El mundo de la posguerra Fría, es decir: los últimos 34 años, ha estado lejos de ser aquel Edén de cordialidad, cooperación y paz entre estados a partir de "el triunfo de la democracia liberal", tal como vaticinaran autores de cierta prestancia como el politólogo Francis Fukuyama o el internacionalista John Ikenberry. Se diría más bien que fue lo contrario: con la caída de la cortina de hierro y el ocaso del mundo bipolar, Estados Unidos se empoderó sobre el tablero global e impuso sin tapujos la agenda del PNAC (Project for the New American Century) consistente en cuatro pilares:
- Dominio global: Instaurar la hegemonía política, militar y el poder blando de EE.UU.
- Promoción de la democracia: Para alinear las instituciones de los países a los intereses estratégicos de los EE.UU.
- Intervencionismo militar: Para asegurar objetivos estratégicos y presionar cambio de régimen en países no alineados.
- Generación de alianzas: Potenciar el rol de las coaliciones globales lideradas por EE.UU., muy especialmente la OTAN.
La Guerra del Golfo (1990-1991), la desintegración de Yugoslavia (1991-2001) y el atentado a las Torres Gemelas (2001), salvoconducto para la invasión otanista de Irak y la extensa Guerra de Afganistán (sin un correlato claro ni razonable) son las primeras derivas de la agenda unilateral de EE.UU., que una vez más -valga destacar- poco o nada tuvo relación con los conceptos de "cooperación", "paz" y "cordialidad" entre estados que difundieron (y continúan difundiendo) algunos de los más renombrados académicos, estudiosos de la política exterior estadounidense.
A lo anterior, se debe sumar la agudización de conflictos africanos como el del Malí, Somalia y el Congo, amago de golpes militares en Sudamérica, las crisis políticas centroamericanas y las "Primaveras Árabes" (2010-2012) que terminaron en la desintegración de Libia, la ocupación de Siria, la crisis humanitaria en Yemen, en cada una de las masacres sufridas en Palestina (considerando el genocidio llevado a cabo actualmente por el ente colonialista israelí en Gaza) y la conformación del Estado Islámico, todos hechos atribuibles al injerencismo y el cálculo estratégico de EE.UU. que apuesta actualmente por la guerra subsidiaria, el subcontrato militar y el artilugio del terrorismo ideológico e islámico para tener luz verde y coartada en la ocupación de territorios apetecidos por sus recursos naturales (Siria, Libia) o boicotear los proyectos de integración económica de sus rivales (China y Rusia).
Pero el funesto siglo americano está llegando a su fin y aquello que algunos se aventuraron en llamar "Pax Americana" (supuesto periodo de estabilidad global inducida por la hegemonía política, económica y moral de EE.UU.) demostró ser menos que un voladero de luces. La era de la unipolaridad está siendo relegada con celeridad por el creciente empuje de los países BRIC: India, Rusia, Brasil y sobre todo China, que en crecientes alianzas con potencias medianas del sur global, así como también con economías consolidadas y países riesgosos, están reconfigurando el tablero de las relaciones internacionales y la institucionalidad global, diseñados a la medida de las otrora potencias industrio-coloniales. En este contexto de irrefrenable evolución hacia la multipolaridad, es posible vislumbrar un verdadera implicación o compromiso de China por asegurar la paz en el planeta y afianzar estabilidad hacia el recambio de hegemonías. La "Pax China" no es un voladero de luces y promete ser más asimilable a la Pax Romana (periodo de estabilidad de 200 años en el Imperio Romano) en un orden transparente, de reglas claras y donde predomina el principio de mutua conveniencia entre los estados signatarios.
Así como el Imperator Augusto dio inicio a la Pax Romana en el año 27 a.C., el primer ministro Xi Jinping está haciendo lo propio con la Pax China y las acciones por consolidarla están a la vista desde el portentoso plan de ayuda a los países en el combate contra el COVID-19 (2020), a la promoción del diálogo y las propuestas de paz frente a conflictos actuales y latentes, pasando por las iniciativas de desarrollo, inversiones y construcción de infraestructura en países de todos los continentes, con propósito de una integración global más cohesionada. Me detendré puntalmente en lo que respecta a los esfuerzos de China por consolidar la paz, pues hasta ahora líderes ni mandatarios de ningún otro país habían logrado colocar en una mesa negociadora a los representantes de Arabia Saudita e Irán (dos rivales geopolíticos inconciliables), reempoderar a la Liga Árabe y más recientemente: reunir a los miembros de distintas facciones políticas palestinas para acordar el cese de hostilidades o promover una propuesta de paz a la cancillería ucraniana, sin defraudar la alianza estratégica con Rusia.
Desde luego, existe también un interés instrumental (no propagandístico) de China por inocular la paz en estos territorios: buena parte de los países en conflicto son clave de cara a sus futuros proyectos de integración económica global como son el Proyecto de la Franja y de la Ruta (OBOR) y los seis corredores económicos transnacionales (China-Mongolia-Rusia, el nuevo puente Euroasiático, China-Asia Central-Asia Oriental, Península Indo-China, Bangladesh-China-India-Myanmar y China-Pakistán). Sumido en su fiebre unipolar, Estados Unidos ha tratado de boicotear por todos los medios la proliferación de estos ambiciosos proyectos de infraestructura y guiándose por la máxima de "divide et impera" se sirve del conflicto ucraniano para entorpecer la potencial integración entre Rusia-China con la UE (el sabotaje a los gaseoductos Nord Stream ilustra mejor que nada esta obsesión) y hasta ha empleado infructuosamente el arma del terrorismo en Asia Central, para sublevar radicales a ambos lados de la frontera del Xinjiang con Pakistán, además de sembrar desidia e inmiscuirse procazmente en las relaciones entre Taiwán-China y Hong Kong-China. Pero un imperio de un siglo poco puede hacer contra una civilización de milenios; China es dueña del tiempo, Estados Unidos ni de los relojes.
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