"Habla Darío el Rey: por voluntad de Ahuramazda soy rey. Ahuramazda me entregó la realeza.Habla Darío el Rey: estas son las regiones que se sometieron a mí. Yo me convertí en su rey por voluntad de Ahuramazda: Persia, Elam, Babilonia, Asiria, Arabia, Egipto, las que están junto al mar, Sardes, Jonia, Media, Urartu, Capadocia, Partia, Drangiana, Aria, Jorasmia, Bactriana, Sogdiana, Gandhara, Escitia, Sattagidia, Aracosia, Maka, un total de veintitrés regiones.Habla Darío el Rey: éstas son las regiones que se sometieron a mí. Por voluntad de Ahuramazda se convirtieron en mis dominios. Me entregan un tributo. Lo que ordeno para ellas, de noche o de día, lo hacen.Habla Darío el Rey: en estas regiones al hombre que era leal lo apoyé: a quienquiera que fuese malvado lo castigué. Por voluntad de Ahuramazda estos países respetan mis leyes. Lo que ordeno para ellas, lo hacen".
"Yo soy Darío el gran rey… un persa, hijo de un persa, un ario, teniendo un linaje ario…"
Darío I fue llamado en vida Sha-han-sha que en farsi significa "Rey de reyes", su legado una vez más precede al de Augusto al unificar un gran imperio bajo las bondades de la sólida maquinaria estatal, de una eficiente administración de provincias (llamadas satrapías), desarrollo de infraestructura (ciudades, palacios, templos, canales, acueductos, puentes, jardines, mercados cementerios), carreteras, comercio, moneda única, globalización cultural, religión imperial (tolerante con los múltiples cultos del imperio), poder centralizado y ejército único (infantes, armeros, caballería, arqueros), elementos sine qua non a desarrollar por todo gobernante que pretendiese forjar un imperio. Gracias a Darío I el legado cultural de los persas (y de añadido el de siglos de civilización consagrados en Oriente Medio) se expandió desde Cachemira al mar Mediterráneo, desde Egipto al Cáucaso y desde el Mar Arábigo al Mar Caspio y el Mar Negro. Los antiguos griegos, provenientes de una civilización atomizada en múltiples polis, se beneficiaron del universalismo persa y lo replicaron en el Imperio Seléucida consolidando además la fusión cultural greco-persa-egipcia-asiria, la cual pasaría integra al Imerio Romano deviniendo posteriormente en la "cultura occidental".
LA RELIGIÓN EN LA ANTIGUA PERSIA
El mazdeísmo, también llamado zoroastrismo, fue la religión imperial en tiempos de los aqueménidas y sin lugar a dudas uno de sus mayores legados, replicados algunos de sus principales elementos en las tres religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam), en corrientes mistéricas como el catarismo, el sufismo, el bahaísmo y la teosofía o vertidas en siglos de filosofía islámica y occidental, desde Avicena, Omar Khayyám y Rumi a Descartes, Nietzsche y René Guenón. Sin lugar a dudas proveyó de un fundamento moral y espiritual a la casta gobernante del gran imperio, extendiéndose junto con él y consolidándose como religión principal ya en tiempos de Darío I. Como fue comentado en la primera entrega de esta saga: el mitraísmo, religión persa muy extendida en Oriente Medio hacia el siglo I d.C., fue una expresión que guarda ciertas semejanzas al mazdeísmo y que se internó en el Imperio Romano a partir de migrantes, comerciantes y esclavos provenientes principalmente de las regiones de Siria y Anatolia, transmutándose sus fundamentos espirituales (en convergencia con otros dogmas y credos) en el cristianismo primitivo.
Mazdeísmo deriva de Mazda o Ahuramazda (Ahura Mazda), principal divinidad en el panteón aqueménida: encarnación del Dios de luz todopoderoso y bondadoso, que en una cosmovisión eminentemente dualista tiene por contraparte al mal, la oscuridad, encarnado en la figura de Ahrimán (o Angra Mainyu), un equivalente del demonio en las religiones abrahámicas. Zoroastrismo por su parte, deriva del nombre del profeta Zoroastro (o Zaratustra), místico persa nacido hacia el año 620 a.C. en Rayy, cerca de la actual Teherán y fallecido en el 550 a.C. en Balj, al norte de Bactria (actual Afganistán). Se cree que Zoroastro tuvo una visión de Ahura Mazda pastoreando en las montañas del norte de Irán, en la cual le fue develado que la vida constituye una eterna lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, debiendo el hombre libre y voluntariamente elegir actuar del lado del bien para su salvación eterna y la vida recta. Zoroastro sintetizó la doctrina mazdeísta en una serie de cantos llamados gathas, los cuales a su vez constituyen el Avesta, probablemente el primer libro sagrado monoteísta. En vida Zoroastro fue el protegido de un rey bactriano, llamado Vishtaspa que incorporó la religión en sus dominios y tras la muerte de Zoroastro comienza a internarse en el espacio persa, hasta convertirse en religión imperial.
LOS OTROS IMPERIOS
Tras la muerte de Darío III, el control del Imperio Aqueménida queda en manos de la confederación greco-macedónica liderada por Alejandro, el Magno, quien extiende sus dominios desde el sur de Italia (Magna Grecia) al norte de la India, comprendiendo toda la extensión consolidada por los persas en las prolíficas tierras de Asia Central, Asia Occidental, Asia Menor y Egipto. La muerte prematura de Alejandro a los 33 años, genera un vacío de poder y la consiguiente ruptura entre sus generales Ptolomeo y Seleuco, quienes se dividen las posesiones greco-persas formando dos nuevos imperios: el Ptolemaico, que engloba a Egipto junto a las islas y costas del Mediterráneo Oriental (Creta, Chipre, Líbano y Palestina) y el Seléucida, que comprende todas las tierras desde el Asia Menor (actual Turquía) y Siria hasta la actual Irán. Descendiente de Ptolomeo, la reina egipcia Cleopatra (69 a.C - 30 a.C.), fue también la última gobernante de la dinastía ptolemaica: culta y poliglota, es posible que además del griego y del egipcio, la reina del Nilo dominara en parte la lengua persa e incluso el latín, un fiel reflejo de la temprana globalización cultural, que se debió en buena medida al impulso de los aqueménidas.
Persia estuvo bajo dominio seléucida por casi 250 años, aunque no logró ser helenizada al mismo ritmo que los territorios ptolemaicos o el Asia Menor, donde la presencia griega echó profundas raíces desde la Antigüedad Clásica. La cultura griega o helenística, mucho más liberal en un cierto sentido, fue percibida como impuesta y decadente por los persas, enfatizándose la ruptura entre Oriente y Occidente. Durante el dominio seléucida, comenzó a gestarse la sedentarización de los nómades iranios en la región de Partia, al norte de la meseta iraní, consolidándose un nuevo reino que hacia el siglo II a.C., en la figura de Arsaces I, se extendió por toda Persia, entrando en conflicto con los seléucidas (las guerras parto-seléucidas) y terminando por expulsarlos de la región, para reconfigurar el legado aqueménida. Inicia de este modo el Imperio Parto que duró cerca de cinco siglos, tuvo 17 emperadores y en su máximo esplendor se extendió por las actuales Irán, Mesopotamia (Irak), Siria, Asia Menor (Turquía), Azerbaiyán, Turkmenistán, Kirguistán, Tayikistán, el sur de Rusia, Afganistán, Pakistán y el norte de la India.
Al igual que los aqueménidas, los partos organizaron administrativamente el imperio en satrapías, fueron tolerantes con los pueblos conquistados, sus tradiciones, religión y cultura y aunque no hicieron del zoroastrismo la religión estatal, siguió siendo la más importante junto con el mitraísmo que se tornó muy popular en Asia Occidental, Anatolia y Siria, pasando posteriormente al Imperio Romano con el cual estuvo en constante pugna, entre los siglos I a.C. y III d.C. Guerras constantes y costosas, tanto con Roma como con los estados tapones, y los reinos limítrofes, además de las constantes correrías e invasiones de escitas y otros belicosos pueblos iranios nómades del norte sumado a disputas dinásticas y nobiliarias, precipitaron el ocaso del Imperio Parto (247 a.C. - 224 d.C.), que será subsiguientemente reemplazado por el Imperio Sasánida o Neopersa (224 d.C. - 651 d.C.), el cual -al igual que ocurriera a los aqueménidas frente a los griegos- es subyugado tras cuatro siglos de existencia por presión de una nueva hegemonía extranjera: los árabes del Califato Omeya, cuya nueva fe: la religión del Islam, se convierte en la mayor contribución cultural transmitida al Irán medieval, aviniendo perfectamente con la profunda espiritualidad de esta noble nación, apegada a la naturaleza, la idea de jerarquía, los valores familiares y la contemplación.
Tras el dominio Omeya, siguió el de las dinastía Tahirí (821 A 873 d.C.) y Saffarí (861 a 1003 d.C.), la dominación de los selyúcidas (siglo XI), el Ilkhanato mongol (1256 a 1335) y el Imperio Safávida (1501 a 1736), este último un hito importante en la historia de Irán/Persia puesto que formalizó la instauración del islam chií como religión oficial del Estado, reafirmando la identidad cultural y política iraní, en clara diferenciación con otras naciones islámicas como los árabes, norafricanos, turcos, mongoles e indoarios (pakistaníes, afganos), que decantaron mayormente por la vertiente suní.
EL CHIISMO
A la muerte del profeta Muhammad (Mahoma) en el año 632, se gestó una disputa entre sus seguidores respecto de quién debía reemplazarlo como Califa (líder supremo de los musulmanes), los más tradicionalistas se inclinaron por la dinastía de sangre, convirtiéndose en fervientes partidarios de Alí: primo y yerno del profeta, casado con su hija Fátima, y el resto tuvo una visión más político-normalista, inclinándose por Abu Bakr: amigo cercano y uno de los primeros conversos del profeta y a quien además se atribuye la primera compilación de los hádices (dichos y acciones del profeta Mahoma) que conforman el Corán.
Abu Bakr, quien sobrevivió apenas dos años a la muerte del profeta, fue investido como primer Califa del Imperio Musulmán entre los años 632 y 634, siendo reemplazado por otro gobernante sin lazos familiares con el profeta: Umar ibn al-Jattab, elección que marginó del poder una vez más a Alí. Umar ocupó el cargo de califa hasta el 644, año en que fue asesinado por un esclavo de origen persa, dicho hecho moviliza a los allegados al poder a inclinarse por otro líder aristocrático sin consanguineidad alguna con el profeta: Uthman ibn Affán. Tal designación enfada enormemente a los partidarios de Alí (Shi-at-Alí en árabe o chiitas en español) quienes no reconocen al nuevo Califa e invisten en paralelo a Alí. Emerge aquí no sólo el primer quiebre político al interior del mundo islámico, sino también un cisma espiritual y dogmático perenne, que dio forma a las dos principales ramas de la religión islámica: los "chiitas" y los normalistas o "sunitas".
El posterior asesinato de Alí en el 661 por parte de las facciones allegadas a Uthman y la muerte prematura de sus hijos: Hassán, envenenado en el 670 y Hussein, muerto en batalla en el 680, configuran la génesis doliente del chiismo, que los considerará en adelante sus principales mártires e imanes (guías espirituales que trascienden la muerte física), además de haberlos reconocido como sus califas. Más adelante en la historia, el chiismo vivirá sus propios cismas: de los cuales emergen el chiismo septimano (reconocimiento de siete imanes), duodecimano (doce imanes) e ismaelismo, distinción en la que no profundizaré en esta oportunidad.
Lo que sí consigna mencionar es la relación preferente de los persas por la rama chií del islam: este hizo su aparición en Persia hacia el siglo VII con los abasíes (emparentados con el profeta y que instauraron un califato en Bagdad), penetrando de manera muy marginal en algunas regiones y en desventaja absoluta frente a la preminencia suní. No fue sino hasta comienzos del siglo XVII, con la conquista de Ismail I Safaví y la consiguiente formación de la dinastía safávida, que Persia se decanta por el chiismo como religión estatal, lo cual puede leerse como una estrategia de diferenciación política frente a sus vecinos y potenciales rivales árabes, turcos y mongoles, además de una inclinación natural, dado el componente místico fácilmente asociable a la espiritualidad aria y a la tradición mazdeísta. La dinastía safávida gobernó Persia hasta 1736, siendo sucedida por la dinastía qajar que consolidó aún más la influencia chiita en Irán. Finalmente, en 1979, la Revolución Islámica liderada por Ruhollah Khomeini destronó al último Shá, trajo de regreso la Teocracia y consagró al chiismo como religión oficial de Irán.
MODERNIDAD E IMPERIALISMO
El concepto Era Moderna en términos de historia, comprende los hechos acontecidos entre los siglos XV y XVIII, una época que inicia con el descubrimiento de América y finaliza con el iluminismo o "siglo de las luces", génesis de la Revolución Francesa y el comienzo de los movimientos independentistas americanos. En las eras precedentes, el progreso mundial orbitó en torno al espacio Mediterráneo, Oriente Medio (incluyendo Irán) y China; núcleos de las primeras civilizaciones agrícolas; la modernidad por su parte se desplegó desde el Atlántico y las naciones e imperios mercantiles (España y Portugal primero, Gran Bretaña, Francia y Holanda más tarde) que dominaron las rutas comerciales hacia las Américas, circunnavegaron África, tocaron las costas de Asia Oriental y forjaron colonias en tierras lejanas, explotando la mano de obra local (como esclavos en los primeros siglos, como proletarios después) y extrayendo sus materias primas a bajo coste.
Los grandes triunfadores al final de la era moderna serán sin duda los británicos, que de simples piratas y corsarios, se convirtieron en fastuosos navegantes, forjando el mayor imperio marítimo de la historia, logro al que se sumará en la era siguiente la Revolución Industrial, que les impondrá la necesidad de comerciar con el resto del planeta todo el excedente manufacturero generado en las islas británicas (producto de las economías de escala que facilitó el maquinismo) y abastecerse de los insumos necesarios para producirlos en los distintos puntos del planeta donde emplazaron sus colonias y factorías, la mayor de las veces: a sangre y hierro. Los británicos protagonizaron el devenir del planeta por espacio de cinco siglos y su primera interacción con el mundo persa-iraní ocurre bajo este contexto de imperialismo, a partir del lance conocido como "El Gran Juego" (1837).
En pleno siglo XIX, cuando se desarrolla el "El Gran Juego" Irán, cuna de civilizaciones, estaba lejos de ser ya un actor influyente en la política regional, mucho menos global. Sólo el Imperio Otomano -aunque ya menoscabado- se mantuvo como principal referente geopolítico del mundo islámico, pero con muy poca relación e influencia sobre la vecina Persia, dado que los otomanos y la mayor parte de sus súbditos (con excepción de los territorios dominados en la Europa Balcánica) profesaban la fe suní, y en Persia, como se dijo, desde los safavíes en adelante, domina el chiismo. El Gran Juego que se extiende hasta comienzos del siglo XX, consiste en la lucha geopolítica entre el Imperio Británico y el Imperio Ruso por controlar la región de Asia Central y el Cáucaso, colindante con una Rusia zarista en expansión y que se proyectaba hacia a mares cálidos: el Océano Índico o el Mar de Arabia para dominar el comercio marítimo con India y China desde el propio continente, conectando Rusia con los puertos asiáticos a partir de una vasta infraestructura ferroviaria.
En conocimiento de los planes rusos, los británicos buscan expandirse por Asia Central para resguardar el dominio de la India ("la joya del imperio") y mantener su posición mercantil privilegiada en los puertos sudasiáticos, con una China cautiva, un Extremo Oriente prometedor y un mundo árabe que tarde o temprano sería dislocado del Imperio Otomano para beneficio británico; El Gran Juego es de hecho la antesala de la clásica Teoría del Heartland, desarrollada por el geógrafo inglés John Mackinder (1867-1941) la cual supone que "quien domine Asia Central dominará Eurasia, y quien domine Eurasia dominará el mundo", desde la cual se explica en gran medida la política internacional de las potencias de la anglósfera, primero el Imperio Británico, después EE.UU.
El Gran Juego tuvo sus corolarios a lo largo de todo el siglo XIX y parte del XX. Los británicos intentaron subyugar sin éxito al indómito pueblo afgano, lo cual les provocó varias bajas en la Primera (1839 a 1842) y Segunda Guerra Anglo-Afgana (1878 a 1880), aunque se mantuvieron expectantes a que su fracaso no condicionara el éxito de los rusos y que Afganistán se mantuviera como un Estado tapón entre Rusia y sus colonias de la India. Rusia por su parte, logró apropiarse la región del Turquestán, allanó camino al Imperio Otomano en el oeste, liberando de su yugo los estados transcaucásicos y continuó pujando por obtener una salida hacia el Mediterráneo. Sin quedar exenta de estos eventos, Persia fue sindicada en el Tratado Anglo-Ruso de 1907, que en teoría pone fin al Gran Juego, pero sacrificando la soberanía de naciones como la iraní que se vio segmentada en zonas de influencia: rusa en el norte y británica en el sur, donde a la postre se encuentran los principales recursos energéticos del país.
DINASTÍA PAHLAVI
Gran Bretaña tuvo un dominio significativo sobre el petróleo iraní, desde la década de 1900 hasta la Revolución Islámica de 1979, fraguando un vergonzante golpe de Estado (apoyado por EE.UU.) contra el gobierno del Primer Ministro Mohammed Mosaddeq en 1953, esto con el fin de restaurar el control británico sobre la industria petrolífera iraní, la cual había sido nacionalizada en 1951. En espacio de esas siete décadas dos dinastías gobernaron Persia: la Dinastía Qajar (1794-1925) y la Dinastía Pahlavi (1925-1979), ambas acusadas de ser meros instrumentos en manos de los británicos que siempre tuvieron fama de apoyar a gobernantes débiles como meros titulares del poder, sometidos a las ordenes del imperio.
Mosaddeq, intentó auditar los documentos de la Anglo-Iranian Oil Company (AIOC) y limitar su control sobre las reservas de petróleo iraníes. La AIOC se negó a cooperar y el parlamento iraní votó a favor de nacionalizar la industria petrolera, lo cual desencadenó un boicot económico global instigado por los británicos, coronando con un golpe de Estado apoyado por la CIA (Central de Inteligencia Americana) que junto con desencadenar una represión que acabó con la vida de cientos de iraníes, derrocó, encerró y acabó con el gobierno constitucional de Mosaddeq, entregando mayor poder plenipotenciario al Shá Reza Pahlavi, quien en adelante gobernará Irán con el beneplácito de la anglósfera durante 26 años hasta su justo derrocamiento por mano del Ayatollah Khomeini en la emblemática Revolución Islámica de 1979.
LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA
Las desigualdades sociales, las reformas económicas fallidas, la corrupción y sobre todo el servilismo y la desconexión de la Dinastía Pahlavi y del conjunto de la nobleza con la realidad iraní fueron caldo de cultivo para una revolución política aunque -a ojos externos y en plena Guerra Fría- no fue previsible que esta surgiera por el lado de los clérigos y el modelo de teocracia como finalmente aconteció. Figura clave en este proceso fue el Ayatollah Ruhollah Khomeini, religioso chiita del más alto rango en estudios islámicos, nacido en 1902 en Jomein en el centro de Irán. Khomeini tenia una clara visión sobre el gobierno, la justicia social, la economía, la religión y la autoridad, las cuales consideraba integradas en la sharia o ley islámica, ergo, un gobierno islámico -a su juicio- sería la solución para erradicar la corrupción, lograr un desarrollo equitativo integrando a toda la población iraní, en especial a los pobres y dar la cara al imperialismo que había desollado a la nación.
Las ideas y convicciones de Khomeini, nutridas en gran medida por los planteamientos de Sayyed Qutb (1906-1966), padre del islam político, así como por las lecciones empíricas del socialismo árabe de Gamal Abdel Nasser en Egipto, además del elemento conservador/tradicionalista propio de la religión y un marcado anti sionismo y antiimperialismo, lo pusieron en la mira de la Dinastía Pahlavi y dado el creciente prestigio y autoridad que había alcanzado entre religiosos y laicos descontentos de todas las edades y su llamado a la rebelión popular, fue encarcelado y posteriormente exilado, radicándose en Turquía (1964), Irak (1965-1978) y posteriormente en Francia (1978-1979).
El exilio no aplacó al clérigo que continuó predicando y escribiendo a diario contra los excesos e incompetencias del Shá y sobre la beatitud que prometía una república islámica frente a los vicios del régimen. Las posibilidades tecnológicas de la época, ayudaron a propalar su prédica combatiente por la vía de pasquines, emisoras de radio pirata y casetes que fueron duplicados y compartidos por mano entre una población agudamente descontenta, que encontró sentido y esperanza en el proyecto de Khomeini, volcándose a las calles con manifestaciones y huelgas que se prologaron durante todo 1978, presionando al gobierno del Shá a declarar ley marcial el 7 de septiembre, hecho que no limitó a los opositores a reunirse al día siguiente en la plaza de Zahlé para lo que sería una nueva manifestación multitudinaria, esta sin embargo fue silenciada por los militares que abrieron fuego sobre los manifestantes, terminando con la vida de un centenar, un episodio que será tristemente recordado con el nombre de "Viernes Negro".
El descontento contra el Shá y la popularidad de Khomeini sólo se incrementaron en los días y meses posteriores al viernes negro. La población enardecida a la que se sumó también buena parte de los militares, exigió la repatriación del clérigo y el fin de la dinastía, lo cual finalmente ocurrió a comienzos de 1979: el 16 de enero el Shá se autoexilia de Irán piloteando su avión (fallece al año siguiente en Egipto afectado por un cáncer), queda en su lugar el primer ministro Shapur Bajtiar quien busca aplacar el descontento y negociar la paz. Muy a su pesar, Bajtiar trajo de regreso a Khomeini en febrero, siendo recibido en las calles de Teherán por tres millones de personas. El 11 de febrero Bajtiar es expulsado del poder, quedando establecida la República Islámica de Irán, mezcla de democracia y teocracia, con el Ayatollah Khomeini a la cabeza.
Khomeini ovacionado por la multitud
LA GUERRA CON IRAK
Al año siguiente de la asunción de Khomeini como Líder Supremo de Irán, estalla una guerra prolongada con la vecina Irak. En párrafos anteriores repasamos someramente la estrecha conexión existente entre Irán (Persia) e Irak (Antigua Mesopotamia) que hunde raíces hacia los inicios de la historia 5 a 4 milenios antes de Cristo, aunque hacia 1980 predominan más los factores de división que de cohesión entre ambas naciones: Irak era por entonces un estado árabe, secular y nacionalista, convivían en ella minorías étnicas rezagadas (25%) de kurdos, yazidis, turcomanos, caldeos, asirios y judíos, una mayoría religiosa chií (65%), que constituye las capas populares de la sociedad, generalmente marginada en términos de representación política y una minoría suní (35% del total de la población) que constituía la clase gobernante con el partido Baath (nacionalista árabe) a la cabeza.
La combinación de elementos referidos gatillan la inquietud del por entonces presidente y líder iraquí Saddam Hussein, quien vio en el ascenso de Khomeini una potencial viralización del empoderamiento chií en la región, que podría impulsar en lo mediato a la mayoría religiosa de Irak, que además sentía gran admiración por el clérigo iraní y profesaba una simpatía evidente por la República Islámica. A lo anterior se suma el contencioso por la región de Shatt-al-Arab y la geopolítica de la Guerra Fría consumada en el interés latente de Occidente por diluir la República Islámica de Irán y reposicionar a su aliado el Shá Reza Pahlavi en el poder. El exacerbado antiimperialismo del gobierno clerical y su virtual alineamiento con la Unión Soviética (impresión a la que ayuda el apoyo recibido por parte de los socialistas y del partido comunista iraní para derrocar al Shá, el cual fue desestimado tras alcanzar el poder), induce a Occidente a financiar al gobierno baazista de Hussein (fácilmente definible como nacionalista de derecha y reconocido por encarcelar y torturar a los marxistas árabes y kurdos) para presionar una guerra contra el régimen del Ayatollah.
La guerra entre Irán e Irak se prolongó durante ocho años (1980-1988), saldó más de un millón de muertos (entre soldados y civiles) y desgastó ambas economías, no tuvo un claro ganador, pero detrás de ella pesaron más los intereses de las potencias que de los países en conflagración. Años después Occidente le da la espalda a Sadam Hussein y tras la invasión de Kuwait, los Estados Unidos le declaran la guerra a Irak en 1990, 15 años más tarde, en 2006, sentenciado por crímenes contra la nación bajo un gobierno provisional (de mayoría chií y tutelado por EE.UU.) el líder baazista moriría en la soga. Khomeini por su parte, falleció el 3 de junio de 1989, tenía 86 años al momento de su muerte, gobernó durante nueve años la República Islámica que él mismo fundó, gran parte de los cuales estuvo en guerra con Irak, país que lo acogió en su exilio.
CRISOL ÉTNICO
Irán es una nación multicultural con cerca de 86 millones de habitantes, proyectando alcanzar los 100 millones en 2050, ocupa el puesto 17 entre los países con mayor población en el planeta. Se dice de Irán que es un crisol étnico, pues conviven en su territorio una quincena de pueblos de origen y lenguas diversas, provenientes del tronco ario-iranio, turco-mongol, semita, caucásico e indo-ario. La mayoría de iraníes (66%) son de origen persa como sus más remotos y célebres antepasados, seguidos por una minoría significativa de azeríes (16%), de origen turco, arribados a la meseta hacia el siglo XI, otra minoría relevante es la de los kurdos (10%), probables descendientes de los medos, un 2% de baluchis (también iranios), árabes del Juzestán (3%), turcomanos (2%), guilakíes del Mar Caspio (3%), judíos (0,01%), armenios (0,4%), asirios (0,02%), parsis (descendientes de los antiguos persas que aún profesan el zoroastrismo) y afganos (3%), estos últimos una población incrementada en calidad de refugiados y mano de obra poco cualificada.
La economía de Irán se basa principalmente en la industria extractiva del petróleo y gas, posicionándose entre los 10 primeros productores mundiales, otras industrias significativas son la textil, petroquímica, maquinaria agrícola, automotriz y de defensa. El gran lastre en el desarrollo económico de Irán siguen siendo las sanciones occidentales promulgadas contra la política de enriquecimiento de uranio, aunque actualmente, en un mundo que avanza a pasos agigantados hacia la multipolaridad, Irán comienza a compensar en sus aliados asiáticos y en los BRICS todas las limitaciones, barreras y costos de oportunidad perdidos, impuestos por Occidente. Un gran desafío por delante que tiene en sus manos el régimen de la República Islámica es el de integrar a las minorías étnicas al desarrollo y mejorar la calidad de vida a un 40% de la población (34 millones de iraníes) que vive bajo el umbral de la pobreza, con menos de 2 dólares al día.
LOS PARSIS
Con una población aproximada en torno a 20.000 personas, los parsis son la comunidad ancestral de Irán, practicantes de la religión mazdeísta o zoroastriana legada desde tiempos de los aqueménidas (siglo VI a.C.). La gran mayoría de parsis iraníes reside en la capital Teherán y en la ciudad de Yazd, donde se preservan algunos de sus emblemáticos templos del fuego, símbolo de purificación y limpieza espiritual.
Pese a ser una comunidad cerrada, los parsis iraníes destacan en el ámbito empresarial y en las profesiones liberales, aunque con un impacto menos significativo en la economía iraní que el de sus congéneres parsis de la India (emigrados hacia el año 1000 d.C., tras la conquista islámica de Persia), una pujante comunidad de 60.000 almas de la que destacan importantes clanes empresariales como el de la familia Tata o la familia Wadia y de la que derivó también el icónico cantante de Queen Farrokh Bulsara, alias Freddie Mercury. Existe otra pequeña comunidad parsi en Pakistán, de no más de 2.000 personas que reside en las ciudades de Karachi y Lahore. La festividad por excelencia de los parsis es el Nowruz o año nuevo persa, celebrado el 21 de marzo.
JUDÍOS IRANÍES
Otra de las comunidades más antiguas de Irán y de las más ricas en tradición e historia de entre toda la colectividad judía del planeta. Los judíos iraníes cargan a sus espaldas 2500 años de historia y su integración a la civilización persa se dio en tiempos de los aqueménidas, con Ciro el Grande. Su principal actividad es el comercio (mayorista y minorista) que desarrollan en los bazares, actividad en la que destacaron desde muy temprano, comerciando especias que transitaban por la antigua Ruta de la Seda, la industria artesanal (orfebrería, alfarería, textilería) es también otro de sus fuertes, en especial la confección de alfombras, cuyos precios pueden oscilar entre los 20 a 20.000 dólares.
Hacia comienzos del siglo XX, la comunidad judía estaba integrada por unas 100.000 personas y actualmente se cifra en unas 10.000 que reside básicamente en las grandes ciudades como Teherán, Isfahán, Shiraz, Yazd y Kermán, buena parte de los judíos iraníes emigraron a Estados Unidos e Israel durante el siglo pasado. Bien integrados y leales al régimen de la Revolución Islámica, la comunidad judía local tiene reservado un escaño en el parlamento, manifestando poca conexión y simpatía por el movimiento sionista internacional.
EL IRÁN MODERNO
Pese a la complejidad de sobrellevar las sanciones económicas impuestas por Occidente, el Irán contemporáneo ha logrado avances considerables en las áreas de las ciencias y la tecnología, gracias a la formación de buenos profesionales y el desarrollo de sectores estratégicos como son hoy en día la robótica, la inteligencia artificial, ciberseguridad, biotecnología, IoT, domótica y realidad aumentada, entre otros. Las universidades iraníes han formado a un numero considerable de científicos, ingenieros y técnicos altamente competitivos, lo cual ha sido una constante en los últimos cuarenta años.
Sin duda, uno de los logros más notables del Irán moderno es la fabricación de drones y vehículos aéreos no tripulados (VANT) de la más alta tecnología, utilizados para operaciones militares. Los VANT iraníes han sido empleados con éxito en diversos escenarios y conflictos: los ataques de precisión rusos contra objetivos ucranianos, la identificación de red points en territorio israelí por parte de Hezbolá y en la guerra de desgaste de los hutíes yemeníes contra Arabia Saudita, y más recientemente contra los buques de guerra estadounidenses instalados en el Mar Rojo. Irán destaca también en el campo de la robótica, diseñando y confeccionando complejos robots para automatizar procesos industriales y en el campo de la biomedicina investigadores iraníes han innovado sistemas de dosificación de medicamentos empleando nanopartículas, lo cual podría revolucionar el tratamiento de múltiples enfermedades.
LA NUEVA RELEVANCIA GEOPOLÍTICA DE IRÁN
El peso político y estratégico de Irán en el mundo se ha consolidado enormemente en los últimos años, bajo las complejas dinámicas y equilibrios de poder en Oriente Medio y el mundo. Actor clave en Asia Occidental y el mundo islámico, Irán es desde tiempos de Khomeini principal referente del eje de la resistencia contra un imperialismo que desde los años 90 a la fecha incubó decenas de conflictos y desintegró estados completos con el fin de asegurar las relaciones de dependencia y beneficiar la posición de Israel en la región. Sus estrechos vínculos con Rusia, China y la India, además de la gran riqueza en recursos energéticos y su posición dominante sobre las rutas del crudo (estrecho de Ormuz, Mar Árabigo) ha puesto a Irán en el centro de los grandes proyectos de infraestructura global como son la iniciativa de la Franja y de la Ruta, consolidando su relación con los BRICS (a los que se incorporó en 2023) de cara a un orden multipolar.
Siendo un país no árabe, grande es la influencia ejercida por Irán sobre países de cultura árabe como Siria (régimen de Assad), Líbano (vía Hezbolá), los hutíes de Yemen y hoy en día Irak, tendiendo el puente su representación espiritual del mundo islámico chií y ante todo la consigna de resistencia contra Israel, el injerencismo occidental y el accionar de los aliados árabes (Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Catar, principado de Bahréin), cómplices en las políticas beligerantes de la región, entre ellas la financiación y adoctrinamiento de terroristas. Irán es un país bajo la constante mira de Estados Unidos y de la OTAN, quienes no lo han intervenido directamente, prevenidos por su poder tecnológico/militar, su descentralización y dispersión de fuerzas en la región, el potencial desarrollo de armamento atómico y por su estrecha cercanía con la poderosa Rusia: realismo político en todas sus letras.
EPÍLOGO
Contar la historia de un país y más bien de una civilización tan vasta y trascendental como la iraní es una tarea titánica que es mejor dejar a los enciclopedistas, pero he aquí mi mejor esfuerzo por resumirla, por alumbrar hechos y verdades que los grandes medios de comunicación encubren y que la generalidad de las personas desconoce. Irán es un país formidable, como maravillosa es también su gente: amable, comunicativa, desprendida, familiar; cualidades que -en nuestro terruño- se encuentran con mayor facilidad en el mundo rural que en el urbano y con toda probabilidad es por esta razón que la mayoría de iraníes no congenia con la adusta mentalidad occidental, que conocieron de la peor forma mediante el imperialismo ramplón de los británicos (desde las guerras anglo-persas de mediados del siglo XIX al golpe de estado a Mosaddeq en 1953) y hoy en día de los norteamericanos.
No reniegan de la modernidad, no viven de espaldas al progreso, pero su visión del tiempo es distinta a la nuestra, miles de años de historia modelan un carácter diferente. Una nación cohesionada, orgullosa de su historia, ayer adoradores del fuego, hoy feligreses de las mezquitas. Maestros del arte, la filosofía, las matemáticas, la astronomía, el urbanismo y la política desde hace 6000 años, hoy las grandes mentes iraníes diseñan complejos algoritmos de inteligencia artificial, los jóvenes ingenieros e ingenieras sueñan con unirse a la carrera espacial, mientras el ingenio militar se empeña en reequilibrar el poder regional y los diplomáticos en rediseñar relaciones internacionales más ventajosas, colocando a Irán y a Oriente Medio en su justo pedestal.