jueves, 9 de abril de 2015

Melquisedec, señor de Salem


Desde la más remota antiguedad hasta estos quince primeros años del Siglo XXI, Medio Oriente ha sido y es un enclave geoestratégico fundamental para el desarrollo de la historia humana. Su posición de encrucijada entre el mundo Mediterráneo, Europa, Asia, el Norte de África, la Ruta de la Seda y el Océano Índico, implica que desde fechas muy tempranas, se turnaran sobre su suelo las más diversas civilizaciones, migraciones de este a oeste, de oeste a este, de norte a sur y viceversa, con toda el entramado y mezcla de razas, culturas y religiones que ello implica: el súmum de todas las contradicciones.

Es que a larga data, el multiculturalismo arrastrará irremisiblemente a conflictos y esta lección vivida en las sociedades de Medio Oriente, la India y en menor medida en países que antaño fueron cuna de imperios como es el caso de la Italia medieval, está reflejando ya grandes problemáticas en la estructura societal de países post-imperialistas como son Inglaterra y Francia (cuya masa inmigrante de asiáticos y africanos, ya es ciudadana y exige sus derechos) y desde luego revela fisuras hasta en la propia patria Yankee (ícono de la diversidad, la tolerancia y la democracia) que cada día -dentro y fuera de sus fronteras- descarta uno a uno los valores másonico-iluministas ("libertad", "igualdad" y "fraternidad") de su emblemática constitución política.

Si Israel no tuviera tan cerca a sus enemigos árabes o a Irán, seguramente se estaría cayendo política y socialmente a pedazos. Inconciliables parecen ser las diferencias entre los judíos religiosos y los seculares que con fórmulas muy antagónicas pretenden ganar poder y dirigir el país. En el orden religioso reformistas y ortodoxos son dos caras opuestas de una misma moneda y entre los seculares: liberales, socialistas y sionistas tampoco convergen en nada. El aspecto nacional es desde luego una gran farsa, ya que Israel se funda sobre los pilares de un férreo racismo que da primacía a los azquenazíes (judíos blancos, provenientes de Europa Central y Europa Oriental) por sobre la mayoría sefardí (judíos de España, Turquia y el Norte de África), los Mizrahim (judíos árabes) y los grupos "parias" conformados por falachas (judíos africanos), benes (judíos de la India) y los no judíos (árabes cristianos, palestinos, armenios) que salvo su puesto en la milicia no tienen derecho ni a voz ni voto. Más que temer a las armas nucleares de Irán, a la resurrección de Palestina o a la conflagración de los árabes, Israel debiera mirar con desconfianza el futuro de su propia sociedad.

Así como en Israel, las inestabilidades actuales de Medio Oriente no son más que el eco de conflictos muy antiguos, que recaen sobre lo mismo: una diversidad en contienda. La diversidad que es el abanderamiento de la democracia y de todas sus lindas utopías, con el paso de los siglos termina transmutada en contradicción y conflicto de intereses, los que tienden a tornarse graves al perderse de vista un proyecto común: los principios que unen. Contrario a lo que sostienen "los pipiolos" de la nueva era, es la unidad y no la diversidad aquel instrumento al que deben apelar las colectividades si desean trascender, no estancarse y evolucionar a la siguiente fase. Por espacio de unos pocos siglos, el Islam y antes de él Bizancio con el Cristianismo lograron unificar la región de Medio Oriente en los códigos de un sincretismo político-espiritual.

La más aguda contradicción que afecta a las sociedades contemporáneas del Oriente Medio no es otra que la inducida separación entre religión y política: la democracia, insustancial para su historia (inclúso entre los judíos), pero un instrumento de desidia con el cual el imperialismo fragmenta aún más a los debilitados países que él mismo construyó, tras la caida del Imperio Otomano. Es así que los árabes, los kurdos, los persas, los judíos y toda nación repartida en la región añora la figura de un caudillo, algunos lo sueñan con vestiduras militares, otros con un Corán o una Biblia en la mano, los menos en la forma de un demagogo o político y muchos aún como un reformador absoluto: un Mahdi que al igual que Melquisedec, Jesucristo, Mahoma o el Rey Salomón, religue lo espiritual con lo político, para minimizar las contradicciones y restablecer la integridad perdida.

Un templo, un rey-sacerdote y una ciudad mística

¿Quién fue Melquisedec?; ¿un personaje real de la historia o un arquetipo?, tal vez ambas cosas a la vez. La primera referencia a este rey-sacerdote de la ciudad de Salem la encontramos en el libro del Génesis (14:18-20):


El encuentro entre Melquisedec y Abraham (patriarca de judíos y árabes) se da en un contexto de conflictos raciales y religiosos que acontecen en toda la región del Levante (Siria-Palestina) y Mesopotamia, en el mismo centenio en que los judíos fueron llevados en cautiverio a Babilonia (a la ciudad de Ur) y un contingente de ellos liderado por Abraham logra retornar a "Tierra Santa" para dar batalla a pueblos y reyes paganos instalados en la región. Es entonces a las puertas de la ciudad de Salem que Abraham es recibido por el rey-sacerdote Melquisedec quien al igual que Cristo ofrece pan y vino y una bendición en nombre del Dios altísimo que por aquel entónces no era llamado Yaveh (o Yaweh) sino "EL", divinidad primera entre los pueblos de lengua semítica y de la cual deriva también el nombre de ALLAH (Dios en lengua árabe). La raíz del nombre "EL" la encontramos desde luego en gran parte del lenguaje litúrgico hebreo, arameo y árabe, destacando nombres como el de IsraEL, IsabEL, JezabEL, AbEL, AriEL, IsmaEL, GamaliEL, SamaEL y ELías (que combina "EL" con el sufijo "YAH" de Yahvé: "ELiYAH"), entre otros.

En otro pasaje de la Biblia (Hebreos 7:3-5) se dice sobre Melquisedec:


"Sin padre, sin madre ni genealogía" apunta al hecho de que Melquisedec no era humano y que como el propio Dios tampoco fue concebido, siendo en tanto inmortal. ¿Podemos suponer en tanto que Melquisedec es Dios? o ¿o tal vez una manifestación del Altísimo en forma de humanoide para dar testimonio a Abraham de la existencia de "EL" y entregarle como misión el sacerdocio divino sobre la tierra?, o ¿quizás se trata de un miembro de la antigua y mítica raza de los hiperbóreos, andróginos en lo sexual y a quienes la Biblia o Torá refiere como "los hijos de Dios" que denigraron la divinidad de su especie al enamorarse de las "hijas de los hombres" y concebir a la raza humana?; muchas teorías se han formulado al respecto, lo único manifiesto es que la figura de Melquisedec representa un arquetipo que al igual que Cristo unifica lo humano y lo divino, haciendo carne el evangelio o mensaje de la indivisibilidad del binomio política-religión, que deben estar cohesionadas para conformar la "Ciudad de Paz" (la Civitas Dei que soñó San Agustín) traducida al hebreo como Salem.

Salem es la ciudad arquetípica (como Agarthi y como Asgard) sobre la que los judíos edificaron Jerusalén, sobre el templo de Melquisedec se construyó el templo de Jerusalén, mejor conocido como Templo de Salomón, Salomón mismo fue llamado "rey justo"; en suma todos ecos de un idealismo o tal vez de una tradición y misticismos anteriores al judaísmo, degradados por otros inconscientes y contradicciones propias de la sociedad multicultural, considerando que los judíos bíblicos -al igual que los actuales- provenían de una mezcla de razas donde convergen elementos arios (hititas, pelásgicos), semitas (cananeos) y egipcios.

¿Pero existió alguna vez la ciudad de Salem?, no lo sabemos con certeza. Sin embargo el mítico Templo de la ciudad (de más de 3000 años) del que aún sobrevive el "Muro de los Lamentos", fue construído -al igual que los templos de Baalbek en Líbano- sobre un monolito o bloque de piedra gigante, que refleja todas las evidencias de haber sido trabajado en otras eras con técnicas que superan todo nuestro actual bagaje en obras civiles (¿el legado de una humanidad anterior a la nuestra o tal vez de aquellos dioses antiguos de los que hablan todas las tradiciones?). Sobre aquel monolito se yerguen también el Domo de La Roca y la mezquita de Al-Aqsa, que son considerados de gran importancia por la tradición musulmana ya que desde allí el profeta Muhammad (Mahoma) habría acendido a los cielos. 


Por esta fortuita ¿coincidencia? Jerusalén (Salem) y el Monte del Templo son considerados sagrados por las tres grandes religiones monoteístas: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. ¿Reinará subterfugiamente Melquisedec sobre las ruinas de la "Ciudad de Paz", esperando la venida de una nueva era?. En la actualidad Jerusalén es capital espiritual del mundo monoteísta, pero también lo es de dos patrias o de una tierra con dos memorias contrastantes: Israel-Palestina, el colmo de todas las contradicciones de la región, sin embargo ahí persisten juntas dos mezquitas y un templo de vital significancia para cristianos y judíos, donde en eras gloriosas sólo hubo uno, gobernado por un único rey y sacerdote. He ahí que el conflicto árabe-israelí no es sólamente un conflicto territorial y étnico, es ante todo un conflicto espiritual de gran carga simbólica y esotérica.

Historiadores del "lado B" como Miguel Serrano y Mariano Fernandez Urresti, coinciden en la evidencia de que el planeta posee varios puntos geomagnéticos que a lo largo de los siglos y milenios los han hecho perdurar como puntos de peregrinación naturales y núcleo de los más antiguos santuarios. Sobreviven como evidencia los templos de Egipto, el Templo de Jerusalén, la Kaaba, los templos del Camino de Santiago y otros muchos que han pasado de ser epicentro de cultos paganos a cristianos, musulmanes, etcétera, porque más allá de las religiones y de las eras, nos conectan con los misterios de lo alto, que el hombre pretérito sólo pudo explicarse por medio de leyendas y alegorías como aquel mito templario de "la corona de Lucifer" que sugiere que hace eones de años en una guerra épica sobre los cielos, Lucifer (el ángel portador de la luz del Dios Altísimo) perdió su corona hecha de piedras preciosas, las que luego cayeron a la tierra (aerolitos) dispersándose por los distintos puntos geomagnéticos y geoespirituales que hoy conocemos. La piedra sagrada que se custodia al interior de la Kaaba sería una de estas piedras celestiales, un grial.

Y justamente un "grial" es lo que en su arribo a Jerusalén y Palestina, buscaba la Orden del Temple (1119-1314?), aunque tal vez este no fuera el "Arca de la Alianza" o el "Caliz de Cristo" ni las piedras preciosas de la corona de Lucifer, sino algo más esotérico, tal vez una revelación ligada a Salem y a Melquisedec. Fuera lo que fuera, lo cierto es que su búsqueda los llevó a entablar alianzas secretas con rabinos europeos y orientales, con cristianos heréticos y gnósticos y con musulmanes chiíes ismaelitas (la secta de los Hassasin o Asesinos) y a una profunda iniciación por tierras de Egipto, Palestina, Fenicia y Persia. De gran parte de estos conocimientos mistéricos o del "secreto templario" es despositaria la Francmasonería, institución clave en el estructuramiento político e ideológico global y por la misma razón, infiltrada en sus altas cúpulas por el Sionismo. El conocimiento que obtuvieron los templarios, ha sido durante siglos dilucidado por los cabalistas y están también ilustrados sobre él algunas herméticas sectas del Islam chií, como la de los los drusos y alauitas.

Los cristianos neo-heréticos, influenciados por ciertas ideas de la New Age, descubren en los "Evangelios Gnósticos" una dimensión más amplia de la figura de Melquisedec. Sin embargo, la Biblia ha de ser suficiente para entrever el ministerio de Melquisedec replicado en la figura de Cristo como si se tratara del mismo arquetipo sujeto al Eterno Retorno.

En uno de los pasajes más hermosos del Nuevo Testamento, Cristo ingresa en el Templo (o Melquisedec regresa) y se decepciona por lo que encuentra, tal como se registra en Juan 2:12-22:


No cabe duda de que el Mesías cristiano encarna en su esperanza, a la figura del rey-sacerdote que las antiguas tradiciones (incluídos los griegos y Platón con su filósofo-rey) tanto anhelaron. Es irónico que muchos consideren que su frase "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" haya sido una exhortación a separar la vida religiosa de la política, cuando política-religión era justamente el binomio más indivisible de la antiguedad y hasta los propios romanos lo llevaron a la práctica en el Senado.

En suma, qué es el arquetipo de Melquisedec sino un mensaje en latencia: la urgente necesidad de acabar con todas nuestras polaridades y unificar de una vez alma y mente, política y religión, vale decir no oscilar de extremo a extremo como en estado esquizofrénico y tan sólo fluir en la energía neutra del ser, la simpleza. En ello consistían las enseñanzas del antiguo Egipto, de los hindúes, de Jesús y los primeros cristianos (que nada tienen que ver con los pechonios cínicos de hoy en día) y también la sabiduría de los más marginados y humildes pueblos indígeneas de nuestro continente, distantes de la acumulación y del capitalismo que nos impide fijar nuestros ojos en lo trascendente, en la tierra y en el cielo.

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