viernes, 20 de mayo de 2016

San Jorge, arquetipo de la voluntad


Es el santo patrono de Inglaterra y Cataluña, investidura del país de Georgia, nombre de pila entre los primogénitos cristiano-maronitas del Líbano, de los cristianos armenios y de los cristianos ortodoxos de Grecia, Bulgaria, Rusia y la Europa Oriental en general. Su cruz flamea en la bandera de Malta desde tiempos de las ordenes caballerescas que salvaguardaron el Santo Sepulcro en Jerusalén y una pequeña cueva en Capadocia (Turquía) sugiere ser su lugar de nacimiento en el año 279 d.C., a la vez que una ciudad de la antigua Palestina llamada Lydda (hoy la Lod israelí) es proclamada como la tierra que cobija sus restos y donde además creció y se formó como soldado romano, velando un misterio tal vez más arcaico que la propia cristiandad.

¿Quién fue San Jorge?, ¿qué máximas representa su mito?, ¿existió realmente el dragón que la leyenda le adjudica haber derrotado?, ¿cuál es su relación con el cristianismo? y si es un Santo cristiano y católico, ¿por qué es también reverenciado por los musulmanes del Levante?, ¿qué tradición (es) olvidada se esconde tras la quimera del héroe mitológico más reputado del Medioevo?, ¿cuál es su relación con el dios Apolo de la mitología greco-romana y con el dios Agni (mencionado en el Rigveda) del panteón indo-ario? Preguntas de esta índole son las que pretendo argüir en la presente misiva.

George (inglés), Giorgios (griego), Jorge (español/portugués), Yaris (árabe levantino), Jordi (catalán), Georges (Francés), Khodor (árabe coloquial), Giorgio (italiano), Yuri (ruso, eslavo) y Jörg (alemán) son variables lingüísticas de un mismo nombre, atribuible a un santo y mártir cristiano que -cuenta la leyenda- vivió entre los años 279 y 303 d.C. en tierras del Asia Menor y Medio Oriente, hijo de un servidor de Roma de origen persa y de una mujer de Capadocia. Aquel Jorge fue educado bajo los códigos de la cristiandad proscrita aún en aquellos años y de la cultura romano/griega de Oriente llegando a convertirse en legionario, lo cual -sintomático de una época convulsionada- produjo un quiebre en su propia historia y personalidad, siendo condenado a muerte (decapitación) en la ciudad de Nicomedia al no renegar de su religión, considerada el cáncer de Roma.

Lo descrito hasta ahora, es común denominador en la historia de muchos santos de la temprana cristiandad, una era donde (los últimos coletazos de) el pragmatismo romano debió colindar con la unción espiritual proveniente de Oriente, generando un sincretismo gradual que se extendió a lo largo de muchos siglos hasta derivar en la instauración del catolicismo, un trayecto sembrado de mártires como San Jorge y es que al decir de Herman Hesse en "El Lobo Estepario" (1927), son las almas que moran en la confluencia de dos eras diferentes -pero consecutivas- las que están condenadas al padecimiento. La Primera y la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, son un cruenta manifestación de ello: el forzoso quiebre de los valores tradicionalistas, en pos de la consolidación del utilitarismo neo-liberal. 

Jorge, soldado de roma, pero a la vez caudillo de la cristiandad debió decidir su verdadera militancia, siendo el martirio la manifestación de su voluntad. La historia certera de su muerte, se convirtió tiempo después en crónica cristiana y de crónica se transmutó a mito, de manera que el santo que ajustició al dragón no es más que un arquetipo: el dragón representa a Roma y Jorge la convicción en Cristo y algo más: es el espectro del "Oriente" engullendo al Imperio Occidental desde adentro, pues no debemos olvidar que Jorge provino de las regiones orientales y por sus venas corría sangre persa, de aquel pueblo de exóticos, magos y esotéricos que fueron concertados como el tropo de todo lo oriental por los griegos  y que en su periodo de mayor gloria, tuvieron por emperador a un tal Jerjes (Xerxes); Jerges -curiosamente- es la verdadera genealogía del nombre Jorge. 

Capadocia, lugar de nacimiento de San Jorge es además uno de los emplazamientos más enigmáticos del planeta. Una civitas fundada y modelada sobre un conglomerado de cavernas, que tuvo su mayor auge cultural y artístico dos mil años antes del nacimiento de Cristo, en tiempos de los hititas: la primera comunidad de origen indoeuropeo (o ario) en desarrollar la civilización, bajo influencia de las culturas mesopotámicas. Uno de los principales dioses del panteón hitita fue Asksepa, el "divino centauro" quien como San Jorge evoca el poder de los equinos: animal sagrado entre los pueblos arios y turanios. El arquetipo del caballero andante que derriba al dragón, puede en este sentido provenir tanto de una variante mitológica medieval como ser atribuído a Asksepa, es decir a un mito propiamente capadocio, hitita o ario arcaico.

La conexión indoeuropea ha sido también evaluada por grandes místicos ariosofistas como el Barón siciliano Julius Évola, quien también afirmaba que el concepto de jihad-al-akbar (traducido como "la gran Yihad" o guerra al interior del alma humana) fue un préstamo de la espiritualidad aria de Irán y de la India al mundo islámico. El arquetipo de San Jorge representa en tal caso EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD sobre el mundanismo: las bajas pasiones, el facilismo, la mediocridad, la pereza... el dragón será finalmente la serpiente del kundalini que al ser derrotada o más bien dominada (como no pudieron el Adán y Eva judeocristianos) permite la culminación del Übermensch: Superhombre, Hombre Verdadero u Āryā (renacido), aquel ser ecuánime e incorruptible que apuntaron a construir por una vía inciática las doctrinas monástico-militares de los assasin persas, de los caballeros templarios, del Prusianismo, del Fascismo italiano y del Nacional Socialismo alemán, entre otras.

En su libro titulado "La Lucha con el Dragón: la Tiranía del Ego y la Gesta Heroica Interior" (1999), el español Antonio Medrano relaciona el arquetipo de San Jorge con el dios griego Apolo y con los dioses Hayagrīva y Agni de la India. Apolo: divinidad que actúa desde lo alto como emisario de la luz, de la verdad y de la purificación, derrotó también a un dragón (Pitón) que encarna exactamente lo mismo que el dragón de San Jorge: las bajas pasiones que nos restan beatitud y nos esclavizan a la pobredumbre genésica del Kali-Iuga. Lo mismo sobreviene en los arquetipos de Hayagrīva (dios cabeza de caballo) y Agni, este último integrante de la "Trinidad Védica", un dios de fuego comúnmente representado a galope sobre un minúsculo cabrito, Agni personifica la verdad purificadora, la ignición de la voluntad hecha carne: cual Cristo o Apolo, venido del elíseo para confrontar las rastreras energías que enturbian la esencia divina del ser humano. 

En mi niñez un cuadro de San Jorge traído desde el Líbano por uno de mis tíos despertó en mi mente embriones de curiosidad, duda, recelo. ¿Cómo era posible que cierta gente (adulta por lo demás) tuviera fe en un santo que mató a un dragón? ciencia ficción pura. Sabemos que existieron los dinosaurios por sus remanentes petrificados, ¿pero quién alguna vez ha visto siquiera los restos de un dragón? ¿quién en su sano juicio puede dar crédito de que en algún intervalo de la era cristiana, el ser humano coexistió con seres prehistórico-mitológicos que tal vez nunca existieron o a lo sumo antecedieron por millones de años nuestra existencia? no era algo lógico desde luego y sólo un idiota o un niñato podría agotar allí su intelección. 

Los arquetipos moran y subsisten entre nosotros, superan en ocasiones nuestro poder de comprensión pues los llevamos adscritos en el ADN y son legado de nuestros supersticiosos pero muy sabios antepasados. Como quien concibe las bondades del amor y de la pasión en la forma de un burdo corazón simbólico o a la maldad del mundo en la figura de un demonio caprino, los arquetipos son meras metáforas de nuestra naturaleza heroica y/o pusilánime. Pueden los sectarismos religiosos o el hiper-secularismo de nuestros tiempos atomizar a las regiones del planeta, pero jamás podrán seccionar del todo el Cordón Dorado que hila las verdaderas tradiciones del espíritu; así dicho los héroes y las causas de los antiguos no son pasta del olvido, revienen una y otra vez en el inconsciente colectivo de sus descendientes. 

El dragón (la vehemencia, la ignorancia y el adocenamiento contemporáneo) sólo puede ser reprimido en el interior de cada ser humano con el venablo de su voluntad. Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera (Kybalion) - San Jorge nos recuerda que la gran guerra de guerras se libera día a día al interior del alma humana. El blanco corcel que acompaña la iconografía del santo, representa a su vez el ímpetu guerrero y la pureza del pensamiento elevado.

martes, 3 de mayo de 2016

Donald Trump: el payaso que dice las cosas de frente


Corre con ventaja hacia la consolidación como candidato único del Partido Republicano, de cara a las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre en Estados Unidos. Polémico y deslenguado, este patético pelirrojo de 69 años, nieto de alemanes, empresario inmobiliario y licenciado en Ciencias con mención en Economía y Antropología de la Univeridad de Fordham, podría llegar a convertirse en el Presidente número 45 del país más poderoso del mundo. 

Su rápida ascensión al poder, producto de su subversión y penetración mediática, son síntomáticos del desgaste del sistema político norteamericano y desde luego de la decepción de los últimos gobiernos demócratas encabezados por Obama, tanto en política local como internacional. En un país que a toda costa quiere volver a recuperar su posición de liderazgo económico, político y moral en el mundo, pese a las muchas fisuras (oscurantismo y corruptela) que lo corroen, Donald Trump es el arquetipo que mejor calza en la postura de "redentor": Exitoso, agresivo, conservador, chauvinista y desde luego blanco como los "fundadores de la patria". Un demagogo peligroso, que es a los mexicanos como Hitler fue a los judíos.

Para la Ciencia Política, la figura de Donald Trump formaliza todas las condiciones del liderazgo mesiánico de tiempos de crisis, un perfil político que a menudo se desmarca de la democracia, en especial cuando esta ha perdido credibilidad entre los ciudadanos y electores. El liderazgo mesiánico de tiempos de crisis es lo que definió -por ejemplo- la ascensión de Mussolini o Hitler al poder de sus respectivas naciones, tras el descrédito de la democracia liberal en los años '20 y '30 del siglo pasado. Lo mismo podría decirse de la "teocracia" iniciada por el Ayatollah Khomeini en Irán el año '79 o de la llegada de Salvador Allende y la Unidad Popular junto con el consecuente golpe de Estado en el Chile de los años '70, ambos fenómenos producto de una crisis de representativad y una polarización excesiva, que son desde luego los peores indicadores para un régimen político que se exalta a sí mismo como el más integrador e igualitario.

El Estados Unidos contemporáneo ha sido caldo de cultivo para una realidad semejante, un país que es considerado máximo paradigma de la democracia, pero que curiosamente sólo a fines de los años '60 culminó su appartheid, otorgando espacios de participación certeros al pueblo afroamericano y que pese a ser exaltado como una nación de inmigrantes, que tras las últimas dos grandes guerras mundiales abrió sus puertas a los mejores elementos intelectuales y laboriosos de Europa y Asia, debe hoy hacer cara a la masiva inmigración de latinos (sobre todo de mexicanos) que cruzan las fronteras del sur, no en búsqueda precisamente del sueño americano sino para escapar de la pobreza y del hampa y -en el menor de los casos- como intermediarios en las redes de narcotráfico que no son exclusivamente un dividendo latino, es consentido en cierta medida por los propios gobiernos y sus camarillas.


Aquella cara doble de los Estados Unidos -tan propia también de los países latinos, incluido Chile- es lo que en el fondo fue fragmentando paulatinamente la solidez política, social y económica del país del norte, que extrapola su desbarajuste interno en una política exterior turbia y liosa, devastando países ya inestables como Iraq, Siria, Afganistán o Libia, ganándose la enemistad de poderes regionales como Corea del Norte, Irán, Pakistán y Venezuela, generando desconfianza en colosos como Rusia, China y hasta en la Unión Europea o vendiendo el alma en sus alianzas con Israel y Arabia Saudita, a cambio de salvaguardia bursátil y abastecimiento petrolero.

En la interna, un estúpido que tiene la desfachatez de declarar que será el mejor Presidente que Dios jamás haya creado sólo puede lograr apoyos entre un electorado igualmente estúpido o en una nación que ha caído en la más honda hipocresía y en el más profundo de los barrancos morales. Sin embargo las encuestas arrojan que un 56% del electorado republicano manifiesta su apoyo al empresario, oferente de enmiendas tan deficientes como la de deportar a 11 millones de inmigrantes de los EE.UU., cerrar las fronteras del país a los inmigrantes musulmanes, construir un muro en la frontera con México y poner cotos a la economía china. Trump no es un político, es simplemente un payaso, la encarnación misma del liderazgo mesiánico de tiempos de crisis, de una crisis que va más allá de la pos-recesión, pues tiene matices económicos, raciales, culturales, éticos y espirituales, catastro de una regencia que pasó de amparar el alto valor de la libertad a la necesidad de suprimir el libertinaje y establecer nuevos valuativos.

Donald Trump es un sujeto peligroso y lo es tanto para quienes lo reprueban, como para su propio electorado que ha olvidado o pretende ignorar que el suyo no es un territorio aislado sino un país desde siempre permeable a los movimientos migratorios y que desde ellos -en base a valores democráticos inmutables- logró construir una colectividad próspera y dechada. Nativos americanos, ingleses, alemanes, africanos, irlandeses, judíos, italianos, polacos, árabes, cubanos, filipinos, japoneses, mexicanos, son algunos de los muchos elementos raciales y culturales recurrentes en su población de casi 320 millones de habitantes que mediante contraste, diálogo y aprendizaje mutuo hacen posible la modernidad y la tasación del interculturalismo.

Al igual que el Ku Kux Klan, las Panteras Negras, la Nación del Islam y otros movimientos supremacistas internos, las propuestas de Trump son fragmentarias y anti-americanas, dado que atentan contra el espíritu de la democracia, a la que debemos entender más como un fin que como una realidad consumada, lo cual se hace más evidente aún en un país cosmopólita, abierto al mundo y en constante transformación como son los Estados Unidos.