desde luego una raza de guerreros y navegantes, cuyo principal interés radicaba menos en conquistar territorios ignotos y acaparar sus materias primas que en dominar las rutas comerciales del viejo mundo; y es así como se lanzan a la conquista del Atlántico, del mundo báltico, la Rusia Oriental y el Mediterráneo, llegando a constituir reinos en Gran Bretaña, en el norte de Francia (Normandía), en el sur de Italia y en Antioquía (región costera de Siria-Anatolia) tras las cruzadas.

Empleados como mercenarios por Bizancio, ejércitos de varegos defendieron durante centurias las fronteras de la cristiandad occidental en campañas mucho más arduas y onerosas que la de Poitiers (en el 732), recordada injustamente como el gran triunfo de la cruz sobre la expansión mahometana en Occidente. Otras masas de mercenarios nórdicos fueron reclutadas también por los musulmanes, mezclándose entre los saqalibas (eslavos) para ser destinados como milicias extranjeras en al-Ándalus, Siria y Noráfrica, regiones cosmopolitas donde el dominio árabe se vio reducido a aspectos administrativos.

La Guardia Varega

Existe más de una razón por la que el Imperio Romano de Oriente (Bizancio) sobrevivió mil años a la caída de su equivalente occidental. Soportó con anterioridad la incursión de los godos, pero pagó tributo para que el grueso de las hordas germánicas centro-europeas prefirieran internarse en Occidente, hasta fragmentarlo y dar vida a reinos hoy transmutados a la matriz estado-nación; otra razón es que Occidente (Hispania, Britania, Galia e Italia) fue siempre mucho más exiguo en recursos económicos, materias primas y hasta en tradición y cultura frente al recio Oriente, que desde su capital Constantinopla (Actual Estambúl) gobernó la región de los Balcanes, el mundo griego (incluido el sur de Italia, Alejandría y Anatolia), Siria, Egipto, Armenia, Mesopotamia y lo más relevante: todas las rutas de acceso hacia el corazón de Asia, edén de la seda china, las alhajas y alfombras de Persia y las especias de la India.

Habiendo perdido Roma toda una tradicional potestad sobre el gran imperio engendrado con el vigor de sus legiones, la severidad de sus políticos (el Senado) y el espíritu de sus leyes, quedó reducida a la categoría de símbolo y hasta fue desplazada por otras ciudades italianas como Ravenna y Milano, esta última capital de los lombardos, los nuevos dueños de Italia desde el siglo VI d.C. El insalvable legado político de la ciudad latina fue transpuesto completamente en el Bósforo, teñido de cultura griega y espiritualidad judeo-cristiana, mientras Europa Occidental presa del oscurantismo medieval, comienza a germinar el feudalismo y Oriente Medio -desprendido para siempre de Bizancio en el siglo VII d.C.- sucumbe a las pugnas entre las distintas facciones doctrinarias del islam, las luchas intestinas por el dominio de los califatos y la intrusión de los turcos: a la postre, los más temidos enemigos de Bizancio.

Pero el Imperio Bizantino: bastión del cristianismo, de la romanidad, del arte y la filosofía griega, no sólo hizo la función de escudo entre el occidente cristiano y el mundo islámico, su influencia se propagó también -vía los Balcanes y el Mar Negro- hacia los pueblos eslavos y en particular hacia los rusos que adoptaron, entre muchos otros aspectos, la caligrafía griega y la orientación de la Iglesia Ortodoxa. El imperio asume también funciones diplomáticas como la de adoctrinar a los últimos reductos paganos de Europa, para ganar de esta manera espacios de influencia a la Iglesia Católica y sobre todo a los musulmanes. Logra catequizar a la mayoría de los pueblos eslavos y al naciente Imperio Ruso, más no a sus vecinos del norte: los varegos, que terminarán adoptando la religión católica. En cambio muchos de ellos, como así mismo rusos y eslavos, van a ser reclutados durante siglos como milicianos en los ejércitos bizantinos, conformando la llamada "Guardia Varega", un contingente militar copioso destinado tanto a las campañas fronterizas del imperio como en funciones policiacas de orden interno. 

Es a partir de estos intercambios que Europa Oriental se "romaniza" y Bizancio termina absorbiendo elementos raciales y culturales muy septentrionales.

La Italia Normanda

Castello di Venere, en el pueblo de Érice (Norte de Sicilia)

Italia no sólo es el solar de Roma; la cuna del imperio que definió y civilizó a Europa. Siglos antes del florecimiento de Roma coexistieron en la península naciones de diversos orígenes, unas provenientes de Europa Central (vénetos, ligures, raetios/germanos, galos/celtas, oscos, osco-umbros, latinos, samnitas, volcos, sículos...), unas desde el este del Mediterráneo (etruscos, fenicios, griegos) y otros, pueblos aborígenes cuyo arribo se debe rastrear hacia el temprano Neolítico y hacia la edad de piedra o Era Paleolítica. 

Se dice de la Roma pre-histórica, que era un remoto y pantanoso villorrio de relegados y campesinos, emplazado sobre siete colinas. Pero ya en aquella época coexistían sobre territorio italiano dos boyantes culturas: los etruscos de la Toscana y la "Magna Grecia" que comprendía el sur de Italia y la isla de Sicilia. Son estos dos núcleos -en orden respectivo: al norte y al sur de la región de Lacio, habitada por los latinos- los que influyen de manera decisiva en la constitución de una civilización romana que adoptará además para la efectividad de sus fines militares e imperialistas el implacable sistema de falange espartano y la estructura de las flotas jónicas y fenicias, adoptando como embarcación oficial al trirreme. 

Gracias al juicio y voluntad superior del pueblo latino, Roma conquistó a todas las naciones de Italia y en pocos siglos dominó a buena parte del mundo antiguo, extendiendo su influjo por tres continentes. Pero al ser la cuna de un gran imperio, más temprano que tarde el romano relajó sus valores, comenzó a delegar funciones militares en gentes no italianas (tracios, germanos, beréberes, etcétera) y llegado el siglo IV d.C. hasta perdió el protagonismo de su propio imperio, que trasladó capital a Anatolia (actual Turquía), bautizándola con el nombre de Constantinopla en honor a Constantino I, "El Grande", uno de los muchos emperadores nacido fuera de Italia y hasta -probablemente- sin sangre romana en las venas, este además fue responsable de incorporar los dogmas judeo-cristianos en el imperio, es decir de "orientalizarlo" presionando a una progresiva revolución eclesiástica, que estallará en la Edad Media. 

Como se comentó anteriormente, Bizancio: el Imperio Romano de Oriente, sobrevivió mil años a la caída de Italia y el resto de regiones que conformaron el Imperio Romano de Occidente, subyugados desde el siglo V d.C. por las hordas germánicas (francos, turingios, godos, suevos, anglos, vándalos, sajones, jutos, lombardos...) y por los moros desde el siglo VIII d.C, en el caso ibérico. Con el pasar del tiempo los invasores formaron reinos en los actuales límites de Francia, España-Portugal, Italia e Inglaterra, estableciendo una política de estratos jerárquico-raciales, asociados con títulos nobiliarios y derechos agrarios que recayeron en un principio sobre las familias de linaje germánico; radica aquí la génesis del feudalismo en Europa Occidental. 

Salvaguarda de la romanicie y de la cultura griega, Bizancio logró recuperar de la contención bárbara ciertas posiciones italianas, fundamentalmente lugares clave como la ciudad de Roma (símbolo imperial y corazón del cristianismo medieval) y desde luego el sur de Italia, antaño llamado la "Magna Grecia", expulsó de ella primero a los vándalos (468 d.C.), luego a los godos (535 d.C.) y negoció dos siglos más tarde la paz con los lombardos dividiéndose el territorio, sin embargo desde las costas africanas asechaban siempre enemigos más voraces: los musulmanes y los piratas sarracenos. El islam ya había echado raíces hacia el años 830 d.C. en la isla de Sicilia, lo cual significaba un peligro tanto para Italia como para los propios Bizantinos que temían una nueva escalada del islam a través de la gran isla. Incapacitados de retener las incesantes afrentas islámicas por mar en Sicilia y en el sur de Italia, lombardos y bizantinos negocian concesiones con un tercer actor, mal menor quizás, pero también cristianos: los normandos.

Hacia el año 1000 -coincidente con la época de las primeras peregrinaciones o cruzadas a Tierra Santa- los normandos o vikingos (otros nombres con los cuales se designa a los varegos) que se habían hecho cristianos según el rito católico, ya se encontraban husmeando el mediterráneo. Dueños de algunos enclaves en el Atlántico y asiduos de la piratería en todos los puertos donde recalaban sus drakkars, buscaban hacerse de un enclave en medio de las rutas mercantiles y espirituales hacia Medio Oriente. De este modo, conscientes de las intenciones normandas y presionados por su propio pavor a los musulmanes, bizantinos y lombardos les ofrecen ocupar todo el sur de Italia y la isla de Sicilia, con el compromiso de zanjar de forma definitiva los conatos de conquista de los moros. 

Es así como los nórdicos se hacen con esta región italiana, conforman el Reino de Sicilia que durará como tal dos siglos, estimulan la fusión de elementos culturales griego, latino, germánico y árabe, y convierten el sur de Italia en principal puerto de abastecimiento para la navegación cruzada. Hoy en día, en el sur de italia y sobre todo en Sicilia, donde el fenotipo de sus gentes es predominantemente mediterráneo, se continúa llamando "normanno" a los coterráneos de ojos azules y cabello claro.

Saqalibas: los musulmanes nórdicos


Un verdadero imperio marítimo -similar al configurado por los fenicios diez siglos antes- es el que llegaron a tener los normandos desde el Atlántico Norte al Mediterráneo, a esto se sumaba el dominio de rutas terrestres que iban desde Escandinavia al Mar Negro y desde el Mar Báltico al Mar Caspio, pasando por el corazón de Rusia. En el interín comerciaron con los árabes, con los persas, los turcos y los tártaros, desarrollando un mercado que iba desde las piedras preciosas al tráfico humano (esclavos), es en esta última plaza en la que mejor se desenvolvieron los judíos, traficando mujeres y niños eslavos hacia los países islamizados del sur, las primeras con destino al harem y los segundos al ejército: fueron los llamados saqalibas.

El historiador persa Ibn al-Faqih describió en su obra "El libro de los países" (930 d.C.) que los comerciantes de esclavos diferenciaron entre dos tipos de saqalibas: unos de cabello y señas claras (probablemente eslavos del norte o rusos) y otros de señas más meridionales, cabello y piel oscura (probablemente eslavos del sur o balcánicos), de la palabra "saqaliba" deriva el termino "eslavo", que hace referencia a una vertiente etno-lingüística de los pueblos indoeuropeos o arios, de la cual se desprenden subfamilias como el pueblo ruso, ucraniano, polaco, eslovaco, esloveno, serbio, croata, bosnio, montenegrino y búlgaro. De "eslavo" procede a su vez el término "esclavo", todo en una correlación que nos lleva directamente hacia la época estudiada.

Pero los ejércitos de saqalibas no estuvieron conformados exclusivamente por gentes de origen eslavo convertidos a la fe islámica desde pequeños, tras múltiples victorias musulmanas sobre Bizancio entre los siglos X y XII ejércitos completos de varegos se pasaron a los fieles de Mahoma. Se debe recordar que aquellas huestes de mercenarios nórdicos pertenecían a la más brava de las naciones de Europa, justamente la última en abrazar los evangelios; en la época analizada no operaba sobre sus consciencias una verdadera convicción espiritual, puesto que eran -en secreto- adoradores de Odín, de los elementos y de la guerra, vendiendo su coraje al mejor postor, al punto que en algunas ocasiones llegaron a enfrentarse varegos contra varegos, unos del lado de la cruz y otros del de la estrella y la media luna. 

El islam: religión de voluntad, ascetismo y perseverancia individual -al decir de Julius Évola- habría calzado mejor con el espíritu guerrero de aquellos pueblos, tras lo cual no es de extrañar que muchos pasaran de ser simples mercenarios a "muhajides" (guerreros espirituales). Ejércitos de miles de milicianos saqalibas y de varegos conversos infiltrados entre ellos, fueron destinados a al-Andalús, a Siria y el Norte de África en representación de sus mandantes orientales; el mito del "moro" como linaje conquistador de la España Musulmana -por ejemplo- no es más que una figura retórica empleada por la imaginería cristiana luego de haber reconquistado el territorio, así dicho es probable que en aún en la actualidad en ciudades como Granada, Cádiz, Huelva, Sevilla y Cordóba (núcleo de al-Andalús) pervivan más rubios por kilómetro cuadrado que en cualquiera de las regiones más septentrionales de aquel país.

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